domingo, 27 de abril de 2008

LA MARAVILLA DE SUS OBRAS-


Lección 5

(26 de Abril al 3 de Mayo de 2008)

La maravilla de sus obras

Dr. Rodrigo P. Silva

Bosquejo de la lección

1. Los milagros de Jesús

2. Lo distintivo de sus milagros.

3. El motivo de sus milagros.

Introducción

Jesús fue un extraordinario predicador que poseía poder en sus palabras. Su poder no sólo era evidenciado en los argumentos que esgrimía, sino también en las actitudes que tomaba y en las obras que realizaba. Eran hechos poderosos y admirables.

Una prueba indirecta de los milagros de Jesús puede ser hallada en esta cita de Flavio Josefo, escrito en el siglo I d.C. Josefo, dicho sea de paso, no fue cristiano ni tuvo tampoco ninguna simpatía por este grupo. Fue un historiador judío que adquirió la ciudadanía romana y escribió antiguos tratados relatando la historia del pueblo hebreo. Fue, incluso, testigo ocular del sitio de Jerusalén en el año 70 d.C. Notemos lo que escribió:

“Por ese tiempo apareció Jesús, un hombre sabio […], pues obraba hechos extraordinarios y era maestro de hombres que aceptaban alegremente cosas extrañas. Arrastró detrás de sí a muchos judíos y griegos. Era considerado el Mesías. Aunque Pilato, debido a las acusaciones de nuestros jefes, lo condenó a morir en la cruz, aquellos que lo habían amado desde el comienzo no cesaron de proclamar que, pasado el tercer día, Él se les apareció vivo nuevamente. Los profetas de Dios tenían respeto por Él. Además, hasta el presente, la estirpe de los cristianos, así llamados en referencia a Él, no cesó de existir” [Antigüedades judaicas, XVIII, 3, 3].

Este texto es tan extraordinario que, a partir del siglo XVI, muchos autores comenzaron a poner en duda su autenticidad. Hasta hoy, algunos eruditos de los más escépticos intentan argumentar que esta parte del texto sería una interpolación de copistas cristianos de la Edad Media que vivieron enclaustrados en monasterios copiando manuscritos y alterándolos ex profeso para su propia conveniencia. No obstante, esta acusación con respecto al texto de Josefo carece de pruebas que la sustenten, pues todas las versiones más antiguas de la obra hasta hoy (incluso una traducción en árabe hecha por Agapio en el siglo X) lo contienen, con apenas algunas variaciones textuales menores. Lo mismo se puede decir de los manuscritos griegos que han sobrevivido. Ninguna copia, ni siquiera las más antiguas, omite este párrafo.

Sea como fuere, es curioso que el texto mencione a Jesús como el “obrador de hechos extraordinarios” (el texto árabe dice “hombre virtuoso”). Ahora, aquí Josefo no está diciendo que cree en Jesús o en la realidad de sus hechos, pero admite que existieron, que Él realizó cosas espectaculares. Esto puede ser un buen indicio histórico, aunque indirecto, de que Jesús obraba milagros y hechos fuera de lo común.

Los milagros de Jesús

La lección menciona varias cosas extraordinarias hechas por Jesús, especialmente en el Evangelio de Mateo (hay pocas referencias en Marcos y Lucas). Convendría que en el grupo se analizara que es lo que cada una de esas referencias a milagros nos revela acerca del carácter y la persona de Jesucristo. Aquí hay algunas sugerencias:

· El sanamiento del leproso (Mateo 8:1-4). Jesús no hizo acepción de personas. El leproso era rechazado y evitado dondequiera que fuese. Difícilmente podría entrar en una ciudad o participar de una comida en comunidad. Era aislado de todo y de todos. El Enviado del Cielo no era elitista, todos los que lo quisieran podrían ser candidatos potenciales para su reino, no importa la condición social en la que se encuentren.

· El control sobre la tempestad (Mateo 18:23-27). Jesús estaba siempre activo, aún cuando estuviera durmiendo. Este episodio nos dice que lo que importaba no era que el Maestro estuviera durmiendo. Lo importante es que Él estaba en el barco. En nuestra vida, no importa si Dios está –aparentemente– respondiendo o no. Lo que importa es que Él escucha y aunque permanece en silencio, Él está velando por nosotros. Aceptar los silencios de Dios como respuesta es un avance en la fe que todos debemos lograr. Para tener cuidado de nosotros, Él no necesita hablar nada. Si Cristo está en el barco, la tempestad no podrá sumergirnos.

· La liberación del endemoniado (Mateo 18:28-33). Jesús es soberano. Los demonios lo reconocen y huyen de Él. Lo más curioso es que los porquerizos también huyeron. Quien está en deuda no soporta la presencia de Dios. Únicamente quien acepta el sacrificio que ha sido pagado por el Salvador está lo suficientemente exento de culpa como para estar en la presencia de Dios.

· El sanamiento del paralítico y la mujer con hemorragia. Jesús, nuevamente, no hizo acepción de personas. Como en el caso del leproso, estos inválidos (el paralítico y la mujer) no tenían una vida social debido a su enfermedad. En el caso específico del paralítico, quien suplicó por la cura fue un centurión romano, un pagano en quien Jesús percibió sinceridad. En el caso de la mujer con flujo de sangre, se trataba de una rechazada por la sociedad, alguien que tal vez no tuviera marido y, debido al flujo continuo de sangre, estaba ceremonialmente impedida de tocar algún hombre santo. Finalmente tenemos el pedido de Jairo, el jefe de la sinagoga, evidenciando así las diferentes clases a las que Jesús atendió.

El mismo ejercicio puede ser hecho con los otros milagros que se mencionan en la Lección.

Lo distintivo de sus milagros

Había muchos curanderos en el tiempo de Jesús. Algunos incluso hacían cosas reales, pero la mayoría era charlatanería, sin contar aquellos que curaban con el poder de los demonios engañadores, tal como vemos aún hoy. Sólo para tener una noción de los oficios relacionados con la sanidad que había en los días de Cristo, tenemos –por ejemplo– a los taumaturgos, o theoi andres (literalmente “hombres divinos”) que permanecían en las dependencias del templo de Esculapio para allí realizar sus sanaciones. A cambio de una buena cantidad de dinero, estos hombres pasaban la noche en el templo con un enfermo a fin de librarlo de su mal. Ellos creían que una noche en el templo de Esculapio (llamada incubatio), sanará al enfermo de su dolencia.

Estaban también los magos, que cumplían el rol de exorcistas, y los adivinos, que ganaban dinero previendo –supuestamente– las cosas que habrían de suceder. Y no podemos olvidar a los predicadores apocalípticos, que vivían de ciudad en ciudad, de plaza en plaza, predicando de manera enigmática el fin del mundo.

¿Cómo separar a Jesús de todos esos sanadores, exorcistas y apocalípticos? La primera diferencia estaba en el hecho de que el ejercicio sanador de Jesús no era una tarea remunerada, sino un acto de misericordia y compasión. Lo común era que los curanderos aliviaran el dolor sólo de los que podían pagar. O sea que el tener dinero era el criterio para ser sanado. Para Jesús, el criterio básico era el tener fe, independientemente si era un leproso rico (como posiblemente Simón lo era), o un ciego limosnero como Bartimeo.

Todavía hay otras diferencias. Las sanaciones realizadas por Jesús no se resumían al plano físico. Es más, a veces ni siquiera parecía ser el motivo principal. Su intención era la sanidad interior, tal como lo vemos en los casos de Zaqueo o Nicodemo. Es curioso notar que, en este sentido, Jesús incluso fue en contramano a la cultura de la época. Según el escritor griego Teognis, “si un hombre [o un médico] recibiera de los dioses el poder de operar curaciones, debería intentar sacar provecho de eso y, para preservar su imagen, jamás deberían intentar recuperar a un hombre inmoral, pues no se puede reformar un villano”. No necesitamos ir muy lejos en los relatos de los Evangelios para darnos cuenta de que Jesús no siguió esta recomendación.

Alguien podría objetar que el pueblo de aquella época, sin la tecnología y los conocimientos actuales, habría sido más ingenuo, y creería en supuestos milagros que no serían exactamente eso. Si eso hubiera ocurrido en la actualidad, según este razonamiento, difícilmente tendríamos una multitud creyendo realmente que un hombre con disturbios emocionales estuviera “poseído”, según el entendimiento de Cristo y sus discípulos.

Debemos, antes que nada, recordar que la alienación de las masas no es sólo cosa del pasado. Aún hoy, con tanta tecnología e investigaciones formales, aún hay una enorme cantidad de personas dispuestas a encender una vela en una encrucijada creyendo que ese extraño acto les abrirá los caminos y los librará del mal. Como podemos ver, el engaño permanece.

Además de esto, en aquél tiempo, también había intelectuales que no aceptaban todo de manera sencilla. Si los milagros de Cristo llevaran a una creencia inmediata, ¿por qué hubo tantos opositores y también incrédulos? Notemos que, aún dentro del círculo de los apóstoles, Tomás mismo demostró una actitud de incredulidad: ¡él no quiso creer en la resurrección hasta no verlo con sus propios ojos! Lo más curioso es que los milagros de Cristo no fueron negados por sus enemigos. Ninguno jamás probó que Él fuera un embustero. Su cuestionamiento era: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te dio esa autoridad?” (Mateo 21:23), lo que demuestra asombro incluso entre los más feroces oponentes al Hijo de Dios.

El motivo de sus milagros

De las palabras utilizadas en el Nuevo Testamento para referirse a los milagros, las más comunes son aquellas que denotan el uso de poderes extraordinarios. Estos mismos vocablos son utilizados por los autores paganos para referirse a cierta clase de “curanderismo” que existía entre ellos. Pero, en el Nuevo Testamento, y especialmente en el Evangelio de Juan, se utiliza una palabra adicional que distingue a los milagros de Jesús de las hazañas de los demás curanderos y magos de su tiempo, además de aportar una imagen viviente de la motivación que había tras esos actos de sanación. La palabra a la que nos referimos es sêmeion, que quiere decir “señal”. Los milagros eran una señal distintiva de que había llegado el Rey mesiánico para vivir en el pueblo de Israel.

Notemos que Jesús nunca usó las señales para llevar a una persona a creer. Las señales eran para los que ya creían. Es por eso que Jesús, al responderle a los discípulos de Juan, hace referencia a sus obras y les pide a ellos que le contaran a Juan lo que habían visto (Mateo 11:4, 5). ¡Los milagros eran la señal de los tiempos, la señal de que los días mesiánicos habían llegado!

La vida y el ministerio de Jesucristo fueron una pequeña demostración de lo que será el reino final inaugurado después de su venida para restaurar todas las cosas. Por eso, muchos de sus milagros/señales sirven como recordatorio de lo que ocurrirá en el fin. Dios expulsará definitivamente a nuestro enemigo, y los muertos resucitarán. Los que hicieron lo bueno, resucitarán para vida eterna, y los que hicieron lo malo, para perdición eterna.

Dr. Rodrigo P. Silva

Profesor de Teología

Seminario Adventista Latinoamericano de Teología

Univ. Adventista de San Pablo – Campus II

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