domingo, 6 de abril de 2008

NOTAS DE ELENA WHITE LECCION 2- ABRIL 2008.-



Lección 2

5 al 12 de Abril de 2008

El misterio de su divinidad

Sábado 5 de abril

"Ahora pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese" (Juan 17:5).

Cristo era uno con el Padre antes de la fundación del mundo. Esta es la luz que brilla en medio de las tinieblas, haciéndolas resplandecer con la divina gloria primitiva.

Cristo es el preexistente Hijo de Dios que tiene vida en sí mismo... Al hablar de su preexistencia, Cristo transporta nuestra mente hacia el pasado a través de los siglos sin fin. Nos asegura que nunca hubo una época cuando él no estuviera en íntimo compañerismo con el Dios eterno... Su vida divina no puede ser calculada por cómputos humanos. La existencia de Cristo anterior a su encarnación, no puede ser medida por cifras... Él era uno con Dios, infinito y omnipotente.

El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió desde la eternidad... Él era la gloria excelsa del cielo, el soberano de las inteligencias celestiales y recibía el homenaje de los ángeles con justo derecho... Cristo era Dios en su esencia y en el más alto sentido de la palabra. Era con Dios desde la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre... Pero se humilló a sí mismo y se revistió de mortalidad. Como miembro de la familia humana, fue mortal; pero como Dios, era el manantial de vida para el mundo... Cargó con los pecados del mundo, sufrió las penalidades que como una montaña agobiaron su alma. Entregó su vida en sacrificio para que el hombre no pereciera para siempre. Murió, no porque estuviese obligado a morir, sino por su propia voluntad (La fe por la cual vivo, p. 48).

Domingo 6 de abril

Su preexistencia: Lo que significa para nosotros

Para salvar a la raza caída, Cristo se despojó de su vestimenta y corona reales, revistió su divinidad con la humanidad y vino a esta tierra. No podía pagar el rescate de nuestra salvación sin dejar el cielo y tomar la naturaleza humana. Por eso dejó su alto puesto en las cortes celestiales y asumió la débil naturaleza humana; sacrificó todo en nuestro beneficio. Se puso a la cabeza de la humanidad para mostrar, con su obediencia a la ley divina, un carácter sin falta alguna. "Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Atlantic Union Gleaner, 26 de agosto, 1903).

Aunque la Palabra de Dios se refiere a la humanidad de Cristo mientras estaba en esta tierra, también habla decididamente acerca de su preexistencia. La Palabra existía como un ser divino, el eterno Hijo de Dios, en unión e igualdad con su Padre. Él era el mediador del pacto desde la eternidad, Aquel en quien, si lo aceptaban, serían benditas todas las naciones de la tierra: tanto judíos como gentiles. "La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" (Juan 1: 1, BJ). Desde antes que fueran creados los hombres o los ángeles, la Palabra estaba con Dios, y era Dios.

El mundo fue hecho por él, "y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Juan 1:3). Si Cristo creó todo lo que existe, entonces él existía antes de todas las cosas. Las palabras expresadas con relación a esto son tan decisivas que nadie necesita quedar presa de las dudas. Cristo era Dios esencialmente y en el sentido más elevado. Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre…

Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo fue uno con el Padre antes que estableciera el fundamento del mundo. Ésta es la luz que brilla en un lugar oscuro haciéndolo resplandecer con gloria divina y original. Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas que de otra manera serían inexplicables, al paso que está encerrada como algo sagrado en luz inaccesible e incomprensible (Exaltad a Jesús, p. 10).

Al consentir en convertirse en hombre, Cristo manifestó una humildad que es la maravilla de las inteligencias celestiales. El acto de consentir en ser hombre no habría sido una humillación si no hubiera sido por la excelsa preexistencia de Cristo. Debemos abrir nuestro entendimiento para comprender que Cristo puso a un lado su manto real, su corona regia y su elevado mando, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiera encontrarse con el hombre donde éste estaba y para proporcionar a los miembros de la familia humana poder moral, a fin de que llegaran a ser los hijos e hijas de Dios (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 285, 286).

Lunes 7 de abril

El testimonio del Nuevo Testamento

"Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre" (Juan 8: 15, 16). Con esta declaración Jesús confirmó que había sido enviado de Dios para realizar su obra. No había consultado con sacerdotes o gobernantes porque su mandato provenía de una autoridad más elevada: el Creador del universo. En su santo oficio había enseñado a la gente, aliviado sus sufrimientos y perdonado sus pecados; había limpiado el templo que era la casa de su Padre y expulsado a los que profanaban sus sagrados portales; había condenado la hipocresía de los fariseos y denunciado sus pecados secretos. Y en todo esto había actuado bajo las instrucciones de su Padre celestial.

Por eso lo odiaban y buscaban matarlo. "Vosotros sois de abajo –les dijo– yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo" (Juan 8:23) (Signs of the Times, 23 de octubre, 1879).

Jesús, "levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Juan 17:1-5).

Esta es una clara referencia a la preexistencia de Cristo. Si no hubiera existido antes de asumir la naturaleza humana, ¿cómo podía poseer la gloria del Padre antes que el mundo fuese? Para todos los que buscan la verdad, éste es un grandioso tema para contemplar. Y el Espíritu Santo estará a su lado para presentarles la gloria de esta verdad maravillosa y para fortalecer sus mentes para que puedan comprender la gloria de nuestro Redentor.

En su oración Cristo no está rogando por una manifestación de gloria en su naturaleza humana, porque ésta no existía durante su preexistencia. Está rogando por una manifestación de aquella gloria que tenía cuando era uno con el Padre. Su oración era la de un Mediador. Deseaba que el velo fuese removido y que su gloria brillara como lo hacía antes de que el mundo fuese (Signs of the Times, 10 de mayo, 1899).

Martes 8 de abril

Contradicciones aparentes

Dios hizo todo bueno y hermoso, pero el mal entró en la tierra y con él entraron la contaminación y la degradación. El propósito de Dios es quitar todo rastro de pecado en su obra y restaurar a los seres humanos a su pureza original. Por eso envió a su Hijo único que, aunque era igual a él, estuvo dispuesto a asumir la naturaleza humana, para que pudiera levantamos de nuestra condición caída y degradada y elevamos a la condición santa que tenía Adán cuando salió de las manos de su Creador. Tan pronto como el ser humano se unió a Satanás en sus transgresiones, Cristo estuvo dispuesto a venir al campo de batalla para luchar en su favor. Entró en el conflicto y peleó con éxito contra el príncipe del mal (Review and Herald, 17 de septiembre, 1901).

El Padre ha mostrado a los pecadores su amor al no negarles a su amado Hijo, sino darlo en sacrificio por ellos. Cristo ha mostrado su amor a los pecadores al dar su vida por ellos. Si ambos han manifestado tal amor, ¿acaso no nos brindarán gratuitamente toda bendición y cada muestra de su misericordia? Al enfrentar la enfermedad y el desánimo, algunos caen en la desesperación y los cubren las sombras; pero pueden liberarse de ellas y llegar a ser vencedores. El pensar que Jesús los ama, que los ángeles los aman y que el Padre celestial los ama y desea salvados, debiera inspirados a tener fe y confianza en el Señor. Dios no se agrada de la muerte del pecador sino desea que se arrepienta de sus pecados, retorne a la justicia y sea salvo. Y cuando el pecador desea, por encima de todo, la aprobación de su Señor, y está dispuesto a hacer cualquier sacrificio por el amor de Jesús, su mente se fijará en dirección al cielo y, si persevera, se encontrará finalmente caminando en las calles de oro de la ciudad de Dios (Review and Herald, 4 de mayo, 1876).

Aquí hay una promesa para cada uno. Todos los que aceptan el plan de agregar gracia a la gracia y crecer en la disciplina y amonestación del Señor, pueden encontrar que esta promesa es un seguro de vida eterna, mucho más importante que cualquier seguro de vida que pueda comprarse con dinero. Es un seguro de vida que ha sido provisto por Dios mismo al dar a su Hijo amado, para que todos los que acepten su sacrificio puedan obtener la vida eterna. Al ser vencedores, podrán entrar por las puertas de la ciudad de Dios y recibir una corona inmortal (Manuscript Releases, tomo 2, p. 289).

Pensemos en esto: Nadie podía soportar el peso de la justicia de Dios sino su Hijo amado, que era uno con el Padre y su misma imagen y Cristo no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que debía aferrarse (Sermons and Talks, tomo 1, p. 254).

Miércoles 9 de abril

La divinidad de Cristo

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:1-4, 14).

"E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria... Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre"; "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecado" (1 Timoteo 3:16; Filipenses 2:9-11; Colosenses 1:14, 15). La encarnación de Cristo es el misterio de todos los misterios (En lugares celestiales, p. 41).

[Se cita S. Juan 1:1-4, 14] Este capítulo bosqueja el carácter y la importancia de la obra de Cristo. Como quien conoce el tema, Juan atribuye todo poder a Cristo y habla de su grandeza y majestad. Hace refulgir rayos divinos de preciosa verdad como la luz del sol. Presenta a Cristo como al único Mediador entre Dios y la humanidad (Mensajes selectos, tomo 1, p. 289).

Únicamente por el conocimiento de Dios aquí podemos prepararnos para encontramos con él en su venida... En sus lecciones y en sus poderosas obras, Cristo es una perfecta revelación de Dios. Este Cristo declara mediante el inspirado evangelista: "A Dios nadie lo vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (S. Juan 1: 18). "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (S. Mateo 11:27). Estas palabras muestran la importancia del estudio del carácter de Cristo. Únicamente por el conocimiento de Cristo podemos conocer a Dios.

Como nuestro representante, Cristo permanece en el fundamento más elevado posible. Cuando vino al mundo como mensajero de Dios, retuvo la salvación de Dios en su mano. Toda la humanidad fue liberada por él, porque en él estaba la plenitud de la Divinidad... Tan plenamente reveló Cristo al Padre, que los mensajeros enviados por los fariseos a tomado quedaron encantados por su presencia... Cuando contemplaron la suave luz de la gloria de Dios que envolvía su persona, cuando escucharon las bondadosas palabras que brotaban de sus labios, lo amaron. Y cuando... los fariseos les preguntaron: "¿Por qué no le habéis traído?", respondieron: "Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre" (Juan 7:45, 46) (En lugares celestiales, p. 250).

"A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). Cristo vino al mundo para revelar el carácter del Padre y para redimir a la raza caída. El Redentor del mundo era igual a Dios. Su autoridad era la autoridad de Dios. Declaró que no tenía existencia aparte del Padre. La autoridad con la que habló y obró milagros era expresamente suya, y sin embargo nos asegura que él y el Padre son uno (A fin de conocerle, p. 40).

Jueves 10 de abril

Y hay más todavía

"¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de la vida?" (1 Corintios 6:3).

Durante los mil años que transcurrirán entre la primera resurrección y la segunda, se verificará el juicio de los impíos. El apóstol señala este juicio como un acontecimiento que sigue al segundo advenimiento.

"No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor; el cual sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de los corazones" (1 Corintios 4:5, VM). Daniel declara que cuando vino el Anciano de días, "se dio el juicio a los santos del Altísimo" (Daniel 7:22). En ese entonces reinarán los justos como reyes y sacerdotes de Dios. San Juan dice en el Apocalipsis: "Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar". "Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años" (Apocalipsis 20:4, 6). Entonces será cuando, como está predicho por San Pablo "los santos han de juzgar al mundo" (1 Corintios 6:2).

Junto con Cristo juzgan a los impíos, comparando sus actos con el libro de la ley, la Biblia, y fallando cada caso en conformidad con los actos que cometieron por medio de su cuerpo. Entonces lo que los malos tienen que sufrir es medido según sus obras, y queda anotado frente a sus nombres en el libro de la muerte.

También Satanás y los ángeles malos son juzgados por Cristo y su pueblo. San Pablo dice: "¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?" (versículo 3). Y San Judas declara que "a los ángeles que no guardaron su original estado, sino que dejaron su propia habitación, los ha guardado en prisiones eternas, bajo tinieblas, hasta el juicio del gran día" (Judas 6, VM). (¡Maranata: El Señor viene!, p. 333).

"Yo y el Padre uno somos", declaró Cristo. "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mateo 11:27).

Cristo vino para enseñar a los seres humanos lo que Dios quiere que sepan. Arriba en los cielos, abajo en la tierra, en las anchas aguas del océano, vemos la obra de la mano de Dios. Todas las cosas creadas atestiguan su poder, sabiduría y amor. No obstante, ni las estrellas ni el océano ni las cataratas nos enseñarán a conocer la personalidad de Dios, tal como nos fue revelada en Cristo.

Dios vio que se necesitaba una revelación más clara que la naturaleza para retratar a lo vivo su personalidad y carácter. Mandó a su Hijo al mundo para que manifestara, en la medida en que la humana visión pudiera mirados, la naturaleza y los atributos del Dios invisible (Reflejemos a Jesús, p. 31).

Viernes 11 de abril

Para estudiar y meditar

El Deseado de todas las gentes, pp. 11-18.














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