martes, 22 de abril de 2008

La sabiduría de sus enseñanzas


Lección 4

(19 al 26 de Abril de 2008)

La sabiduría de sus enseñanzas

Dr. Rodrigo P. Silva

Bosquejo de la lección:

1. La enseñanza de Jesús (el Reino).

2. La práctica de Jesús (el perdón y la humildad).

3. Las lecciones de Jesús (la gracia y la fe).

Introducción

En la actualidad, la figura de un maestro es entendida en un sentido más bien profesional, lo que quizás dificulte comprender el rol de Cristo como educador. En aquellos tiempos, aunque los sofistas griegos ya habían inaugurado el sistema de maestros asalariados, muchos maestros todavía mantenían la antigua tradición de enseñar a través de la formación de discípulos.

En nuestros días, con la presión de aprobar la enseñanza primaria (enseñanza básica), formar un profesional (educación universitaria) , o incluso hacer el papel de educador que muchos padres no ejercen (la enseñanza fundamental) , desgraciadamente el ejercicio del magisterio se ha desgastado en demasía. Son muchos los maestros que se jubilan antes de tiempo porque no pueden soportar la falta de apoyo o la indisciplina de una generación que parece desconocer los límites. Otros prefieren servir como meros “canalizadores de información”, apenas repasando contenidos para cumplir con el contrato laboral, enseñándoles a sus alumnos quizás con la mejor didáctica, aunque sin involucrarse demasiado con ellos. No obstante, hay un grupo que todavía encara el magisterio como un ministerio que, más que tener alumnos, procura hacer discípulos que sigan sus enseñanzas partiendo de su ejemplo de vida. Estos profesionales son aquellos que, al ver a sus alumnos desenvolviéndose bien en la vida, pueden con orgullo decir que “los alumnos son la venganza del maestro”.

Cristo, como maestro, no fue un sofista profesional de la enseñanza. Fue el Maestro que convivió con sus discípulos siguiendo el modelo tradicional, esto es, caminó con ellos, comió con ellos, durmió en su casa, los reprendió cuando fue preciso y los defendió cuando fue necesario. Fue una saludable mezcla de Amigo, Maestro, Consejero y Educador.

La enseñanza de Jesús

El así llamado Sermón del Monte fue ubicado por Mateo en una posición muy estratégica. Al final de cuentas, era el código de ética del reino, la cartilla que muestra cómo viven y se comportan los ciudadanos del Reino de Cristo. Notemos que Mateo, inspirado por el Espíritu Santo, escogió al dedillo los detalles de la vida de Moisés que coincidían con otros de la vida de Jesús y los puso en su Evangelio antecediendo al Sermón del Monte. Ambos, Jesús y Moisés, nacieron y fueron perseguidos por un rey tirano (Faraón y Herodes), pero lograron escapar aunque hubo otros niños fueron asesinados. Después de haberse librado de la muerte, ambos fueron a Egipto. Moisés salió de allí a un peregrinaje de cuarenta años por el desierto; y Jesús, a una temporada de cuarenta días también. El primero subió al monte Sinaí y trajo consigo a los Diez Mandamientos. El segundo también subió a un monte, y de allí trajo los mandamientos del reino. Moraleja de la historia: Cristo es el nuevo Moisés, y el Sermón del Monte, las reglas de su reinado. El mismo Martín Lutero se refería a este Sermón como el “mismo Moisés”, o sea, un discurso de Cristo en el cual Moisés era multiplicado, siendo elevado al cuadrado y ampliado a su más alto grado.

Pero si examinamos este mensaje de Cristo, parece hasta un tanto confuso y contradictorio: “Bienaventurados los que lloran…, los que son perseguidos… los que tienen hambre…, etc. Como declaró Phillip Yancey, parece que los “felices son los infelices”. A continuación, tenemos un pesado código de reglas que pena como asesinos a aquellos que se impacientan con su semejante y considera adulterio a aquél que, aunque no tocara físicamente a una mujer, la mire con deseo impuro. Esto, considerándolo a priori, destruye aquella idea simplista de la “gracia barata” en los discursos de Cristo. También aporta otra lectura para la filosofía de “lo que vale es la intención”. Jesús indica que eso es verdad, pero en el sentido inverso al que tradicionalmente es presentado. Generalmente, la idea de esta manera de pensar es que no importa cuánto me equivoque, si mi intención ha sido buena, eso es lo que vale. Pero, en el discurso del Maestro, no importa cuánto yo NO me equivoque, si mi intención era pecar, lo que vale es la intención, y eso ya hace de mí un culpable. Llega a hacerse difícil entender cómo, después de proferir tan duro discurso, las multitudes pudieron quedar tan maravilladas, ¡y no amedrentadas! (Mateo 7:28).

Una de las maneras de poder comprender esto es comprendiendo el uso que muchos rabinos judíos hacían de un método de enseñanza llamado mashal (o meshalim, en su forma plural). En la tradición judía, mashal es un término genérico para identificar a todas las clases de figuras del lenguaje o alegorías utilizadas en un discurso o una enseñanza, desde una pequeña hipérbole, hasta una sofisticada parábola. Algunos de los Salmos y de los Proverbios, por ejemplo, son llamados meshalim.

El Nuevo Testamento denomina parábolas a algunas de esas enseñanzas, pero no debemos confundir este hecho con la idea griega de parábola, que indica una ilustración siempre alegórica abierta a interpretaciones y reinterpretaciones de cada elemento de la historia. A diferencia de este modelo, los meshalim eran intencionalmente capciosos y confusos, que causaban la duda en los oyentes. Estarían así más cercanos al concepto griego de enigma o adivinanza.

Notamos este tono en las enseñanzas de Cristo. En Marcos 4:11, 12, Él habla del “secreto del reino de Dios” dado a los discípulos, y explica que muchas parábolas tienen el sentido de meshalim o misterio, esto es, para que los que lo vean, no perciban; y los que entiendan, no lo recuerden. Los misterios de Dios no se descifran con la genialidad humana, sino por el misterio del Espíritu Santo. En otras palabras, los misterios del reino no son descifrados por la inteligencia humana, sino revelados por la Providencia divina. Antagonismos como los utilizados por Cristo eran, en cierta manera, enigmáticos y así se conservaban mejor en la mente de las personas que los oían, haciendo que no sólo memorizaran su contenido, sino reflexionar en su significado.

Volviendo a la cuestión de la decepción con las palabras de Cristo, lo que debía ser en principio una cartilla de orientaciones, se convirtió en un patrón demasiado elevado, algo que –en las palabras de Lutero– “ningún hijo de Adán podía jamás obedecer”. Es una ley, y por ello, únicamente condena y no salva. ¿Sería entonces utópica la enseñanza de Jesús? ¿Cómo clasificar entonces al Sermón del Monte? ¿Inalcanzable o funcional? Pues bien, creo que la respuesta está en Mateo 5:20, 48. En estos dos versículos, Cristo muestra la clase de comportamiento que está reprendiendo. Los fariseos y los escribas de enorgullecían de ser los más fieles de todos y, por eso, se convirtieron en un modelo de perfección legalista para el pueblo. La intención de Jesús fue:

· Quitar de entre el pueblo el mito acerca de los fariseos y escribas, que eran considerados modelo de perfección. El modelo es el Padre Celestial.

· Mostrar que, al contrario que lo estos líderes legalistas querían que el pueblo creyera, su práctica religiosa estaba a kilómetros de distancia del ideal. Ellos eran hipócritas (Mateo 6:5).

· Corregir la distorsión religiosa generada por los rabinos legalistas que hicieron de la ley un fin en sí misma. A ellos les gustaba caminar con un trozo de la ley atado en la cabeza para que todos vieran cuán “piadosos” eran.

En este último punto, al mostrar la imposibilidad de que los seres humanos inclinados al pecado cumplieran cabalmente los Mandamientos, Jesús concluyó que nadie, por sí mismo, alcanzará el ideal de perfección, no como el de los escribas y fariseos, sino el de Dios. Luego de este duro discurso, lo único que queda es el perdón y la misericordia divinos. Y allí es exactamente donde encaja el rol del Mesías.

El plan de enseñanza de Cristo era el siguiente: La Ley moral no es un fin en sí misma, sólo nos muestra el pecado y nos señala culpables. Nada puede hacer para salvarnos. Entonces, nos lleva a la Ley Ceremonial (Mateo 5:23, 24; 6:16, etc.), la que tampoco debía ser un fin en sí misma, puesto que apunta a la sanidad, al perdón de las culpas y nos señala al Mesías, el Único que puede concedernos la capacidad de obedecer (Juan 15:4, 5). Mas el encuentro con el Mesías no nos deja sin frutos; allí aparece el resultado visible en nuestro estilo de vida: seremos positivos en nuestra palabra (Mateo 5:37); perdonaremos y amaremos a nuestro prójimo (5:38-48); no practicaremos la justicia con el fin de obtener vanagloria (6:1); ni serviremos a las riquezas (6:19, 24).

En síntesis, el Sermón del Monte es un ideal, una perfección que, por nosotros mismos, jamás lograremos, pero que, por la gracia de Cristo, podemos y debemos perseguir. Y eso significa el esfuerzo de toda una vida, ¡no de un momento aislado! Incluso podemos llegar a decir que quizá nunca lo alcancemos en este mundo, tal como el propio apóstol Pablo no pretendía haberlo alcanzado (Filipenses 3:12), pero él continuó prosiguiendo rumbo a la meta de la perfección y eso es lo que contará en el día del juicio. Hasta el último instante de nuestra vida (o en el momento mismo del regreso de Cristo), que seamos encontrados caminando rumbo a la meta, no importando la velocidad o el nivel en el que estemos. Quien esté cerca, pero se haya detenido, se perderá; pero que esté distante o lento, pero caminando ¡se salvará!

Un detalle más. Muchos podrán estar en el camino de la perfección tal como lo estaban los fariseos, pero si sus pasos no son el fruto de la gracia y sí de un legalismo que haga que supuestamente se sientan salvos y “mejores que los demás”, no servirá de nada. Terminarán saliéndose de la ruta, tomando un atajo que los lleve a la perdición. Caminar en la senda es el fruto de la gracia divina sobre los que buscan el ideal (compara Mateo 5: con 6:5).

La práctica de Jesús (perdón y humildad)

Es curioso notar que todo lo que Jesús enseñó “teóricamente” en el Sermón del Monte es, en principio, ilustrado de manera práctica por medio de su comportamiento. Mateo se esfuerza en mostrarlo. Por ejemplo, sus instrucciones acerca de cómo ayunar (Mateo 6:16-18), es seguida a rajatabla por Jesús en su solitaria lucha de cuarenta días por el desierto (Mateo 4:1-11). Su abordaje de la oración (Mateo 6:5-8), fue seguida estrictamente en los abundantes momentos de comunión con Dios en los que Él se apartaba de todos, subía al monte, y oraba al Padre (Mateo 14:23). Más todavía: cuando pronunció la oración modelo (Mateo 6:9-14), demostró cumplirla en el momento de mayor dolor en su vida, en el que – pesar de la angustia que sentía– pidió que se cumpliera la voluntad del Padre (Mateo 26:39; comparar con 6:9), además de perdonar a los que lo estaban crucificando (aunque esto último haya sido registrado sólo por Lucas 23:43; comparar con Mateo 6:14).

La lección destaca dos de esas prácticas de Jesús: el perdón y la humildad. Con respecto al perdón, debemos entenderlo en un sentido vertical (nosotros y Dios) y en un sentido horizontal (nosotros y nuestros semejantes).

En el sentido vertical, el perdón ya está garantizado en la cruz del Calvario. Sólo basta con apropiarnos de él. No es algo que Dios analizará para ofrecernos una respuesta posterior. El nos acepta desde que respondamos afirmativamente a su gracia.

Pero hay distorsiones con respecto al perdón divino que deben ser corregidas. Algunos piensan que, una vez que son salvos y perdonados, ya estamos para siempre salvos y perdonados. A su vez, otros construyen una idea de un Dios débil, que no tiene el coraje de destruir, sino sólo el de amar y perdonar indefinidamente. Mateo 12:31, 32; 18:6-9 y Marcos 14:21 son pasajes que nos advierten contra la idea de que Dios tiene un corazón demasiado blando y no tomará la decisión de destruirnos o que una vez que lo aceptamos no corremos el riesgo de apartarnos de Él. Debemos cuidarnos de esta manera de pensar. El Apocalipsis habla de la ira del Cordero, lo que significa que el Dios Salvador es también el Juez. En una época en la que los hijos están acostumbrándose a equivocarse y que sus padres atenúen sus faltas porque no ejercen los límites o la disciplina efectiva, corremos el riesgo de estar creando una generación de creyentes que consideran a Dios como un Padre sin autoridad que no hace otra cosa que agradar a sus hijos perdonándoles indefinidamente sus faltas, sin ánimo de castigarlos. ¡Y esto es muy peligroso!

Otro problema en relación al perdón dado por Dios tal vez resida en la dificultad que algunos tienen de sentirse perdonados. A menos que sanen emocionalmente de esta desviación, la gracia divino no podrá hacer mucho por ellos, pues están como anestesiados. Viven pidiendo perdón por cosas que ya han sido perdonadas y terminan volviéndose infelices de tanto ansiar la felicidad.

En el sentido horizontal, el perdón al prójimo es algo que también nos ayuda. Es la retención del perdón lo que nos enferma. El 28 de noviembre del año 2002, el diario Folha de Sao Paulo publicó una pequeña lista de enfermedades que el rencor o la falta de perdón pueden ocasionar o acentuar. Quienes aportaron estos datos son los doctores Roberto Leite, coordinador de la Unidad de Medicina del Comportamiento de la UniFESP, y José Antonio Atta, jefe del servicio ambulatorio de clínica general del Hospital de Clínicas:

· Depresión

· Cefalea

· Dolores musculares (principalmente en las costillas)

· Fibromialgia

· Gastritis y úlceras

· Problemas cardiovasculares, tales como la hipertensión.

· Problemas intestinales, como el Síndrome de Intestino Irritable.

· Problemas de memoria.

· Problemas en la piel, como la urticaria.

· Disminución de la inmunidad a las enfermedades.

· Todas las enfermedades alérgicas, como el asma.

· Vértigo.

Alguien dijo que el rencor es un veneno que tú tomas queriendo que otro sea el que se muera…

¿Y en cuanto a la humildad? Esta fue, sin duda alguna, una de las lecciones más difíciles de aprender para los discípulos. Sus peleas por el liderazgo del grupo o por quién sería el mayor, hizo que Jesús tuviera que reprenderlos varias veces, tanto en privado como en público. El gran problema de la falta de humildad es que las personas que sufren ese mal tienen, por regla general, una distorsión con respecto a Dios en su vida. O se sienten demasiado miserables y por eso intentan compensar el sentimiento de inutilidad con arrogancia y exaltación (no comprenden el plan de la gracia), o se sienten demasiado buenas, y por eso reflejan su gloria sintiéndose como si un pequeño dios habitara dentro de ellos (tampoco comprenden que igualmente necesitan de la gracia). Todavía creen en las engañosas palabras de la serpiente: “Seréis como Dios”.

Las lecciones de Jesús (la gracia y la fe).

La lección culmina mencionando varios episodios en los que la gracia de Cristo fue revelada a diferentes clases de personas: a Pedro, a los trabajadores de la primera y última hora, a María Magdalena, a Simón, al hijo pródigo y su hermano mayor, a la mujer atrapada en adulterio.

Tal vez el tiempo no permita que todos esos tópicos sean analizados en detalle en cada clase. No caigamos en la tentación de hacerlo, pues difícilmente podríamos abarcarlo por completo. Lo ideal tal vez sea aplicar los principios generales sobre la gracia y la fe que estos pasajes presentan:

1. De la declaración de Juan: La gracia es lo que me permite contemplar la gloria de Dios en Cristo (Juan 1:14).

2. Del episodio de Pedro caminando sobre las aguas: La gracia consiste en mirar constantemente a Jesús, no hacia las olas, el barco o a los compañeros. Cuando perdemos de vista esa contemplación, nos hundimos, y eso sólo sucede si albergamos una fe insuficiente como para mirar a Cristo y no a las personas o pruebas que nos rodean.

3. De la cena en casa de Simón: Quien se dice perdonado debe automáticamente reconocer el perdón divino en los demás, tanto o más pecadores que él mismo. Si eso no ocurre, es porque la gracia no nos ha alcanzado de manera efectiva.

4. De la parábola del hijo pródigo: Hay personas visiblemente perdidas (el hijo más joven), y otras que están perdidas, pero disfrazadas (el hijo mayor). Este último tal vez sea el caso más delicado, pues es alguien aparenta no necesitar ayuda, y continúa aparentándolo. Por eso no pide el perdón. Viven como si estuvieran bajo la gracia, pero están completamente fuera de ella. No comprenden que Dios está siempre dispuesto a recibir nuevamente a todos los que van hacia Él en búsqueda del perdón, ya sea que vengan de afuera o de dentro del hogar.

5. Del juicio de la mujer adúltera: Los mandamientos son grabados en piedra, para que duren para siempre. Los pecados son escritos en la arena para ser borrados con el soplo del Espíritu Santo. Pero permanece el consejo “Vete, y no peques más”.

Cualquier enseñanza sobre la salvación, la gracia y la fe que no transforme nuestra vida no puede ser considerada una legítima enseñanza bíblica.

Dr. Rodrigo P. Silva

Profesor de Teología

Seminario Adventista Latinoamericano de Teología

Univ. Adventista de San Pablo – Campus II

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