lunes, 7 de abril de 2008

La Divinidad de Cristo

Lección 2

(5 al 12 de Abril de 2008)

La divinidad de Cristo

Elena G. de White

Jesús, un ser divino

El Señor Jesús coloca su mano sobre el trono eterno de Dios con toda la facilidad y seguridad del que gobierna y reina, y se ciñe la corona de la divinidad; se sienta a la diestra de Dios y recibe honra suprema como Dios, la gloria que tenía antes de la existencia del mundo. Distribuye sus dones a todos los que por fe los reclaman... (Carta 83, p. 1895). A fin de conocerle, p. 340.

Otro error peligroso es el de la doctrina que niega la divinidad de Cristo, y asevera que él no existió antes de su venida a este mundo. Esta teoría encuentra aceptación entre muchos que profesan creer en la Biblia; y sin embargo contradice las declaraciones más positivas de nuestro Salvador respecto a sus relaciones con el Padre, a su divino carácter y a su preexistencia. Esta teoría no puede ser sostenida sino violentando el sentido de las Sagradas Escrituras del modo más incalificable. No sólo rebaja nuestro concepto de la obra de redención, sino que también socava la fe en la Biblia como revelación de Dios. Al par que esto hace tanto más peligrosa dicha teoría la hace también más difícil de combatir. Si los hombres rechazan el testimonio que dan las Escrituras inspiradas acerca de la divinidad de Cristo, inútil es querer argumentar con ellos al respecto, pues ningún argumento, por convincente que fuese, podría hacer mella en ellos, "El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque le son insensatez; ni las puede conocer, por cuánto se disciernen espiritualmente" (1 Corintios 2: 14, V.M.) Ninguna persona que haya aceptado este error, puede tener justo concepto del carácter o de, la misión de Cristo, ni del gran plan de Dios para la redención del hombre. El conflicto de los siglos, pp. 578-579.

La encarnación de Cristo, su divinidad, su expiación, su vida admirable en el cielo como nuestro abogado, el ministerio del Espíritu Santo, todos estos temas vitales del cristianismo son revelados desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Consejos para los maestros, p. 413.

Ruega que ellos puedan presenciar una manifestación de su divinidad que los consuele en la hora de su agonía suprema, con el conocimiento de que él es seguramente el Hijo de Dios, y que su muerte ignominiosa es parte del plan de la redención. El Deseado de todas las gentes, p. 389.

Jesús dice: "Mi Padre que está en los cielos", como para recordar a sus discípulos que mientras que por su humanidad está vinculado con ellos, participa de sus pruebas y simpatiza con ellos en sus sufrimientos, por su divinidad está unido con el trono del Infinito. ¡Admirable garantía! Los seres celestiales se unen con los hombres en simpatía y labor para la salvación de lo que se había perdido. Y todo el poder del cielo se pone en combinación con la capacidad humana para atraer las almas a Cristo. El Deseado de todas las gentes, p. 410.

Tratando todavía de dar la verdadera dirección a su fe, Jesús declaró: "Yo soy la resurrección y la vida." En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. "El que tiene al Hijo, tiene la vida". La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna. El Deseado de todas las gentes, p. 489.

Al rechazar la prueba de la divinidad de Jesús, estos sacerdotes y gobernantes se habían encerrado a sí mismos en tinieblas impenetrables. Se habían puesto enteramente bajo el dominio de Satanás, para ser arrastrados por él al mismo abismo de la ruina eterna. Sin embargo, estaban tan engañados que estaban contentos consigo mismos. Se consideraban patriotas que procuraban la salvación de la nación. El Deseado de todas las gentes, p. 499.

Pero muchos de los que llamaban a Jesús Hijo de David, no reconocían su divinidad. No comprendían que el Hijo de David era también el Hijo de Dios. El Deseado de todas las gentes, p. 561.

Los enemigos de Jesús desahogaron su ira sobre él mientras pendía de la cruz. Sacerdotes, príncipes y escribas se unieron a la muchedumbre para burlarse del Salvador moribundo. En ocasión del bautismo y de la transfiguració n, se había oído la voz de Dios proclamar a Cristo como su Hijo. Nuevamente, precisamente antes de la entrega de Cristo, el Padre había hablado y atestiguado su divinidad. Pero ahora la voz del cielo callaba. Ningún testimonio se oía en favor de Cristo. Solo, sufría los ultrajes y las burlas de los hombres perversos. El Deseado de todas las gentes, pp. 695-696.

La naturaleza inanimada había conocido a Cristo y había atestiguado su divinidad. Pero los sacerdotes y príncipes de Israel no conocieron al Hijo de DIOS. El Deseado de todas las gentes, p. 716.

Cristo es ahora reconocido como el Rey de gloria. "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" (Mateo 21:9). La cuestión de su divinidad ha sido definida para siempre. ¿Dónde están los que mantuvieron atados al Salvador ante el tribunal de Pilato, los que lo hirieron en el rostro, los que lo azotaron, los que introdujeron los clavos en sus manos y pies? ¿Los que se mofaron de él, diciendo, “a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar…”? ¿Dónde está el brazo mezquino que se ha de levantar contra él ahora? Ha cambiado la escena. Ante el nombre de Jesús se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo, Señor del cielo y de la tierra… Los ángeles del cielo se inclinan en adoración ante él. Sus enemigos disciernen el error que han cometido y toda lengua confiesa su divinidad. En los lugares celestiales, p. 358.

Ellos habían pensado encontrar a los apóstoles acobardados de temor bajo la fuerte mano de la opresión y el asesinato, pero los hallaron por encima de todo temor, llenos del Espíritu, proclamando con poder la divinidad de Jesús de Nazaret. Los oyeron declarar con intrepidez que Aquel que había sido recientemente humillado, escarnecido, herido por manos crueles, y crucificado, era el Príncipe de la vida, exaltado ahora a la diestra de Dios. Los hechos de los apóstoles, pp. 34-35.

En especial rogó que pudieran presenciar tan evidente manifestación de su divinidad, que disipara de sus mentes todo resto de su incredulidad y duda; una manifestación que en la hora de su agonía suprema los confortara con el seguro conocimiento de que era el Hijo de Dios, y que su afrentosa muerte formaba parte del divino plan de redención. Testimonios selectos, tomo 2, p. 62.

Cuando el hombre pueda medir el excelso carácter del Señor de los ejércitos, y distinguir entre el Dios eterno y el hombre finito, sabrá cuán grande ha sido el sacrificio del Cielo para sacar al hombre de donde estaba caído por la desobediencia para formar parte de la familia de Dios... La divinidad de Cristo es nuestra seguridad de vida eterna... Él, quien llevó los pecados del mundo, es nuestro único medio de reconciliació n con un Dios santo (Youth's Instructor 11-2-1897). A fin de conocerle, p. 37.

La divinidad de Cristo debe ser constantemente sustentada. Cuando el Salvador preguntó a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:15, p. 16). Dijo Cristo "sobre esta roca", no sobre Pedro, sino sobre el Hijo de Dios, "edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (versículo 18). Alza tus ojos, p. 56.

A medida que los años transcurrían y el número de creyentes crecía, Juan trabajaba con mayor fidelidad y fervor en favor de sus hermanos. Los tiempos estaban llenos de peligro para la iglesia. Por todas partes existían engaños satánicos. Por medio de la falsedad y el engaño los emisarios de Satanás procuraban suscitar oposición contra las doctrinas de Cristo; como consecuencia las disensiones y herejías ponían en peligro a la iglesia. Algunos que creían en Cristo decían que su amor los libraba de obedecer la ley de Dios. Por otra parte, muchos creían que era necesario observar las costumbres y ceremonias judías; que una simple observancia de la ley, sin necesidad de tener fe en la sangre de Cristo, era suficiente para la salvación. Algunos sostenían que Cristo era un hombre bueno, pero negaban su divinidad. Otros que pretendían ser fieles a la causa de Dios eran engañadores que negaban en la práctica a Cristo y su Evangelio. Viviendo en transgresión ellos mismos, introducían herejías en la iglesia. Por eso muchos eran llevados a los laberintos del escepticismo y el engaño. Los hechos de los apóstoles, pp. 441-442.

Las evidencias de su divinidad

La resistencia mostrada por los sacerdotes y gobernantes hacia su obra correspondía con las convincentes evidencias de su divinidad. Tenían celos de El porque poseía un poder que atraía a la gente. Alza tus ojos, p. 78.

A veces vacilaba [María] entre Jesús y sus hermanos, que no creían que era el enviado de Dios; pero abundaban las evidencias de la divinidad de su carácter. El Deseado de todas las gentes, p. 70.

En ocasión del bautismo del Salvador, Satanás se hallaba entre los testigos. Vio la gloria del Padre que descansaba sobre su Hijo. Oyó la voz de Jehová atestiguar la divinidad de Jesús. El Deseado de todas las gentes, p. 90-91.

No sin lucha pudo Jesús escuchar en silencio al supremo engañador. Pero el Hijo de Dios no había de probar su divinidad a Satanás, ni explicar la razón de su humillación. Accediendo a las exigencias del rebelde, no podía ganar nada para beneficio del hombre ni la gloria de Dios. El Deseado de todas las gentes, p. 94.

El pánico se apoderó de la multitud, que sentía el predominio de su divinidad. Gritos de terror escaparon de centenares de labios pálidos. Aun los discípulos temblaron. Les causaron pavor las palabras y los modales de Jesús, tan diferentes de su conducta común. El Deseado de todas las gentes, p. 132.

A pesar de toda la evidencia de que Jesús era el Cristo, el solicitante había resuelto creer en él tan sólo si le otorgaba lo que solicitaba. El Salvador puso esta incredulidad en contraste con la sencilla fe de los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal. Su palabra, evidencia siempre presente de su divinidad, tenía un poder convincente que alcanzó sus corazones. Cristo se apenó de que su propio pueblo, al cual habían sido confiados los oráculos sagrados, no oyese la voz de Dios que le hablaba por su Hijo. El Deseado de todas las gentes, p. 168.

Así iba transcurriendo el día, viéndolo y oyéndolo todo los discípulos de Juan. Por fin, Jesús los llamó a sí y los invitó a ir y contar a Juan lo que habían presenciado, añadiendo: "Bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí." La evidencia de su divinidad se veía en su adaptación a las necesidades de la humanidad doliente. Su gloria se revelaba en su condescendencia con nuestro bajo estado. El Deseado de todas las gentes, p. 188.

Pero Jesús les dio entonces una evidencia de su divinidad revelando sus pensamientos secretos. El Deseado de todas las gentes, p. 205.

Pero Pedro ya no pensaba en los barcos ni en su carga. Este milagro, más que cualquier otro que hubiese presenciado era para él una manifestación del poder divino. En Jesús vio a Aquel que tenía sujeta toda la naturaleza bajo su dominio. La presencia de la divinidad revelaba su propia falta de santidad. Le vencieron el amor a su Maestro, la vergüenza por su propia incredulidad, la gratitud por la condescendencia de Cristo, y sobre todo el sentimiento de su impureza frente a la pureza infinita. Mientras sus compañeros estaban guardando el contenido de la red, Pedro cayó a los pies del Salvador, exclamando: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." El Deseado de todas las gentes, pp. 212-213.

Si Jesús hubiese pagado el tributo sin protesta, habría reconocido virtualmente la justicia del pedido, y habría negado así su divinidad. Pero aunque consideró propio satisfacer la demanda, negó la pretensión sobre la cual se basaba. Al proveer para el pago del tributo, dio evidencia de su carácter divino. Quedó de manifiesto que él era uno con Dios, y por lo tanto no se hallaba bajo tributo como mero súbdito del Rey. El Deseado de todas las gentes, p. 401.

Jesús dio a los rabinos una evidencia de su divinidad, demostrándoles que leía su corazón. El Deseado de todas las gentes, p. 420.

Al demorar en venir a Lázaro, Jesús tenía un propósito de misericordia para con los que no le habían recibido. Tardó, a fin de que al resucitar a Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e incrédulo, otra evidencia de que él era de veras "la resurrección y la vida." Le costaba renunciar a toda esperanza con respecto a su pueblo, las pobres y extraviadas ovejas de la casa de Israel. Su impenitencia le partía el corazón. En su misericordia, se propuso darles una evidencia más de que era el Restaurador, el único que podía sacar a luz la vida y la inmortalidad. Había de ser una evidencia que los sacerdotes no podrían interpretar mal. Tal fue la razón de su demora en ir a Betania. Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro, había de poner el sello de Dios sobre su obra y su pretensión a la divinidad. El Deseado de todas las gentes, p. 487.

Este gran milagro era la evidencia máxima que ofrecía Dios a los hombres en prueba de que había enviado su Hijo al mundo para salvarlo. Era una demostración del poder divino que bastaba para convencer a toda mente dotada de razón y conciencia iluminada. Muchos de los que presenciaron la resurrección de Lázaro fueron inducidos a creer en Jesús. Pero el odio de los sacerdotes contra él se intensificó. Habían rechazado todas las pruebas menores de su divinidad, y este nuevo milagro no hizo sino enfurecerlos. El muerto había sido resucitado en plena luz del día y ante una multitud de testigos. Ningún sofisma podía destruir tal evidencia. Por esta misma razón, la enemistad de los sacerdotes se hacía más mortífera. Estaban más determinados que nunca a detener la obra de Cristo. El Deseado de todas las gentes, p. 495.

Pero mientras el sentimiento popular se inclinaba a Jesús, el odio de los sacerdotes hacia él aumentaba. La sabiduría por la cual había rehuido las trampas que le tendieran era una nueva evidencia de su divinidad y añadía pábulo a su ira. El Deseado de todas las gentes, p. 545.

Admirable había sido la longanimidad de Jesús en su trato con esta alma tentada. Nada que pudiera hacerse para salvar a Judas se había dejado de lado. Después que se hubo comprometido dos veces a entregar a su Señor, Jesús le dio todavía oportunidad de arrepentirse. Leyendo el propósito secreto del corazón del traidor, Cristo dio a Judas la evidencia final y convincente de su divinidad. Esto fue para el falso discípulo el último llamamiento al arrepentimiento. El Deseado de todas las gentes, p. 611.

Pero Judas no estaba completamente empedernido. Aun después de haberse comprometido dos veces a traicionar al Salvador, tuvo oportunidad de arrepentirse. En ocasión de la cena de Pascua, Jesús demostró su divinidad revelando el propósito del traidor. Incluyó tiernamente a Judas en el servicio hecho a los discípulos. Pero no fue oída su última súplica de amor. Entonces el caso de Judas fue decidido, y los pies que Jesús había lavado salieron para consumar la traición. El Deseado de todas las gentes, p. 667.

Los enemigos de Cristo habían pedido un milagro como prueba de su divinidad. Tenían una prueba mayor que cualquiera de las que buscasen. Así como su crueldad degradaba a sus atormentadores por debajo de la humanidad a semejanza de Satanás, así también la mansedumbre y paciencia de Jesús le exaltaban por encima de la humanidad y probaban su relación con Dios. Su humillación era la garantía de su exaltación. El Deseado de todas las gentes, p. 683.

Los jueces judíos habían recibido pruebas inequívocas de la divinidad de Aquel a quien condenaban a muerte. Y según la luz que habían recibido, serían juzgados. El Deseado de todas las gentes, p. 686.

Cristo conocía la misión que traían los mensajeros, y mediante una grandiosa demostración de su poder les dio evidencias inconfundibles de su divinidad. Reflejemos a Jesús, p. 344.

La divinidad de Jesús fue reconocida

"Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, le adoraron." Bajo el humilde disfraz de Jesús, reconocieron la presencia de la divinidad. Le dieron sus corazones como a su Salvador, y entonces sacaron sus presentes, "oro e incienso y mirra." ¡Qué fe la suya! El Deseado de odas las gentes, p. 45.

Los heraldos celestiales provocaron la ira de la sinagoga de Satanás. El [Satanás] siguió los pasos de los encargados del Niño Jesús. Oyó la profecía de Simeón en el atrio del templo... "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación" (Lucas 2:29, p. 30). Satanás se puso frenético al verificar que el anciano Simeón reconocía la divinidad de Cristo. La maravillosa gracia, p. 162

Jesús dijo: "Gloria de los hombres no recibo." No deseaba la influencia ni la sanción del Sanedrín. No podía recibir honor de su aprobación. Estaba investido con el honor y la autoridad del cielo. Si lo hubiese Deseado, los ángeles habrían venido a rendirle homenaje; el Padre habría testificado de nuevo acerca de su divinidad. Pero para beneficio de ellos mismos, por causa de la nación cuyos dirigentes eran, deseaba que los gobernantes judíos discerniesen su carácter y recibiesen las bendiciones que había venido a traerles. El Deseado de todas las gentes, p. 183.

La venida del Mesías había sido anunciada primeramente en Judea. En el templo de Jerusalén, el nacimiento del precursor había sido predicho a Zacarías mientras oficiaba ante el altar. En las colinas de Belén, los ángeles habían proclamado el nacimiento de Jesús. A Jerusalén habían acudido los magos a buscarle. En el templo, Simeón y Ana habían atestiguado su divinidad. Jerusalén y toda Judea habían escuchado la predicación de Juan el Bautista; y tanto la diputación del Sanedrín como la muchedumbre habían oído su testimonio acerca de Jesús. En Judea, Cristo había reclutado sus primeros discípulos. Allí había transcurrido gran parte de los comienzos de su ministerio. La manifestación de su divinidad en la purificación del templo, sus milagros de sanidad y las lecciones de divina verdad que procedían de sus labios, todo proclamaba lo que después de la curación del paralítico en Betesda había declarado ante el Sanedrín: su filiación con el Eterno. El Deseado de todas las gentes, p. 198.

El mismo acontecimiento que destruyó las esperanzas de los discípulos convenció a José y a Nicodemo de la divinidad de Jesús. Sus temores fueron vencidos por el valor de una fe firme e inquebrantable. El Deseado de todas las gentes, pp. 719, p. 721.

Revistió su divinidad con humanidad

Es importante que cada uno de nosotros estudie para saber la razón de la vida de Cristo como ser humano, y lo que significa para nosotros, por qué el Hijo de Dios dejó los atrios celestiales, por qué descendió de su puesto como Comandante de los ángeles celestiales, que iban y venían a sus órdenes, por qué revistió su divinidad con humanidad, y con mansedumbre y humildad vino al mundo como nuestro Redentor (Youth’s Instructor, p. 21-01-1897). A fin de conocerle, p. 38.

Mira a Jesús, la Majestad del cielo. ¿Qué contemplas en la historia de su vida? Su divinidad revestida con la humanidad, toda una vida de continua humildad, la realización de un acto de condescendencia tras otro, una trayectoria de continuo descenso de las cortes celestiales a un mundo todo marchitado y malogrado con la maldición, un mundo indigno de su presencia, en el que descendió más y más, tomando la forma de un siervo, para ser despreciado y desechado de los hombres, obligado a huir de lugar en lugar para salvar su vida y, al fin, traicionado, rechazado, crucificado. Luego, como pecadores por quienes sufrió Jesús más de lo que los mortales pueden describir, ¿rehusaremos humillar nuestra orgullosa voluntad? (Carta 36, p. 1892). A fin de conocerle, p. 58.

¿Pero no depuso nuestro Maestro su ropaje real, su corona de gloria? ¿No cubrió su divinidad con humanidad, y vino a nuestro mundo a morir en sacrificio por el hombre? ¿Por qué no hablamos de esto? ¿Por qué no nos espaciamos en su amor incomparable? (Review and Herald, p. 11-02-1890). A fin de conocerle, p. 276.

Cristo asumió la humanidad a un costo infinito mediante un proceso penoso y misterioso tanto para los ángeles como para los hombres. Ocultando su divinidad y dejando a un lado su gloria, nació como un niño de Belén. En carne humana vivió la Ley de Dios, a fin de condenar el pecado en la carne, y confirmar ante las inteligencias celestiales que la ley fue establecida para proporcionar vida y asegurar la felicidad, la paz y el bien eterno de todos los que obedecen… Alza tus ojos, p. 88.

Aunque ocultó su divinidad bajo el manto de la humanidad, era el poderoso Abogado, el Príncipe de Paz. Su vida estaba llena de compasión y amor, bondad, amabilidad y benevolencia. Reveló la ciencia de la vida eterna; la ciencia que debemos incluir en todos nuestros esfuerzos (Manuscrito 83, del 20 de agosto de 1904, "Revelemos a Cristo ante el mundo"). Alza tus ojos, p. 244.

Contemplen a Jesús, el Salvador. Mediten en su humillación. Era el comandante de las huestes celestiales, pero depuso su corona y su mano real, y revistió su divinidad con humanidad, para que la humanidad se pusiera en contacto con la humanidad, y la divinidad se aferrara de la divinidad. Por causa del hombre caído, se humilló. Cada día con Dios, p. 298.

El Señor Jesús asumió la forma del hombre pecador, y revistió su divinidad con humanidad. Pero era santo, tal como Dios es santo. Si no hubiera sido sin mancha de pecado, no podría haber sido el Salvador de la humanidad. Era el Portador del pecado; no necesitaba expiación. Puesto que era uno con Dios en pureza y santidad de carácter, podía presentarse como propiciación por los pecados de todo el mundo. Cada día con Dios, p. 357.

El Señor Jesús puso a un lado su corona real, abandonó su puesto de alto mando, revistió su divinidad con humanidad a fin de que por medio de la humanidad pudiera elevar a la raza humana. De tal modo apreció las posibilidades de la raza humana, que se convirtió en el sustituto y seguridad del hombre. Coloca sus propios méritos sobre el hombre y así lo eleva en la escala de valor moral con Dios. Dios nos cuida, p. 136.

El Señor Jesús asumió la forma del hombre pecador, y revistió su divinidad con humanidad. Pero era santo, tal como Dios es santo. Si no hubiera sido sin mancha de pecado, no podría haber sido el Salvador de la humanidad. Era el Portador del pecado; no necesitaba expiación. Puesto que era uno con Dios en pureza y santidad de carácter, podía presentarse como propiciación por los pecados de todo el mundo. Dios nos cuida, p. 281.

Luego recordamos a Jesús que vino a nuestro mundo con sus benditos propósitos de amor, que se despojó a sí mismo de su ropaje real y su corona, que descendió del trono regio, que vistió su divinidad con humanidad y vino a nuestro mundo para transformarse en varón de dolores, experimentado en quebrantos. En los lugares celestiales, p. 40.

Jesús, nuestro Sustituto, aceptó cargar por el hombre con la penalidad de la ley transgredida. Cubrió su divinidad con humanidad y de ese modo llegó a ser el Hijo del Hombre, un Salvador y Redentor. Fe y obras, pp. 29-30.

Jesús dejó los atrios celestiales y depuso su propia gloria, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiese entrar en estrecho contacto con la humanidad, y por precepto y ejemplo pudiese elevar y ennoblecer la humanidad y restaurar en el alma humana la imagen perdida de Dios. La temperancia, pp. 36-37.

Jesús era la majestad del cielo, el amado comandante de los ángeles, quienes se complacían en hacer la voluntad de él. Era uno con Dios "en el seno del Padre" (Juan 1: 18), y sin embargo no pensó que era algo deseable ser igual a Dios mientras el hombre estuviera perdido en el pecado y la desgracia. Descendió de su trono, dejó la corona y el cetro reales, y revistió su divinidad con humanidad. Se humilló a sí mismo hasta la muerte de cruz para que el hombre pudiera ser exaltado a un sitial con Cristo en su trono. Mensajes selectos, tomo 1, pp. 377-378.

Jesús. . . caminó una vez como hombre sobre la tierra, su divinidad vestida de humanidad, como un hombre sufriente, tentado, acosado por los engaños de Satanás. . . Ahora El está a la diestra de Dios; está en el cielo como nuestro abogado, intercediendo por nosotros. Reflejemos a Jesús, p. 101.

Su naturaleza divino-humana

¿Fue la naturaleza humana del hijo de María transformada en la naturaleza divina del Hijo de Dios? No, ambas naturalezas fueron misteriosamente fusionadas en una sola persona: el Hombre Cristo Jesús. En El moraba toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. Cuando Cristo fue crucificado, fue su naturaleza humana la que murió. La Deidad no se debilitó ni murió; eso habría sido imposible. Cristo, el Inmaculado, salvará a cada hijo e hija de Adán que acepte la salvación ofrecida, y que consiente en ser hijo de Dios. Alza tus ojos, p. 258.

La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad. Fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en él. Y él vino para hacernos participantes de la naturaleza divina. Mientras estemos unidos con él por la fe, el pecado no tendrá dominio sobre nosotros. Dios extiende su mano para alcanzar la mano de nuestra fe y dirigirla a asirse de la divinidad de Cristo, a fin de que nuestro carácter pueda alcanzar la perfección. Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 180.

El Salvador anhelaba profundamente que sus discípulos comprendiesen con qué propósito su divinidad se había unido a la humanidad. Vino al mundo para revelar la gloria de Dios, a fin de que el hombre pudiese ser elevado por su poder restaurador. Dios se manifestó en él a fin de que pudiese manifestarse en ellos. Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los hombres no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si quieren vivir sometidos a Dios como él vivió. El Deseado de todas las gentes, pp. 619-620.

Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad, quedamos atónitos frente a un misterio insondable que la mente humana no puede comprender. Mientras más reflexionamos acerca de él, más extraordinario nos parece. ¡Cuán vasto es el contraste entre la divinidad de Cristo y el impotente bebecito del pesebre de Belén! ¿Cómo se puede medir la diferencia que hay entre el Dios todopoderoso y un niño impotente? Sin embargo el Creador de los mundos, Aquel en quien moraba la plenitud de la Deidad corporalmente, se manifestó en el desvalido bebé del pesebre. ¡Incomparablemente más elevado que todos los ángeles, igual al Padre en dignidad y gloria, y sin embargo vestido con la ropa de la humanidad! La divinidad y la humanidad se hallaban combinadas misteriosamente, y el hombre y Dios fueron uno solo. En esta unión es donde encontramos la esperanza de la raza caída. Signs of the Times, p. 30 de Julio, p. 1896. Exaltad a Jesús, p. 69.

La divinidad y la humanidad se reunieron en Cristo: el Creador y la criatura. La naturaleza de Dios, cuya ley había sido transgredida, y la de Adán, el transgresor, se conjugaron en Jesús: el Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Exaltad a Jesús, p. 339.

En Jesús la divinidad y la humanidad se unieron, y la única forma por la cual el hombre puede ser vencedor es convirtiéndose en participante de la naturaleza divina... La divinidad y la humanidad se combinan en el que tiene el espíritu de Cristo. Hijos e hijas de Dios, p. 26.

La unión de lo divino y lo humano que se manifestó en Cristo existe también en la Biblia. Las verdades reveladas son todas inspiradas divinamente; pero están expresadas en las palabras de los hombres y se adaptan a las necesidades humanas. Así puede decirse del Libro de Dios, como fue dicho de Cristo, que "aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros." (Juan 1:14.) Este hecho, lejos de ser un argumento contra la Biblia, debe fortalecer la fe en ella como palabra de Dios. Los que se pronuncian sobre la inspiración de las Escrituras, aceptando ciertas porciones mientras que rechazan otras partes como humanas, pasan por alto el hecho de que Cristo, el divino, participó de nuestra naturaleza humana a fin de que pudiese alcanzar a la humanidad. En la obra de Dios por la redención del hombre se combinan la divinidad y la humanidad. Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 345.

No había hombre en la tierra ni ángel en el cielo que pudiera haber pagado el castigo de los pecados. Jesús era el único que podía salvar al hombre rebelde. En él se combinaban la divinidad y la humanidad, y eso fue lo que dio eficiencia a la ofrenda en la cruz del Calvario. La misericordia y la verdad se encontraron en la cruz, la justicia y la paz se besaron. Mensajes selectos, tomo 1, p. 379.

El Redentor del mundo revistió su divinidad con humanidad para que pudiera alcanzar a la humanidad, pues se necesitó de lo divino y de lo humano para traer la salvación al mundo, necesaria por la caída del hombre. La divinidad necesitaba de la humanidad para que la humanidad proporcionara un canal de comunicación entre Dios y el hombre. El hombre necesita un poder exterior y superior a él para que lo restaure a la semejanza de Dios. Mensajes selectos, tomo 1, pp. 440-441.

La divinidad y la humanidad estaban combinadas en Cristo. La divinidad no se degradó hasta la humanidad. La divinidad mantuvo su lugar, pero la humanidad, estando unida con la divinidad, resistió la más tremenda prueba de la tentación en el desierto. El príncipe de este mundo vino a Cristo después de su largo ayuno, cuando estaba hambriento, y le sugirió que ordenara que las piedras se convirtieran en pan. Pero el plan de Dios, ideado para la salvación del hombre, disponía que Cristo conociera el hambre y la pobreza, y cada aspecto de la experiencia del hombre. Resistió a la tentación mediante el poder que puede tener el hombre. Se aferró del trono de Dios, y no hay un hombre o mujer que no pueda tener acceso a la misma ayuda mediante la fe en Dios. El hombre puede llegar a ser participante de la naturaleza divina. No vive una sola alma que no pueda pedir la ayuda del cielo en la tentación y la prueba. Cristo vino para revelar la fuente de su poder a fin de que el hombre nunca necesitara depender de sus capacidades humanas desvalidas. Mensajes selectos, tomo 1, p. 478.

Jesús rodeó a la raza [humana] con su humanidad, y unió la divinidad con la humanidad; así se le comunicó al ser humano poder moral por medio de los méritos de Jesús. Los que llevan su nombre deben santificarse a sí mismos por su gracia, para poder ejercer una influencia santificadora sobre todos aquellos con quienes se asocian (Review and Herald, p. 1 de marzo de 1892). Mensajes selectos, tomo 3, p. 225.

Jesús cargó sobre sí la vergüenza y la humillación que le correspondía sufrir a los pecadores. El es la Majestad del cielo, el Rey de gloria, e igual al Padre. Sin embargo, al vestir su divinidad con la humanidad, su humanidad pudo tocar a la humanidad y su divinidad pudo asirse de la divinidad. Si hubiera venido como un ángel, no podría haber participado de nuestros sufrimientos, tampoco podría haber sido tentado en todo como nosotros, ni haber sentido nuestras tristezas. En cambio, al venir vestido de la humanidad, como seguro sustituto del hombre, estuvo en condiciones de vencer, en nuestro lugar, al príncipe de las tinieblas, para que podamos ser victoriosos gracias a sus méritos. Recibiréis poder, p. 73.

Su divinidad fulguró a través de la humanidad

La divinidad de Cristo era un tesoro escondido. Mientras estuvo en la tierra, a veces la divinidad fulguraba a través de la humanidad y se revelaba su verdadero carácter. El Dios del cielo testificó de su unidad con su Hijo. A fin de conocerle, p. 60.

"¿Por qué me buscabais? –contestó Jesús– ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?" Y como no parecían comprender sus palabras, él señaló hacia arriba. En su rostro había una luz que los admiraba. La divinidad fulguraba a través de la humanidad. Al hallarle en el templo, habían escuchado lo que sucedía entre él y los rabinos, y se habían asombrado de sus preguntas y respuestas. Sus palabras despertaron en ellos pensamientos que nunca habrían de olvidarse. El Deseado de todas las gentes, p. 60.

Satanás había puesto en duda que Jesús fuese el Hijo de Dios. En su sumaria despedida tuvo una prueba que no podía contradecir. La divinidad fulguró a través de la humanidad doliente. Satanás no tuvo poder para resistir la orden. Retorciéndose de humillación e ira, se vio obligado a retirarse de la presencia del Redentor del mundo. La victoria de Cristo fue tan completa como lo había sido el fracaso de Adán. El Deseado de todas las gentes, p. 104.

"Y habiendo dicho estas cosas, clamó a gran voz: Lázaro, ven fuera. "Su voz, clara y penetrante, entra en los oídos del muerto. La divinidad fulgura a través de la humanidad. En su rostro, iluminado por la gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su poder. Cada ojo está fijo en la entrada de la cueva. Cada oído está atento al menor sonido. Con interés intenso y doloroso, aguardan todos la prueba de la divinidad de Cristo, la evidencia que ha de comprobar su aserto de que es Hijo de Dios, o extinguir esa esperanza para siempre. El Deseado de todas las gentes, p. 493.

De nuevo la mirada penetrante de Jesús recorrió los profanados atrios del templo. Todos los ojos se fijaron en él. Los sacerdotes y gobernantes, los fariseos y gentiles, miraron con asombro y temor reverente al que estaba delante de ellos con la majestad del Rey del cielo. La divinidad fulguraba a través de la humanidad, invistiendo a Cristo con una dignidad y gloria que nunca antes había manifestado. El Deseado de todas las gentes, pp. 541-542.

Con cuánto poder y firmeza pronunció estas palabras. Los judíos jamás habían escuchado palabras semejantes de labios humanos, y una influencia persuasiva se apoderó de ellos; porque pareció que la divinidad fulguró a través de la humanidad cuando Jesús dijo: "Yo y el Padre una sola cosa somos"... Jesús los miró con calma y les dijo intrépidamente. "Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?" Exaltad a Jesús, p. 220.

Sin advertirlo, habían pronunciado su propia sentencia. Jesús los contempló, y bajo su escudriñadora mirada ellos supieron que leía los secretos de su corazón. Su divinidad irradió delante de ellos con poder inconfundible. Vieron en los labradores el propio retrato de sí mismos, e involuntariamente exclamaron: "¡Dios nos libre!" Palabras de vida del Gran Maestro, p. 237.

La preexistencia de Cristo

La Biblia contiene un sistema sencillo y completo de teología y filosofía. Es el libro que nos hace sabios para salvación. Nos indica cómo alcanzar las moradas de felicidad eterna. Nos habla del amor de Dios revelado en el plan de la redención, e imparte el conocimiento esencial para todos: el conocimiento de Cristo. El es el Enviado de Dios; es el Autor de nuestra salvación. Pero si no fuera por la Palabra de Dios, no tendríamos ningún conocimiento acerca de que una persona llamada el Señor Jesús jamás visitara nuestro mundo, ni tampoco ningún conocimiento de su divinidad, como lo indica su existencia previa con el Padre. Exaltad a Jesús, p. 124.

La humillación del hombre Cristo Jesús es incomprensible para la mente humana, pero su divinidad y su existencia antes de que el mundo fuera formado nunca pueden ser puestas en duda por los que creen en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo habla de nuestro Mediador, el unigénito Hijo de Dios, el cual en un estado de gloria era en la forma de Dios, el Comandante de todas las huestes celestiales, y quien, cuando revistió su divinidad con humanidad, tomó sobre sí la forma de siervo. Mensajes selectos, tomo 1, p. 285.

No deis demasiado realce a los rasgos del mensaje que condenan las costumbres y prácticas de la gente, antes de que ésta haya tenido oportunidad de saber que creemos en Cristo, en su divinidad y en su preexistencia. Obreros evangélicos, p. 420.

Elena G. de White

Recopilación realizada por

Centro de investigaciones White

Universidad Adv. del Plata


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