lunes, 7 de abril de 2008

El misterio de su Divinidad


Lección 2

(5 al 12 de Abril de 2008)

El misterio de su divinidad

Dr. Rodrigo P. Silva

Bosquejo de la lección:

1. Su preexistencia.

2. Su testimonio y aparentes contradicciones.

3. El testimonio de sus discípulos

Introducción

Jesús fue el único Hombre que en su conciencia enarboló ser el Hijo de Dios. Cierta vez, utilicé este argumento en una conferencia que dicté en una universidad no adventista cuando me opuse a otro renombrado conferencista reconocido por afirmar, entre otras cosas, que Jesús no había resucitado, que no había nacido de una virgen, ni que volvería en las nubes de los cielos.

El encuentro se proponía estudiar al llamado Jesús histórico, por quien los participantes nutrían cierta simpatía, pero no como el Hijo de Dios sino como un judío apocalíptico o revolucionario que vivió en el pasado. Si Jesús no fue aquel que Él dijo que era, argumenté, El no debía ser admirado, sino denunciado, combatido, desmentido. Pero muchas estructuras de pensamiento han sido construidas sobre lo que Él dijo. Puedo admirar a Sócrates, Platón, Agustín o cualquier otro pensador del pasado y no estar de acuerdo con ellos, puesto que –al final de cuentas– ninguno de ellos declaró ser de naturaleza y origen divinos. Pero con Jesús es diferente: ¡Él dijo ser Dios! ¿Cómo oponerse con alguien con tales características? Si Él mintió, concluí en mi disertación, entonces debía ser combatido. Si dijo la verdad, debiera ser seguido. Realmente me sorprendió la reacción positiva de un público secularizado, que hasta ese momento sólo había oído cuestionamientos a la realidad histórica de los Evangelios, por lo que comprendí que, sea lo que fuere, digan lo que digan, todavía persiste en las personas un vacío con forma de Dios.

Y Jesucristo fue el Único capaz de llenar ese vacío cuando, fundamentalmente a través de la encarnación, le dio un rostro y un formato a una Divinidad que, esencialmente, estaba muy distante de nosotros.

1. Su preexistencia

La lección llama la atención a tres textos que merecen ser examinados en detalle. Ellos son Hebreos 1:1-4; Colosenses 1:15-20 y Miqueas 5:2.

El texto de Hebreos 1:1-4 debería ser leído con calma y comentado con los hermanos en la clase. Aporta excelentes revelaciones sobre la persona de Cristo, comenzando con el versículo 1. Notemos que el pasaje se inicia hablando del acto de Dios de comunicarse con los hombres y de cómo Él utilizó variados medios para lograrlo. Es curioso notar que, en el original hebreo, hay una diferencia textual que no se percibe en la traducción y que nos dice algo muy importante sobre Jesucristo. Allí se dice que Dios habló a los padres por los profetas; pero que en estos últimos días nos habló en el Hijo y no por el Hijo tal como sugieren las traducciones más usuales (RVR, NVI, DHH, etc.). ¿Cuál es el motivo de esta diferencia? Al final de cuentas, se estaría siguiendo la línea argumental de “por los profetas” que se utiliza anteriormente. Pero aquí, según todos los indicios, el propósito del autor fue hacer una explícita e intencional distinción entre Cristo y los profetas. Él no fue un mero hombre inspirado por Dios, tal como lo fueron –por ejemplo– Moisés, Elías y Daniel. ¡Él fue el propio Dios hablando a los hombres! Los profetas predicaron revelaciones que recibían de Dios. ¡Cristo fue la propia revelación de Dios! Era Dios en forma humana, la Segunda Persona representando a toda la Divinidad.

El segundo pasaje, de Colosenses 1:15-20, también es muy interesante. Refleja, literalmente, un despliegue de Génesis 1:1. Pablo a describe a Cristo como:

· IMAGEN del Dios invisible (versículo 15);

· PRIMOGÉNITO de toda la Creación (versículo 15);

· ANTECESOR de todas las cosas (versículo 17);

· CABEZA del cuerpo de la Iglesia (versículo 18);

· PRIMOGÉNITO entre los muertos (versículo 18);

· PREEMINENTE sobre todo (versículo 18).

Ahora, si comparamos estas cualidades utilizadas por Pablo con el libro de Génesis, descubrimos algo increíble. Moisés comienza su descripción de los orígenes diciendo “En el PRINCIPIO”. Pues bien, esa palabra principio (en hebreo Reshith) tiene varios significados. Según el Diccionario, proviene del vocablo Rosh y puede significar primogénito, anterior, primero, cabeza, principio (que fue la traducción adoptada para Génesis 1:1) y preeminencia. Entonces, ¿qué es lo que Pablo estaría queriéndonos decir al relacionar todos esos posibles significados con la persona de Cristo?

Antes de responder a esta pregunta, hay otro detalle que salta a la vista. El hebreo de los tiempos bíblicos era una lengua pobre, con poquísimos vocablos (¡menos de 9.000!), por lo que es común que una palabra tuviera (como el caso de Reshith) varios significados, dependiendo del contexto en el cual aparecía. Lo mismo se da con las proposiciones. La preposición Be, por ejemplo, puede significar “por, a través, en, en él”. En el caso de Génesis tenemos BeReshith, que puede ser entendido como “por el principio”; “en principio”, o incluso “para el principio” (aunque, en rigor de verdad, haya otra preposición más adecuada para expresar este último concepto).

Ahora veamos lo que Pablo dice en el versículo 15: “Porque EN ÉL [en Cristo] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra” (RVR; en la RVR2000 se traduce “POR ÉL fueron creadas todas las cosas”). Comparemos con Génesis 1:1; “EN EL principio creó Dios los cielos y la tierra”, junto a “Todo fue creado POR MEDIO de Él y PARA Él” (Colosenses 1:16).

Nuevamente preguntamos: ¿Cuál es el significado que Pablo quiso transmitirle a sus lectores? La respuesta es obvia: Cristo es el BeReshith de Génesis 1:1. Al leerlo, el texto de Moisés puede ser correctamente entendido no sólo en un sentido temporal (“en el comienzo”), sino también –y principalmente– en un sentido personal (“por medio de una Persona llamada PRINCIPIO”; “en una persona llamada Principio”, “para una Persona llamada Principio”), Dios creó el cielo y la tierra.

Este es un claro indicio de la divinidad de ese Ser llamado Principio, pues únicamente Alguien con las características de Dios puede crear a partir de la nada y ser el compañero de la Divinidad en el acto creador. Además, fue justamente esa la causa de la rebelión de Lucifer, el no poder participar de la creación de la tierra por no ser alguien divino.

El tercer pasaje de Miqueas 5:2 también es curioso. Si leemos todo el capítulo 4, entenderemos mejor el contexto de la profecía. El profeta comienza diciendo lo que debía ser el plan de Dios para su pueblo, en caso de que fuera fiel. El retoma alguna de las promesas formuladas en Isaías 2:1-5 (compara con Miqueas 4:1-5), anunciadas evidentemente antes del cautiverio babilónico y después, sobreentendiendo los setenta años de exilio que todavía le aguardaban al pueblo, y salta para hablar de las promesas de restauración. Dios reunirá a Israel que estaba por Asiria y Babilonia (4:6, 7) y los reconducirá a Jerusalén (4:8). Ésta, no obstante, sufre con dolores de parto, lo que el pueblo interpreta como desesperanza (4:9-13). El profeta explica que no necesitan preocuparse, pues aquellos dolores de parto anuncian el nacimiento del Rey-Mesías que los libraría de la amenaza de un nuevo cautiverio.

De Jerusalén (también llamada “la torre del rebaño”), el pueblo grita pidiendo socorro, posiblemente a los poblados vecinos. El profeta ironiza la situación “¿No hay rey en ti? ¿Pereció tu compañero?”. Esto le hace recordar al pueblo cuando, equivocadamente, insistieron para que Dios les diera un rey, en ese caso Saúl. Así como ocurrió en aquella época, ocurre ahora. Miqueas 5:1 muestra una irónica respuesta de Dios, que hace referencia a una pequeña ciudad despreciada, comparable a la situación de David frente a sus hermanos más influyentes, como la que traería a la vida al Mesías Salvador.

Probablemente los primeros lectores de Miqueas, o hasta el propio vidente, hayan pensado en la promesa hecha a David, y juzgado que los orígenes de ese Rey-Mesías se remontaba a esa promesa (1 Samuel 16:1). Este rey sería, entonces, aquél que Dios había previsto enviar a su pueblo para enfrentar las acciones como las de Asiria y Babilonia liquidando a Israel. Pero, siguiendo la descripción de Isaías 9:6 (en la que Él es llamado “Padre Eterno”), Miqueas retrocede a sus orígenes, descubriendo que ellos son anteriores al rey David, anteriores incluso a la existencia del mundo. Son “desde los días de la eternidad”. Por eso Jesús, mostrando que no es el rey-mesías que depende de David, sino todo lo contrario: “Si David lo llama Señor, ¿cómo es su hijo?” (Mateo 22:42-46). Jesús no es el hijo de David, en un sentido estricto, aunque históricamente sea su ancestro.

El contexto inmediato de Miqueas muestra que esta promesa es incondicional. Dios la haría cumplir sólo, sin la ayuda humana. Por lo tanto ese Rey-Mesías no podía ser otro que el propio Dios actuando para salvación de su pueblo. Además, si volvemos al episodio en el que el pueblo pide un rey (episodio que, como ya hemos visto, está subyacente en el texto de Miqueas), vemos que allí el problema fue que el pueblo estaba pidiendo un monarca cuando, en realidad, ellos ya tenían uno, el Señor. Su pecado entonces fue que, al pedir un rey, estaban pidiendo a alguien que reinara, no como representante de Dios, sino en lugar de Él. En Miqueas, el Señor le recuerda nuevamente al pueblo que el orden monárquico no dio resultado, entonces era hora de enviarles el Rey que ellos debían, de hecho, haber tenido. Y ese Rey no podía ser otro que el propio Dios. ¡Por eso sus días son desde la eternidad! Y no desde el primero en el linaje de los reyes humanos.

Es como si el reinado exclusivo de Dios hubiera sido interrumpido por las dinastías que se inician con Saúl y David y terminan con Joaquín. Finalmente, Dios puede volver a reinar, cumpliendo lo que era antes de que Saúl subiera al trono. Es por eso que el texto de Miqueas 5:2 dice: “De ti ME ha de salir aquél que ha de dominar en Israel” (BJ) y no [Nota del Traductor: Como afirman varias de las demás versiones] “de ti saldrá el que será rey”. En otras palabras, el rey Mesías no es de origen betlemita (de Belén), sino de origen divino, por eso sus orígenes, es decir, su ascendencia, procede de los días de la eternidad, o sea del tipo de existencia que únicamente a Dios le compete poseer.

2. Su testimonio y aparentes contradicciones

La lección presenta varios pasajes del Nuevo Testamento que indican que Jesús tenía plena conciencia de que Él había preexistido antes de venir al mundo. Pero alguien podría objetar que los griegos seguidores de Platón también creían en una existencia pre-corporal de todas las criaturas vivas, especialmente del ser humano. Para ellos, nuestras almas o espíritus vivían en el mundo de las ideas antes de nuestro nacimiento en este planeta. Nuestro engendramiento en el vientre materno era el fruto, no de un comienzo, sino de un cambio de dirección desde el mundo ideal hacia el mundo material. Creencias posteriores se basaron en esta filosofía para enseñar la reencarnación y la inmortalidad del alma. ¿No estaría Jesús apoyando estas creencias? Si así fuera, el hecho de que El haya dicho que existía antes de esa vida “encarnada”, eso no haría de Él un Dios, sino uno más entre todos los seres humanos, que también habían sido enviados desde el plano astral hasta el cuerpo carnal que, según ese punto de vista, eran los grilletes que aprisionaban al alma.

Hay tres evidencias bíblicas que desmienten esa idea defendida por algunos autores espiritistas y liberales. En primer lugar, notamos que Jesús dice: “Antes de que Abrahán EXISTIERA (o NACIERA), yo soy” (Juan 8:58). Si el Maestro estuviera endosando el pensamiento platónico, debería haber dicho: “Antes de que Abrahán naciera, nosotros (Él, Abrahán y todo el resto de los humanos) ya estábamos (en el mundo de las ideas)”. Pero notemos que Él utiliza una declaración de exclusividad: “Yo soy”. Es curioso que Él tampoco diga “Yo ya existía”, o “ya era”, sino “Yo soy”, lo que indica, no un comienzo antes de los tiempos, sino una existencia atemporal, esto es, sin marcas de comienzo y final. Una existencia vivida en el propio tiempo de Dios, no en el de ningún otro ser en todo el universo.

En segundo lugar, es notorio que Sócrates, el maestro de Platón y –para muchos– el mentor de la mayoría de sus ideas, creía en el mundo superior desde donde su alma supuestamente había salido para reencarnarse en el cuerpo. Con eso en mente, él tiene una reacción optimista con respecto a la muerte, pues sabe que ésta representará el fin de su prisión corporal. Ahora, si Cristo –lúcido como era– hubiera creído igual que Sócrates, era de esperar el mismo comportamiento. No obstante, la reacción del Maestro ante la muerte fue de rechazo. ¡El no deseaba morir!

Este último argumento, en especial, nos lanza otro problema. Resuelve la cuestión de la equiparación errónea entre Cristo y Platón, pero genera otro conflicto. Si Jesús era Dios, ¿por qué tanto temor? Eso es fácil de entender, si comprendemos que la encarnación del Hijo del Hombre exigió que Él no perdiera sus atributos divinos, sino que los conservara “en suspenso”, sino jamás podría haber sido realmente humano y vencer el pecado tal como Adán podría haber vencido. Recordemos que la acusación de Dios se basa en la idea de que Adán pecó porque la Ley era demasiado pesada para cumplirla. Entonces Cristo debía venir en la condición de Adán para probar que le hubiera sido posible a éste ser fiel. Pero Él también vino con un cuerpo debilitado por cuatro mil años de pecado para mostrar que aún nosotros (evidentemente, en una esfera diferente a la de Adán), también nosotros podemos ser fieles (en este caso, amparados bajo su gracia). En otras palabras, Adán tenía fuerzas para resistir, pues había nacido sin pecado –no necesitaba de la gracia– aunque fuera “criaturalmente” dependiente de Dios. Pero nosotros nacemos en pecado, y no tenemos la misma vitalidad que nuestro primer antepasado. Por lo que, munidos de la gracia, también podemos ser vencedores, tal como él pudo haberlo sido y no fue (aunque por su arrepentimiento, queda claro que también alcanzará la victoria final).

Hasta aquí, todo bien. Pero el problema es que, aún antes de la encarnación, la Biblia denomina a Cristo como “Hijo de Dios”, y “Unigénito”. En cierta oportunidad, alguien procuró argumentar conmigo de la siguiente manera: “Si yo tengo un hijo, es obvio que tuvo que haber surgido después de mí. ¡Es la ley de la naturaleza! De idéntica manera, si Cristo es el Hijo de Dios, es lógico que Él haya surgido después de Dios”. Ahora, si así fuera, equiparar en demasía las “leyes de la naturaleza” a las Personas de la Divinidad, entonces estoy obligado a admitir que Cristo también tendría una madre. Al final de cuentas, no existen hijos que provengan únicamente de un padre. Entonces, ¿quién sería la madre de Cristo? ¿María? Fue curioso notar la decepción de este hermano antitrinitario con su propio argumento. El prometió pensar en el tema, pero no volvió a presentar una solución a su propio dilema.

La filiación de Cristo es diferente a la nuestra y no literal en el sentido de que Él desciende de Dios así como nosotros descendemos de nuestro padre y ¡no lo olvidemos! también de nuestra madre.

Decir que Cristo es “el Hijo de Dios” es decir que Él es de origen divino. La mayor prueba de esto está en Juan 5:18, donde se relata que el odio de los judíos fue incitado por la auto-definició n de Cristo como “Hijo de Dios”, ¡lo que lo hacía a Él uno igual a Dios! Pero alguien podría argumentar que los ángeles, e incluso los hombres, son –en algunos pasajes de la Biblia– llamados “hijos de Dios” (ver como ejemplo Génesis 6:1-4; Job 1:6; Juan 1:12, 13; Romanos 8:14). ¿Eso no igualaría la filiación de Cristo con la nuestro haciéndolo tan “criatura” como nosotros? Sobre esto debemos recordar tres cosas. En la Biblia, jamás la expresión Hijo de Dios es aplicada en singular para nadie sino a Cristo. Siempre está en plural, lo que muestra la singularidad de la filiación de Cristo. En segundo lugar, Jesús jamás dijo “nuestro Padre” (excepto en la oración conocida como Padrenuestro, que era un modelo). En lugar de ello, Él siempre dijo “Mi Padre y vuestro Padre” (Juan 20:16, en otra demostración de singularidad. Y en último lugar, El no sólo es llamado “Hijo de Dios”, sino también “Hijo Unigénito de Dios”, lo que determina una enorme singularidad en relación a los demás “hijos de Dios”.

Con respecto a esto, sucede que la expresión “Unigénito” (Único engendrado) no es una buena traducción del original griego. En verdad es un error de la traducción latina. El vocablo original monógenes significa “único en su especie”. Así, el pasaje de Juan 3:16, por ejemplo, debería ser traducido así en español: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Único Hijo (no ‘unigénito’) para que todo aquél que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna”.

3. El testimonio de sus discípulos (Nuevo Testamento)

Los discípulos de Cristo eran judíos en el sentido más estricto de la palabra. ¿Cómo habrían podido, entonces, concebir la idea de un Mesías divino? Esta es una pregunta que le ha quitado el sueño a mucha gente. Además, tanto los críticos del Nuevo Testamento, como los religiosos que no aceptan la divinidad de Jesucristo, argumental que toda y cualquier creencia en un Mesías divino es fruto de una teología posterior (principalmente constantiniana y medieval), nada teniendo que ver con los primeros seguidores del Maestro que, como judíos, jamás admitirían tal cosa.

Según la opinión de Bultmann, uno de los teólogos liberales más influentes de Alemania, el origen divino de Jesús no fue conocido por los discípulos. Surgió posteriormente por la iglesia helenística. “Ella fue inicialmente introducida en la transformació n hacia el helenismo, en el cual la idea de un rey o héroe engendrado por una divinidad por medio de una virgen estaba muy diseminada” (History of Synoptic Tradition, p. 291).

Sin embargo, algunos documentos judíos descubiertos en las cavernas de Qumram, en el Mar Muerto, y fechados aproximadamente treinta años antes de Cristo, revelan que en el judaísmo de aquella época había, en efecto, una idea de divinidad mesiánica perfectamente presente en la comprensión del pueblo. Un himno titulado “Hijo de Dios”, catalogado bajo la sigla 4Q246 habla de un hombre llamado “Hijo de Dios e Hijo del Altísimo”, que sería “grande sobre toda la tierra”. Este es el mismo lenguaje que en Lucas el ángel utiliza para saludar a María.

Es curioso además que, por esa misma época, Augusto César se hubiera dado a sí mismo el título de divi filius, “hijo de dios”, porque claramente se consideraba divino. Ahora, se hacen necesarias dos observaciones: Los apóstoles vivieron en el período romano y sabían que la expresión “hijo de dios” (divi filius) indicaba –desde aquél tiempo– un ser divino. ¿Por qué, entonces, la emplearían si querían darle un sentido diferente al original? Utilizar una expresión tan conocida para significar otra cosas sería hacer más complejo lo que se estaba escribiendo. Si no entendieran que Jesús era un Ser divino, lo más natural es que descartaran esa expresión, sustituyéndola por otra. Por lo tanto, la presencia de ella en los escritos del Nuevo Testamento demuestra que los apóstoles no veían ningún problema en ella, ni con su significado. Para ellos, Jesús era el Hijo de Dios, o sea, divino.

Otra cosa que llama la atención de esta fuente es el hecho de que, para diferenciarse de Augusto, el texto no se limita a llamar al Mesías como “Hijo de Dios”, sino “Hijo de Dios y del Altísimo”.

Con esto en mente, es fácil comprender por qué Tomás llamó a Jesús “Dios mío y Señor mío” (Juan 20:28).

Hay un gran debate acerca del uso de los así llamados nomina sacra, o nombres sagrados, en latín. Es que los judíos del pasado, demostrando su gran respeto por el nombre de Dios, acostumbraban escribirlo de manera diferente a la que figuraba en los textos sagrados. Tengo, por ejemplo, una foto de un antiguo manuscrito griego en el que el hombre de Dios (JHVH) está grabado, no con letras griegas, sino con letras hebreas antiguas, para acentuar la diferencia. Sucede que en algunos manuscritos cristianos, la palabra Señor, cuando es aplicada personas humanas es escrita en toda su extensión, pero cuando es aplicada a Dios, (El Señor), está subrayada y abreviada (como si fuera SR). Señor, en griego es KYRIOS, y por lo que está escrita en forma KS cuando se está refiriendo al Señor Dios. El gran debate está en el saber reconocer, correctamente, cuando esta costumbre comenzó a ser sólo una abreviación común (tal como lo acostumbramos usar nosotros ahora), o una clara señal de referencia al nombre (de allí al título nomina sacra). Cuando Señor se aplicaba a Jesús, se usaba la misma abreviación utilizada para aplicarlo a JHVH. Incluso su nombre propio JESOUS XRISTOS se abreviaba IS XS. En manuscritos más tardíos, nombres como el Cielo, Jerusalén, Madre y otros también pasaron a abreviarse.

No es, aclaremos, un argumento concluyente, pero revela un interesante comportamiento de los primeros copistas cristianos al utilizar el hombre de Jesús como si se refirieran a su persona de una manera, digamos, reverente, como si estuvieran hablando del Dios divino.

Dr. Rodrigo P. Silva

Profesor de Teología

Seminario Adventista Latinoamericano de Teología

Univ. Adventista de San Pablo – Campus II


No hay comentarios: