sábado, 5 de abril de 2008

misionero. 2 mes Abril-2008.-



[Pida a una joven o a una adolescente que
relate este informe en primera persona]
Yo crecí en Guyana. Cuando tenía 13
años mis primos me invitaron a ir con
ellos a la iglesia adventista. Me encantaron
las reuniones y comencé a frecuentar los
servicios de los sábados. Mi clase de la
Escuela Sabática me tomó en cuenta en
sus actividades, aunque no era miembro
de la iglesia, y eso me hizo sentir bien.
A mi madre no le importó que asistiera
a la iglesia adventista, hasta cuando le
expresé mi deseo de unirme a ella.
Entonces rehusó darme permiso para que
me afiliara a esa iglesia «rara». Cuando le
dije que entonces tendría que elegir entre
unirme a la iglesia o hacerme miembro de
una discoteca, dejó de discutir conmigo y
autorizó para que me uniera a la iglesia.
Cuando mi familia se trasladó a la isla
de Barbados, yo permanecí en Guyana
con el fin de concluir mis estudios de preparatoria.
Al visitar a mis padres los invité
a la iglesia. Comenzaron a hacerlo, y
dos años más tarde ocho miembros de mi
familia se unieron a la iglesia. Mi papá
nos aseguró que lo había hecho por causa
de mi influencia. Quedé emocionada al
comprender que mi testimonio y estilo
de vida produjeran esa gran diferencia en
sus vidas.
Mis padres estaban orgullosos de mí
por ser la primera de la familia en terminar
la educación preuniversitaria. Pero
cuando les conté que planeaba estudiar
teología en la Universidad Adventista del
Sur del Caribe, en Trinidad, mi madre
pensó que me había vuelto loca.
—¿Por qué teología? —preguntó.
Le expliqué que me encantaba el evangelismo
y que deseaba servir a la gente, no
como un pastor, sino como misionera.
Esto tocó el corazón de mis padres y me
autorizaron para que estudiara teología.
Una evangelista adolescente
A mitad de mi segundo año de estudios,
la iglesia en Barbados me pidió que
viajara a la isla para dictar una serie de
conferencias evangelizadoras de dos semanas.
Eso me obligaría a faltar a clases
importantes, pero sentí la convicción de
que debía aceptar.
Volé a Barbados un miércoles, y tres
días más tarde —el sábado—comencé a
predicar. Durante ocho días prediqué
cada noche. En el día oraba con la gente y
repasaba el sermón que predicaría al anochecer.
Era un trabajo agotador, pero fascinante.
Descubrí que cuando predicamos
sobre cuánto nos ama Jesús y de lo
mucho que ha hecho por nosotros, las
personas que escuchan sencillamente se
enamoran de él. Las doctrinas son fáciles
de aceptar cuando la gente percibe el
amor de Dios y ve los increíbles sacrificios
que ha hecho para salvarnos.
Pero también tuve que enfrentar
momentos difíciles. Una tarde, antes del
comienzo de la reunión, me sentí aplastada
por la responsabilidad que Dios había
colocado sobre mis hombros. Me senté en
7
Abril 12 Como Nicola English lo informó a MISIÓN
UNA EVANGELISTA JOVEN
B A R B A D O S
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el automóvil y lloré. Me sentía incapaz de
continuar. Entonces escuché que Dios
me decía: «No es tu reponsabilidad,
Nicola. Lo que tú debes hacer es simplemente
pasar a la plataforma y dejarme
hablar a través de ti». Esa aseveración me
impartió el valor que necesitaba para
entrar y enfrentarme con el público.
En la sala pastoral les dije a los ministros:
—Yo no predicaré esta noche.
Un silencio pesado llenó el cuarto
mientras los pastores se preguntaban qué
habría sucedido. Luego agregué:
—No predicaré esta noche ni ninguna
otra noche. Dios será quien predique —y
todos nos relajamos.
Esa noche, mientras permanecía de pie
en la plataforma escuchando mi voz pronunciar
las palabras, estaba segura de que
Dios era el que predicaba, no yo. Fue uno
de los mejores sermones que he escuchado,
¡y Dios lo estaba predicando a través
de mis labios!
Durante toda la serie reclamé la promesa:
«No con ejército, ni con fuerza,
sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de
los ejércitos» (Zac. 4:6). No se trataba de
mí; yo sólo era la representante de Dios.
Y como resultado de estas reuniones me
he vuelto más cuidadosa de mi forma de
vestir y de lo que digo. Quiero vivir para
Dios de modo que todos vean a Jesús en
mí. Dios me mostró que no era yo lo
que importaba, sino que Dios debía ser
exaltado. Me hace sentir muy humilde
saber que Dios se valió de mí para conducir
a muchos a los pies de Jesús.
Hasta hoy más de 100 personas se han
bautizado como frutos de estas reuniones
evangelizadoras, y otros continúan
preparándose para hacer lo mismo.
Al bajar de la montaña
Mientras teníamos las reuniones en
Barbados me sentí en la cumbre de la
montaña. Pero al regresar a la universidad,
el diablo me esperaba para golpearme
cruelmente. Había perdido muchas
clases y debía reponerlas. Una noche, al
concluir un trabajo de investigación de
diez páginas, la computadora se malogró
y perdí todo el trabajo. Se había borrado
totalmente. No me quedaba otra alternativa
que escribir de nuevo el documento,
que debía entregar al día siguiente. Me
molestaba pensar que Dios no hubiera
protegido mi manuscrito. Pero mientras
renegaba por mi problema, escuché que
el Señor me decía: «Aquí estoy». De
inmediato me puse a reescribir el trabajo;
lo terminé en un par de horas, y al presentarlo
obtuve una calificación excelente.
Verdaderamente Dios estaba conmigo.
El Colegio de la Unión del Caribe se
transformó en la Universidad del Sur del
Caribe en el año 2006. A partir de entonces
la población estudiantil se ha duplicado.
Todo se ha vuelto insuficiente frente a
las nuevas demandas. Los dormitorios
están a reventar, y se hace muy difícil
estudiar en esas condiciones. Pero nos
esforzamos para sobreponernos. La universidad
ya comenzó a edificar dos dormitorios
nuevos en el plantel, cuya conclusión
es prioritaria. La ofrenda de este
decimotercer sábado permitirá la construcción
de un salón de culto en cada uno
de ellos. Muchas gracias por ayudarnos a
transformar estos planes en una bella realidad
para esta casa de estudios en
Trinidad.

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