domingo, 6 de abril de 2008

LECCION 2 ABRIL 2008

Lección 2

(5 al 12 de Abril de 2008)

Jesucristo, ¿Dios?

Dr. Miguel A. Nuñez

En 1791, F. Volney y Ch. F. Dupuis lanzaron por primera vez la idea de que Jesús en realidad nunca existió, y que sólo fue fruto de la imaginación de algunos que lograron hacer su figura popular.[1] Esta idea, con diversos matices, se sigue repitiendo en muchos círculos. Evidentemente, sin Jesús el cristianismo deja de ser relevante y se convierte en una religión sin fondo ni fundamento.

La gran pregunta es: ¿Fue este carpintero el Hijo de Dios como él mismo aseveró? ¿Qué importancia tiene que Jesucristo sea Dios? Estas preguntas, que podrían parecer fruto de mentes afiebradas, no lo son tanto, cuando entendemos que sin Jesucristo no hay cristianismo. La fe cristiana descansa sobre la figura de Jesús; lo sacamos a él del panorama y nos quedamos con un puñado de ritos y liturgias sin sentido. Como dijo alguien: “Cristo es el centro del cristianismo; todo lo demás es circunferencia” . [2]

Si tomamos los llamados “evangelios” como simples documentos históricos aun así podemos encontrar evidencias de quién fue Jesús y que realmente existió.

La centralidad de Jesús en sí mismo

Como lo ha hecho notar el teólogo inglés John Stott, lo primero que llama la atención en Jesús es la forma en que se presenta a sí mismo ante sus seguidores. Hablaba de Dios, lo que no es nuevo; muchos lo habían hecho antes que él; la diferencia es que él hablaba en nombre de Dios como su Hijo. No como otros se referían a Dios como padre, sino Dios como su padre, en términos personales. Eso no tiene parangón en ningún otro iniciador de religiones.

Cuando se refiere a la verdad, no dice: “Esto que digo es correcto o es bueno que lo aprendan”; simplemente dice: “Yo soy la verdad” (Juan 14:6). Nadie se había atrevido antes a decir una cosa tal. Y no fue en una ocasión; en diversos momentos repitió argumentos semejantes, apropiándose de los símbolos y significados de la religión judía: “Yo Soy la luz”, “Yo Soy el pan de vida”, “Yo Soy la resurrección y la vida”, “Yo Soy el camino”. Dio un paso más cuando aplicó a sí mismo las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento; no esperó a que otro lo hiciera por él. Seguramente más de algún judío conocedor de las Escrituras se debe de haber alarmado cuando le escuchó atribuirse las palabras de Isaías 61:1 y 2. Luego de leer, simplemente dijo: “Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes” (Lucas 4:21). En otras palabras, “Isaías estaba escribiendo de mí”.

Con referencia a estas palabras de Jesús, el genial C. S. Lewis alguna vez declaró que cuando alguien dice ser Dios, se puede decir de él que es loco, mentiroso o es exactamente lo que dice ser. En este contexto, “es absurdo profesar admiración por Jesús como un gran maestro moral y negar su pretensión de ser Dios. Porque él es lo que pretende ser, o es un mentiroso o un lunático”. [3]

En verdad hay muchos lunáticos que se creen Dios; basta ir a un hospital siquiátrico para ver a algunos. A veces ni es necesario ir a un hospicio. Pero, vivir como tal y ser coherente con el discurso es otra cosa.

Características que avalan a Jesús como Dios

En primer lugar, Jesucristo asumió la prerrogativa de perdonar pecados. Siempre alentó esperanza de perdón en quienes se contactaron con él. En más de una ocasión antes de ofrecer santidad física, entregó santidad del alma. Y lo más extraordinario es que quienes recibieron su perdón entendieron claramente que lo recibían directamente de Dios mismo.

En segundo término, Jesús no sólo participó en la resurrección de algunas personas, como por ejemplo la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naín; también pretendió ser la vida. No tener la vida ni dar vida, sino ser la vida. Lo que ontológicamente es una diferencia radical con cualquier pretensión similar en ese sentido.

A continuación, el carpintero de Nazaret, hijo de José, no sólo enseñó verdades; él dijo ser la verdad. En el contexto de la mentalidad judía eso debe haber sonado como una blasfemia mayor. Sin embargo, era tal la pretensión de Jesús que no lo atacaron directamente; simplemente admirados se preguntaban cómo podía tener sabiduría, atendiendo a su nacimiento modesto (Marcos 6:3) y reconocieron, muy a su pesar, que nadie antes había hablado como él (Juan 7:15).

Otro hecho que llama la atención es que Jesús no habló del juicio que venía en términos impersonales, al estilo de un maestro religioso cualquiera; sostuvo, sin que quedara ninguna duda, que el juicio sería dirigido por él. Él mismo sería el juez. Tal vez hoy no nos parezca esta declaración tan sorprendente, pero cuando fue pronunciada por los labios del Señor suponía una revolución en la forma de enfocar la realidad espiritual. Lo estaban viendo; era de carne y hueso, ¿cómo podía decir que él sería el juez de todo el mundo?

Lo que hizo es su mejor aval

A través de la historia humana muchos han surgido creyéndose dioses o semidioses. Por las más diversas razones, algunas personas les han creído. A través de la historia hombres y mujeres han sido arrastrados a prácticas de todo tipo, y han seguido tras gurúes o iluminados que han pretendido ser más de lo que sus posibilidades humanas les permitían. Aquí tenemos a Jesús de Nazaret: dice ser Hijo de Dios, el que viene a revelar a Dios, aquel que ha venido desde Dios, aunque sus contemporáneos saben que nació en Belén y creció en Nazaret. Conocen sus manos de trabajo y saben con certeza que es un ser humano. ¿Y? ¿De todos modos hubo un grupo que estuvo dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias? ¿Sufrían todos de locura temporal? ¿Poseía Jesucristo dotes de taumaturgo o hipnotizador para engañar a tanta gente?

Hizo lo que nadie nunca ha hecho. Los milagros efectuados a través de su ministerio fueron el aval de sus dichos. Sus palabras fueron corroboradas por su conducta. Su conducta fue el fiel testimonio de una vida dedicada a vivir un solo ideal. Servir y traer salvación a la humanidad.

Esto no es asunto de evidencias empíricas. Todo lo que está escrito tiene una consistencia y una lógica tan real que es difícil creer de buenas a primera que todo es fruto de la imaginación. “No podemos considerar a Jesús como meramente un gran maestro si estaba equivocado en uno de los puntos capitales de su enseñanza: la enseñanza acerca de sí mismo”. [4]

Juzgue usted, apreciado lector: ¿Algún enajenado se atrevería a decir que es Dios y a vivir del modo en que lo hizo Jesús? ¿No es acaso su carácter y personalidad su mejor aval de divinidad? Jesucristo vivió lo que dijo. Su máxima expresión de credibilidad es que todo lo que afirmó se cumplió, incluyendo su propia muerte y resurrección.

Miguel Angel Nuñez

Dr. Miguel Angel Nuñez

Profesor de Teología

Universidad Adv. del Plata

Universidad Adv. Peruana Unión


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