domingo, 13 de abril de 2008

LA REALIDAD DE SU HUMANIDAD



Capítulo 3

La realidad de su humanidad


C
ada día me emociono y me asombro más de lo que la mente humana es capaz de hacer. La mayoría de nosotros solo es capaz de imaginar vagamente la precisión tecnológica que se requiere para lanzar un vehículo tripulado al espacio, a velocidades superiores más de veinte veces a la velocidad del sonido; guiarlo a la órbita correcta; conectarlo con una estación espacial no tripulada; ponerlo en órbita; usarlo para entregar o recibir carga humana o de otro tipo; y luego traerlo a la tierra en un aterrizaje suave como el terciopelo.
¡Eso me deja apabullado!
No puedo entender cómo hacen una máquina capaz de realizar millones de complicados cálculos matemáticos en cuestión de se­gundos. ¿Y dije segundos? Nosotros acostumbrábamos medir el tiempo así: en segundos, en milésimas de segundos; pero luego pa­samos a los nanosegundos, una milmillonésima de segundo. (¿Pue­de usted imaginar eso? Pero ahora hemos ido más allá todavía. En las palabras de James Gleick: "El punto extremo de las pulsaciones ultrabreves, ha llegado al rango de los femtosegundos, esto es, la mi­llonésima parte de un nanosegundo" . "En un femtosegundo" , dice, "el Concorde vuela menos de la anchura de un átomo". [1]
Mi asombro llega a su límite ante lo que me parece brujería tec­nológica. Pero cuando reflexionamos en el tema de la encarnación de Jesús, llegamos a la madre de todas las maravillas. "Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad", dice Elena G. de White, "nos detenemos asombrados ante un misterio insondable que la mente humana no puede comprender". "Mientras más reflexiona­mos en ella", dice, "más asombrosa parece". "¿Cómo podemos cruzar la distancia que existe entre el Dios Todopoderoso y un niño inde­fenso?".[2] Sin embargo, esa es, precisamente, la afirmación del Nuevo Testamento, y ningún escritor lo dice en forma más elocuente que el apóstol Juan. Después de hablar del Verbo, que es tanto Dios como Creador (Juan 1:1-5), el escritor apostólico hace aquella declaración que deja anonadada la mente: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y ha­bitó entre nosotros" (Juan 1:14).
La única razón por la cual esta declaración no nos deja abruma­dos de asombro es la familiaridad. Los que somos cristianos la he­mos escuchado tantas veces antes, que su abrumadora enormidad no nos afecta. Pero a veces, en mis momentos de quietud, trato de re­flexionar en nuestro lugar (me refiero al lugar de este planeta) en el esquema universal de las cosas. En realidad no somos más que una manchita, una manchita muy pequeña. Sin embargo, más allá de donde nuestros gigantescos telescopios han logrado penetrar en la vastedad del espacio exterior, toda la evidencia sugiere que hay mu­cho más allá, mucho más; y que nosotros simplemente damos gol­pes de ciegos en las afueras del increíblemente grande, incluso ilimi­tado, universo.
Como la estupidez de las fuerzas ciegas no tienen lugar aquí, trate de imaginar el tipo de ser que tiene, no solo el poder de crear, sino el de sostener, todo eso. Luego considere el asombroso concep­to de que ese mismo ser pudo condescender al grado de entrar a nuestro insignificante planeta en carne humana, con todas sus limi­taciones y tendencias, y quedará totalmente desconcertado ante un misterio impenetrable. Elena G. de White lo dijo correctamente: "La limitada capacidad del hombre no puede definir este misterio ine­fable: la mezcla de las dos naturalezas, la divina y la humana. Jamás podrá ser explicado. El hombre debe maravillarse y guardar silencio”. [3]
Pero ocurrió en realidad
El docetismo (del griego dokeo, parecer) describe la posición de un grupo de cristianos primitivos que creía que Jesús sólo parecía hu­mano, pero no lo era en realidad. Su humanidad, según esta creen­cia, era una ilusión. Contra este punto de vista se levanta un catálogo entero de textos del Nuevo Testamento que tienen una posición to­talmente contraria, y la mayoría de ellos surgen del flujo natural de historias particulares, no en tono defensivo.
En Mateo 8: 24 encontramos a un Jesús exhausto durmiendo so­bre un bote que se revolvía como una cascara de nuez bajo una fu­riosa tempestad. En Mateo 21:18 lo vemos hambriento, antes del desayuno, camino de la ciudad de Jerusalén. En Juan 4:5, 6 "cansado del camino", se sentó al lado de un pozo. Y en ese mismo capítulo dice que estaba sediento (Juan 4:7), exactamente como estaba cuan­do colgaba de la cruz (Juan 19:28). Elena G. de White lo dijo co­rrectamente: "Cristo no dio a entender que adoptaba la naturaleza humana, la adoptó verdaderamente. Poseyó en realidad la naturaleza humana". [4] Y tomó nuestra naturaleza humana después de cuatro o cinco mil años de degeneración, tema que analicé ampliamente en una obra anterior. [5]
La forma en que los Evangelios tratan el delicado tema de los as­cendientes de Jesús, en una cultura dominada por los hombres, es intrigante. Cuando uno considera la genealogía de Jesús en Mateo 1, por ejemplo, nota lo que podríamos llamar "menciones especiales", los nombres de mujeres distribuidos por aquí y por allá. En Mateo 1:3 es Tamar; en el verso 5, Rahab y Rut; y en el verso 6 se hace referencia a Betsabé (sin dar su nombre). La cuarta mención es a María en el verso 16.
Pero, si bien cada una de las primeras tres menciones de mujeres está precedida por la lista de padres como los que "engendraron" , en el caso de María encontramos una ligera pero significativa varia­ción. Aquí el texto habla acerca de "José, marido de", no de "José, el padre de". En otras palabras, cada vez que se menciona el nombre de una mujer en el texto, se hace una clara inferencia a la cohabitación entre ella y un ser humano masculino. Pero en el caso de María no hay tal inferencia. En una sutil desviación simplemente lista a José como "marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo" (Mateo 1:16). La conexión física es con María, no con José.
Técnicamente, entonces, Jesús no se destaca formalmente en la genealogía de Mateo, la cual solo menciona el linaje de José, con el cual (como ya se hizo notar), Jesús no tenía ninguna conexión física. La genealogía de Lucas es, incluso, más inútil en términos del esta­blecimiento de una genealogía humana formal de Jesús. María no se menciona en Lucas en ninguna forma, el texto se refiere, más bien, a Jesús "hijo, según se creía, de José, hijo de Eli, hijo de Matat, hijo de...” (Lucas 3:23, 24). Uno incluso podría decir que tomar en serio la advertencia de Lucas ("según se creía"), significa que el resto de la genealogía no tiene relevancia para la humanidad de Jesús.
El claro testimonio tanto de Mateo como de Lucas es, sin em­bargo, que Jesús vino de María. Y María, obviamente, no había caído de un árbol. Ella pertenecía a una de las tribus de Israel. Y Pablo afirma que Jesús, "era del linaje de David según la carne" (Romanos 1:3; cf. 9:5; Hechos 2:30; 13:22; 2 Timoteo 2:8).
El retrato bíblico de Jesús es que era totalmente divino y total­mente humano, una de las más claras evidencias de su humanidad se manifestó mientras se dirigía al Calvario aquel viernes por la tarde de la semana de su pasión. Simón Cireneo, mientras venía del cam­po, se encontró frente a frente con el evento más importante de su vida. Repentina e inesperadamente manos rudas se apoderaron de él, y un soldado romano le ordenó llevar la cruz de Jesús (Lucas 23:56).
¿Por qué se apoderaron de Simón Cirineo, que no era más que un extranjero que pasaba por allí? ¿Fue a causa de una demostración de simpatía que expresó por el sufrimiento de este prisionero en particular? Cualquiera haya sido la razón, Lo que se quiere decir aquí es que aquel rudo soldado romano comprendió que tenían en sus manos a un desfalleciente ser humano, y concluyó que lo que necesitaba era ayuda, no más golpes.
¡Qué escena! ¡El Dios eterno que había lanzado mundos y uni­versos en sus órbitas señaladas, sosteniéndolos con su maravilloso poder; ahora carecía de suficiente fortaleza para llevar su propia cruz! Había venido para estar con nosotros, para ser como nosotros, para compartir nuestras debilidades y propensiones físicas; a fin de poder llevarnos al más alto cielo.
Ellos lo conocían como el carpintero
Solo, en mi oficina, antes de comenzar el trabajo del día, llegué en mi lectura bíblica al capítulo sexto de Marcos; y la última pregun­ta, en el mismo centro del versículo 2, me llamó la atención: "¿No es este el carpintero?" Hasta ese momento era la versión de Mateo la que había quedado en mi mente: "¿No es este el hijo del carpinte­ro?" (Mateo 13:55). ¡Pero aquí Marcos reveló que Jesús mismo era conocido en su comunidad local como el carpintero! Fue como un relámpago para mí, e inmediatamente se formaron dos impresiones en mi mente:
1. La increíble humildad de Dios
El pensamiento del Dios eterno viviendo entre la humanidad como un carpintero común, simplemente me dejó atónito. ¿Lo em­pleaban los vecinos para reparar un techo que goteaba o para construir un gallinero? ¿No lo encontraron alguna vez en la ferretería comprando clavos?
A sus paisanos se les hacía muy difícil tragarse todo aquello. Después de todo, ellos conocían todo lo relacionado con su vida. Habrían creído en alguien más notorio, más prestigioso, más gran­dioso, más espectacular. ¡En algún griego, ciertamente! ¡O romano! ¡Pero no en alguien que vivía calle abajo!
2. La generosa "temeridad" de Dios
Los dones más poderosos del cielo con frecuencia vienen en­vueltos en paquetes ordinarios, paquetes que podrían descartarse con facilidad como inútiles cuando llegan. Nos maravilla ver cuan insólitos y cuan frágiles son.
¿Quién más, en su sano juicio, habría enviado un don tan pre­cioso, tan vulnerable, con un destino tan grande, a un lugar como este en que vivimos? Sin embargo, a este mundo tan peligroso, don­de "Satanás pretendía dominar, permitió que bajase su Hijo, como niño impotente, sujeto a la debilidad humana, a pelear la batalla co­mo la debe pelear cada hijo de la familia humana, aun a riesgo de su­frir la derrota y la pérdida eterna”. [6]
Cuando llegó el tiempo de partir, le di al hombre mi martillo fa­vorito, por cierto, el único martillo que tenía. Él había sido muy útil en mi casa, mientras mi familia vivía en aquel país en particular, muy lejos de donde escribo ahora. Durante varios minutos se detuvo allí, admirando aquella herramienta. "Mi primer martillo hecho en los Estados Unidos", dijo como en un suspiro.
¿Por qué aquella reacción? Yo sospecho que tenía que ver con la seducción de lo exótico: la sensación de que las cosas extranjeras son mejores. Los habitantes de Nazaret conocían a Jesús. Conocían todo lo relacionado con su familia. ¿Cómo podía alguien conocido por ellos ser algo? Si hubiera venido de Atenas... o de Alejandría... o de Roma... o al menos de Jerusalén. ¡Pero un simple artesano de allí mismo de Nazaret! ¡No podía ser! E imagine la respuesta de Alejan­dría, de Atenas, o de Roma. Su legado intelectual podía trazarse has­ta Sócrates, Platón, Aristóteles, y los gigantes intelectuales de Jonia. ¿Es un simple carpintero lo mejor que Israel puede ofrecer? Las mismas actitudes nos persiguen hoy.
Lo que significa para nosotros
¿Cuáles son las implicaciones prácticas de la venida de Dios en carne humana? ¿Qué lecciones sacó la Escritura misma de este evento?
Nos enseña tres lecciones:
1. Jesús vino como nuestro ejemplo supremo
Después de lavarles los pies, Jesús les dijo a sus discípulos: "Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, voso­tros también hagáis" (Juan 13:15). Y durante todo su ministerio te­rrenal, ya fuera directa o indirectamente, es el modelo para nosotros, él es quien marca el paso. Juan dijo: "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Juan 2:6).
Esa era también parte de la carga de Pedro mientras trataba de elevar el espíritu de los cristianos esclavos que hacían frente a difi­cultades y persecuciones en el primer siglo. Debían considerar un privilegio sufrir haciendo el bien, porque para esto fueron "llama­dos; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejem­plo, para que sigáis sus pisadas" (1 Pedro 2:20, 21). "Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no ame­nazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente" (1 Pedro 2:23, 24). Para todos los que hacen frente al abandono, el ostracis­mo, la persecución, el ridículo, o cualquier otro mal por causa de Dios; Jesús es el ejemplo supremo.
Sin embargo, la idea de ejemplo puede malinterpretarse. Por tanto, aclarémosla un poquito más, considerándola bajo dos catego­rías, tal como aparecen en las Escrituras.
Primero, existe la idea de ejemplo de testificación: que nos invita a un plano moral o espiritual más elevado, pero sin proporcionar el poder para conducirnos hasta allí. Bajo esta categoría cae lo que ha­llamos en Hebreos 11. El capítulo presenta un catálogo completo de héroes espirituales: "Que por fe conquistaron reinos, hicieron justi­cia, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos", etc. (versículos 33, 34). Tales ejemplos nos dan "testimonio" , nos invitan, nos alientan, constituyen un estímulo para seguir adelante, para mirar más arriba, para confiar más intensamente. Pero es todo lo que ha­cen: es todo lo que pueden hacer.
En Jesús también encontramos un segundo tipo de ejemplo que podría llamarse, ejemplo capacitador. Jesús no solo nos sirve de testi­go, no solo nos invita a alcanzar un plano más elevado, sino tam­bién nos proporciona el poder capacitador para llevarnos allá. Vemos esto a medida que Hebreos 11 llega a su clímax en los versículos in­troductorios del capítulo 12: "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe..." (Hebreos 12:1, 2). Aquí se presenta a Jesús como el iniciador y el consumador de todos nuestros intentos por salir adelante. En otras palabras, él es nuestro ejemplo capacitador.
2. Jesús vino a enseñarnos la humildad
"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2: 5-8).
¿Cuáles son las implicaciones de esta condescendencia? ¿Es sen­cillamente una teoría que debe ser expuesta? ¿O tiene consecuencias prácticas para los creyentes?
Lo que me viene inmediatamente a la mente mientras escribo son aquellos, al parecer interminables, programas de recompensas en la televisión, con todos los orgullosos excesos que los acompa­ñan. Hace algunos años alguien calculó que el negocio de los pro­gramas de premios había entregado unos 4.025 trofeos en 565 cere­monias de premiación el año anterior.
No hay nada malo en el reconocimiento de los grandes logros, por supuesto, pero el exceso de ofertas de la actividad crea un clima de competencia insana, de orgulloso estatus, de vanagloriosa cele­bridad. No importa cuan bien sea recibida en el mundo tal activi­dad, esas actitudes pueden tener consecuencias devastadoras en la iglesia. De ahí que sea terriblemente importante tener en mente que la declaración profundamente teológica de Pablo en el pasaje de Filipenses citado arriba, fue hecha con un propósito radicalmente práctico en mente; es decir, la actitud del cristiano en comunidad con los demás, refiriéndose, en particular, al elemento de humildad, tal como quedó ejemplificado en la asombrosa condescendencia de Cristo.
Cristo era "por naturaleza Dios" (NVI), dice, usando un término griego muy fuerte para expresar lo que quería decir. (El término es morphe, el cual denota que Jesús poseía "todas las características esenciales y los atributos de Dios". [7] Pero, abandonando todos los adornos y atavíos de la deidad, por así decirlo, vino a este sombrío planeta como uno de nosotros. Pero luego, yendo un poco más allá, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Era un mensaje muy necesario en la iglesia de los días de Pablo, y muy urgente en los nuestros. Cualquiera que tenga suficiente percepción logrará ver lo que, a veces, se nota en ciertos sectores de la iglesia, donde los buscadores de poder pasan sobre los otros para llegar a la cumbre. ¡Las celebridades buscadoras de vanagloria y glamor, no tienen nada que ver con nosotros! El mensaje práctico de la condescendencia de Cristo es que en un mundo que se ha vuelto lo­co por el egoísmo, la envidia y el orgullo, es que cada uno de noso­tros debe analizar sus propios motivos: "¿Por qué hago lo que ha­go? ¿Es sencillamente para promover mis propios intereses, mi pro­pia carrera? ¿Es para ampliar la base de mi poder? ¿Solo voy a donde las cámaras pueden enfocarme? ¿Estoy preparado para ser nadie a fin de que Cristo sea todo? "El más noble de los servicios", dijo Oliver Wendell Holmes, "viene de manos anónimas. Y el mejor sier­vo hace su obra sin ser visto".
3. Abrirnos un camino: para darnos seguridad y esperanza
La razón por la cual vino Jesús en forma humana no puede de­ducirse del razonamiento o la imaginación humana. Las respuestas puramente racionales de nuestra propia hechura, no lo explicarán. No existe ninguna disciplina independiente en la filosofía, en la ciencia, ni ninguna otra parte, que nos conduzca a una respuesta vá­lida, aparte de la Escritura. Y sería poco saludable, incluso peligro­so, confiar en nuestra propia intuición. Los pasajes que vamos a considerar en la primera parte de Hebreos llegan al mismo corazón de la cuestión que estamos analizando, y nos dan respuestas muy diferentes a las del racionalismo pietista que ha invadido algunos sectores del cristianismo, incluyendo el adventismo del séptimo día. He encontrado que la forma más segura de proceder es escuchar las fuentes inspiradas.
Lo que descubrimos en estos pasajes de Hebreos es que el foco de atención siempre se centra en Jesús, nunca sobre nosotros. Como dice el escritor: "Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos" (Hebreos 2:9).
Esa es la razón bíblica por la cual él se hizo menor que los ánge­les. Fue para poder gustar la muerte por todos. No debemos añadirle ni quitarle nada a esta verdad. Así es. ¡Y es absolutamente maravilloso!
Luego notamos cómo estos otros pasajes de Hebreos siguen el mismo pensamiento. En cada caso he puesto en cursiva las razones bíblicas, no especulativas, por las cuales vino en carne humana. Ponga pues atención a lo destacado en cursiva:
i. "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo" (Hebreos 2:14)
ii. "Por lo cual debía ser en todo semejante a los hermanos, pa­ra venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo" (Hebreos 2:17).
iii. "Puede compadecerse de nuestras debilidades" , y fue "tenta­do en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". Luego viene la inesperada explicación: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:15, 16).
iv. "Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obe­diencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen" (Hebreos 5:8, 9).
Todo es acerca de Jesús y lo que hizo por nosotros. Cada aspecto de su condescendencia fue hecho por causa de nosotros. No es ex­traño que Elena G. de White dijera que "la humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena áurea que une nuestra alma con Cristo y mediante Cristo, con Dios". [8]
¡Asombroso!
Me siento feliz de que Dios haya venido a ser como nosotros pa­ra salvarnos; pero quiero decirle: "Después de que hayas hecho todo eso, me sentiré feliz de que vuelvas a ser perfectamente lo que eras antes. No me sentiré ni herido ni abandonado".
Pero Dios, por causa de un amor que sobrepuja todo entendi­miento, no hará eso. Dice Elena G. de White: "Cristo ascendió al cie­lo, llevando una humanidad santificada y santa. Llevó su humani­dad con él a los atrios celestiales, y la llevará por todas las edades eternas, como el que redimió a todos los seres humanos en la ciudad de Dios". [9]
Confieso que este ha sido para mí el aspecto de la encarnación más difícil de aceptar. "Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de rom­per. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros. 'Por­que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo uni­génito'. Lo dio no solo para que llevase nuestros pecados y muriese como sacrificio nuestro; lo dio a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana [...]. Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es el "Hijo del hombre" quien comparte el trono del uni­verso". [10]
Me quedo anonadado ante la presencia de tan asombroso amor.
[1] James Gleick, Faster the Acceleration of Just About Everything (Nueva York: Pantheon Books, 1999) p. 62.
[2] Signs of the Times, 30 de julio de 1896; Lift Him Up, p. 75.
[3] Elena G. de White, Carta 5, 1889; Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 916.
[4] Elena G. de White, Lift Him Up, p. 74.
[5] Roy Adams, The Nature of Christ: Help for a Church Divided over Perfection (Hagerstown: Review & Herald, 1994), chap. 4.
[6] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 33 (itálicas añadidas).
[7] Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 160.
[8] Elena G. de White, Mensajes selectas, tomo 1, p. 286.
[9] Elena G. de White, Review and Herald, 9 de marzo de 1909; Comentario bíblico ad­ventista, tomo 6, p. 1054.
[10] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 17.

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