domingo, 4 de mayo de 2008

leccion nº6- escuela sabatica- mayo 2008.-

Capítulo 6

El desafío de sus dichos


A
dmitámoslo, Jesús hizo algunas declaraciones difíciles de entender, que nos desconciertan, que no podemos compren­der. Y ese es el tema de este capítulo: las palabras difíciles de Jesús, el desafío de sus dichos. En algunos casos sugeriré algunas res­puestas; en otros dejaré el asunto abierto.
En Mateo 11 20-24, mientras Jesús reprendía a algunas ciudades de Judea, cuyos habitantes, a pesar de los extraordinarios milagros que él había realizado en medio de ellas, no se habían arrepentido, las comparó con las ciudades antiguas que habían experimentado el juicio de Dios. A Corazín y Betsaida les dijo que "si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en voso­tras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza". Y si "en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti [Capernaúm], habría permanecido hasta el día de hoy". ¿Significa eso que Dios no hizo todo lo que podría haber hecho para llevar a aquellas ciudades al arrepentimiento? ¿Qué más podría ha­ber hecho?
Cuando Jesús descendió del Monte de la Transfiguració n, un hombre le trajo a su hijo enfermo a quien los discípulos no habían podido sanar. Más tarde los discípulos quisieron saber por qué ellos no habían podido sanarlo. "Por vuestra poca fe", les respondió Jesús. "Porque de cierto os digo, que si tuvieseis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible" (Mateo 17:20).
Al parecer, estas dos respuestas de Jesús están en conflicto entre sí. "Por vuestra poca fe" sugiere, por supuesto, que la fe de los discí­pulos era demasiado pequeña. Y uno esperaría que Jesús les reco­mendara luchar por alcanzar una fe más grande. Pero en vez de eso, les dice que una fe tan pequeña como un grano de mostaza habría logrado el éxito.
Por tanto, ¿qué se necesita? ¿Una fe pequeña o una fe grande? O, ¿estaba diciendo Jesús que la fe de los discípulos no era ni siquie­ra del tamaño de una semilla de mostaza?
¿Cómo considerar, entonces, su declaración de que con una fe tan pequeña como un grano de mostaza "nada os será imposible"? Es razonable suponer que durante los siglos que han pasado desde los días de Jesús, al menos una fracción de cristianos, digamos el 0,0001 por ciento, ha experimentado esa clase de fe (puse una frac­ción muy pequeña para ilustrar mejor el punto). Y de ese número, digamos que mil de ellos, en algún momento han encontrado una montaña enhiesta como un obstáculo en su camino. Y sin embargo, hasta donde sabemos, jamás ha habido una reconfiguració n geográ­fica caprichosa en ninguna parte del planeta. Y, ¿existirá en alguna parte un cristiano que nunca le haya hecho frente a un obstáculo que quisiera remover? Entonces, ¿por qué no desaparecen muchos obstáculos? ¿Es la fe de tantos, o de todos nosotros, más pequeña que un grano de mostaza?
Desconcertante, ¿verdad?
Jesús dijo: "A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuél­vele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la tú­nica, déjale también la capa" (Mateo 5:39, 40).
Estas son declaraciones difíciles, casi totalmente imposibles de practicar cuando uno se detiene a pensar en ellas. Imagine que al­guien le hiere a usted, dándole una bofetada, y en lugar de responder de inmediato con un recto a la quijada, usted le dice: "Aquí está mi otra mejilla, ¿qué tal un segundo sopapo de este otro lado? ¡Vamos, estoy esperando!"
¿Es eso lo que Jesús quiso decir? ¿Así de radical era? ¿O lo esta­mos malinterpretando?
Si lo tomamos literalmente, entonces, ¿aplicamos bien su con­sejo? ¿Y qué tal si alguien quiere el billete de cien pesos que usted acaba de poner en su billetera? ¿Le dará también la billetera junto con su licencia de manejar y sus tarjetas de crédito? ¿Y qué tal si al­guien quiere quitarle su automóvil, le dará también su casa?
Estas son preguntas difíciles, y las respuestas no son fáciles. Pero mientras esperamos, consideremos otros tres puntos que nos dan una pausa: El servicio cristiano, la benevolencia radical, y el perdón.

El servicio cristiano
Cuando Jesús envió a sus discípulos, sus instrucciones no fue­ron como las daríamos nosotros hoy. "Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad lepro­sos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia"(Mateo 10:7, 8). ¿Qué significado debe tener este man­dato para nosotros hoy? ¿Cómo se podría llevar a cabo la misión en el mundo contemporáneo sobre esas bases?
En todo lo que tiene que ver con la predicación directa del evan­gelio, la iglesia ha sostenido la política de: "Dad de gracia", es decir, no se cobra nada a quienes lo reciben. Y por la razón que sea, la iglesia ya no se especializa en resucitar muertos y echar fuera demo­nios y, por lo tanto, el tema del encargo para tales servicios se vuelve discutible. Así que, dejando aquellos elementos a un lado, nos con­centraremos en el asunto que queda, es decir, la sanidad. La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha mostrado en toda su historia un pro­fundo interés en el ministerio de curación, especialmente el ministe­rio médico, "el brazo derecho" de su mensaje y misión. [1]
¿Cuáles son las implicaciones de estos pasajes (y de otros simila­res) en los Evangelios para la forma como cumplimos el ministerio médico en la actualidad? Si tomamos los Estados Unidos como ejemplo, cualquiera que haya tratado de entrar a cualquier hospital, incluyendo los que son dirigidos y administrados por los adventistas, sabe que difícilmente logrará traspasar las puertas, excepto en casos de emergencia, si no demuestra primero que tiene un buen seguro o cualquier otro medio sólido para pagar. Parece que "dar de gracia" no se aplica aquí.
Uno puede argüir, por supuesto, que nadie cobra en la iglesia por ninguna curación milagrosa, la cual, para ser exactamente literal, era a lo que Cristo se refería aquí. Así que, si podemos imaginar una situación en la cual Jesús hubiera tenido que recurrir a los farmacéu­ticos del primer siglo, ¿podría haber proporcionado sanidad gratuita sin recibir grandes donaciones de las organizaciones filantrópicas de su tiempo? ¿Y qué habría hecho él si las circunstancias hubieran re­querido, no solo medicación, sino también hospitalizació n, maqui­naria y equipo que cuestan millones de dólares, más el personal de tiempo completo que los manejara, personal que tuviera, además, sus propias necesidades económicas? Y por encima de todo esto, añádale las preocupaciones modernas por las responsabilidades y li­tigios legales, y la cuestión se vuelve extraordinariamente compleja.
Tales consideraciones, válidas como son, no debieran librarlo a uno totalmente del problema filosófico que nos plantea la distancia que hay entre las órdenes de marcha de Jesús y nuestra práctica con­temporánea. Al menos, dada la naturaleza de la actual escena médi­ca, los adventistas debieran reflexionar seriamente en el significado del concepto tradicional de "el brazo derecho del mensaje". Es posi­ble que necesiten considerar si no sería más correcto pensar de la empresa médica adventista típica simplemente como un negocio cristia­no con orientación misionera, y no como una empresa estrictamente eclesiástica. ¿No sería un enfoque más creíble?
El tema es enormemente difícil. Pero nuestro casi total fracaso para afrontar este tema con profundidad no debe dejarnos tranqui­los. La cuestión fundamental se centra en cómo aplicamos las pala­bras de Jesús en la actualidad. ¿O se han vuelto inoperantes en el mundo actual?
La benevolencia radical
La historia es familiar. Un gobernante "rico" se acerca a Jesús pa­ra preguntarle qué debe hacer para obtener la vida eterna. Después de escuchar la enumeración de los logros del joven, Jesús le dijo: "Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme" (Lucas 18:22).
La explicación que muchos de nosotros hemos dado es que Jesús no les dirigió a todos esa indicación particular. Él, como profe­ta, poseía una percepción especial de las necesidades específicas del joven gobernante que estaba de pie frente a él aquel día; y vio que el único gran obstáculo que se interponía entre la vida eterna y él era su riqueza: por eso le indicó que vendiera todo lo que tenía y diera el dinero a los pobres. Pero para usted y para mí la prueba puede ser di­ferente, pues los obstáculos que afrontamos en la vida son diferentes.
Yo creo que esta explicación es válida.
Pero una mañana de enero de 2001 me asaltó un nuevo pensa­miento mientras reflexionaba en un capítulo del libro The Politícs of Jesús, de John H. Yoder. Por primera vez, sentí el impacto de Lucas 12:33. Resulta que ese texto es parte del registro que hace Lucas del Sermón del Monte de Jesús y, por lo tanto, las amonestaciones y or­denanzas proclamadas allí no pueden considerarse aisladas, o tan específicas que son dirigidas a una sola persona.
Por tanto, aquí está el pasaje de Lucas 12:33: "Vended lo que po­seéis y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye”. Jesús parece estar aplicando a todos los que tienen riqueza el mismo mandato que dio al joven rico en el capítulo 18.
¿Qué quiso decir Jesús? Si yo vendo todo lo que tengo y doy el dinero a los pobres, entonces inmediatamente me convierto en po­bre, necesitado de que alguien más, siguiendo el mismo principio, venga en mi rescate. Pero entonces esa persona, a su vez, se convierte en pobre. Y no es difícil visualizar la forma en que tal proceso con­ducirá con el tiempo a severas e inesperadas complicaciones.
Encuentro que cuando uno lucha con este tema es útil considerar lo que ocurrió en la iglesia primitiva, tal como se registra en el libro de los Hechos. Estos, después de todo, fueron los cristianos que vi­vieron más cerca del contexto social en que Jesús hizo esta declara­ción. Hechos 4: 32-35 dice que "la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común [...]. Así que no había entre ellos ninguno necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo ven­dido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad". Lo que se presenta aquí es el retrato de una co­munidad integrada, una unidad familiar de creyentes.
Pero el incidente con Ananías y Safira (Hechos 5:1-10), aunque sea trágico, nos muestra algo de la dinámica que impulsaba este rico programa de distribución: era voluntario, no se obligaba a nadie, no se le requería a nadie. No todo es explícito en la historia, pero, al parecer, la pareja, viendo quizá la general aprobación que recibió Bernabé (Hechos 4:36, 37) después de dar a la iglesia todo el dinero que había recibido de la venta de sus propiedades, quería recibir los mismos elogios por un sacrificio menor. [2] Lo que aprendemos de la confron­tación de Pedro con ellos es que la pareja tenía total autoridad y li­bertad para hacer con su propiedad lo que quisiera: no tenían nin­guna obligación de venderla. "Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón?" En otras palabras, podrían haber dado a la iglesia cualquier porción del precio que quisieran. Fue la egoísta tergiversació n de la transacción la que los llevó a la trage­dia.
Otra consideración es la idea que propone Yoder en el capítulo 1 que yo estaba leyendo aquella mañana. Conectando el texto de Lucas 12:33 con el pronunciamiento de Jesús registrado en Lucas 4:18, 19 (que él ve como una clara referencia al esquema de la reali­neación de las propiedades en conexión con el antiguo año del jubi­leo), propone la idea de que la declaración de Jesús en Lucas 12 no estaba dirigida simplemente a un grupo especial de personas ultra-dedicadas, ni era tampoco una "ley constitucional para fundar un utópico Estado de Israel". Era, más bien, dice Yoder, "una ordenanza del jubileo que debía ponerse en práctica aquí y ahora, como una prefiguración del restablecimiento de todas las cosas". [3]
Así que Yoder pone el énfasis en algo que iba a ocurrir como parte de la misión mesiánica de Jesús, sin ninguna aplicación nece­saria en la actualidad. Así, los cristianos contemporáneos están li­bres de esa obligación. Yo considero inadecuada esta interpretació n, y creo que una forma más natural de comprender el texto es verlo como aplicable universalmente y en todos los tiempos. Por muy ra­dical que suene, su aplicación, como lo vimos en el caso de la iglesia primitiva, es la correcta. Tenemos, además, un caso que demuestra ese mismo punto durante el ministerio de Jesús. Cuando Zaqueo rindió su vida al Maestro, voluntariamente ofreció: "La mitad de mis bienes doy a los pobres", no todo, como Jesús le había estipulado al joven gobernante rico. (Tampoco Lucas 12: 33 sugiere que vendamos to­do.) Y "si en algo he defraudado a alguno", añadió Zaqueo, "se lo devuelvo cuadruplicado" . Aceptando el arreglo, Jesús dijo: "Hoy ha venido la salvación a esta casa" (Lucas 19:8, 9).
Más allá de todo esto, la preocupación de Jesús con respecto a la riqueza era señalar su peligro intrínseco. Sus declaraciones com­parando las posibilidades de una persona rica de entrar al cielo con la posibilidad de que un camello entrara por el ojo de una aguja (Mar. 10: 18-25) no tenían el propósito de parecer ingeniosas, como todo el contexto aclara perfectamente. Lo que se proponía era indicar cuan serio es el impedimento que las riquezas le plantean a nuestra salvación. Sin embargo, Jesús añadió, alentadoramente: "Todas las cosas son posibles para Dios" (Marcos 10:27).
Con respecto al perdón
La historia es familiar. Pedro le preguntó a Jesús: "Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces sie­te" (Mateo 18:21, 22).
Los beneficios espirituales, emocionales y psicológicos del per­dón son bien conocidos, y se han escrito numerosos libros y artícu­los sobre el tema. Mi corazón late al unísono con todos esos senti­mientos, sentimientos que he expresado innumerables veces, y los expresaré otra vez. Sin embargo, siempre he albergado una persis­tente preocupación con respecto a la inadecuada comprensión que la gente tiene de la declaración de Jesús.
La forma como vierte la Nueva Versión Internacional la cláusula es "setenta y siete veces". Cualquiera sea la versión que adoptemos, estamos hablando aquí de un gran número de ofensas. Y siendo que ninguna persona normal tomaría tiempo para llevar un registro, la comprensión común (y yo creo que es la correcta) de la declaración de Jesús es que no debiera haber limites para el perdón. Alguien nos insulta, nos humilla, nos habla groseramente, dice una serie de hi­rientes mentiras con respecto a nosotros y nuestra familia, se burla públicamente de nosotros, daña nuestra reputación, hay simple­mente docenas de casos de esos en el curso de la vida diaria, y noso­tros nos hacemos un enorme favor a nosotros mismos si ponemos tales heridas a un lado, perdonándolas y, si es posible, olvidándolas.
Es probable que Pablo tuviera tal cosa en mente cuando escri­bió a los creyentes de Colosas: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios [...] de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdo­nándoos unos a otros si alguno tuviera queja contra otro. De la ma­nera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros" (Colosenses 3:12, 13).
No existe la menor duda de que cuando Pedro le preguntó a Jesús tenía la misma idea en mente: las múltiples ofensas que pue­den producirse durante el curso de la interacción cotidiana de los se­res humanos. De acuerdo con esto no debiéramos extrapolar dema­siado la respuesta de Jesús y hacer aplicaciones universales a todas las situaciones de la vida humana. Si estamos preparados para ir más abajo de la superficie, podemos preguntarnos si la respuesta de Jesús se aplica en la misma forma a todos los siguientes casos:
1. Una familia se sacrifica durante mucho tiempo para reunir el di­nero necesario para construir o comprar una casa, y allí guardan sus pertenencias invaluables e irremplazables: libros, papeles, vi­deos, computadoras con información vital para la familia, foto­grafías irremplazables de bodas, graduaciones, nacimientos y otras ocasiones especiales. Luego viene un pirómano, y todo se desvanece en humo.
¿Y qué ocurre cuando encuentran al pirómano? Si decimos, "perdonemos" , ¿qué queremos decir? ¿Significa que el incendia­rio se puede ir tranquilamente a su casa? Pero, digamos, por causa del argumento, que el pirómano se va a su casa perdona­do. ¿Y qué pasa si la misma persona, al día siguiente, quema el departamento donde la familia damnificada se había refugiado temporalmente? ¿Qué pasará entonces? ¡Y solo estamos en el inci­dente número dos! ¿Tenían Jesús y Pedro tal atrocidad en mente?
1. En el mes de octubre de 2005, un hombre entró en una tienda en Maryland, donde su ex esposa trabajaba como cajera, la re­gó con gasolina y le prendió fuego, dejándola horriblemente desfigurada para el resto de su vida. En la actualidad ella no es más que un fantasma, no quedó nada de su antigua belleza. Pero vuelva conmigo a la escena del incidente; e imagine que in­mediatamente la mujer recobra la conciencia suficiente para per­donarlo. Luego imagine que después de haberlo perdonado, él sigue la ambulancia hasta el hospital (y por fantástico que pa­rezca todo esto, le pido que permanezca conmigo un momen­to) se arrastra como gusano hasta la misma sala de cuidados in­tensivos con una botella de ácido en las manos. Y mientras ella está inconsciente rocía el ácido en lo que le queda de rostro a su ex esposa. ¿Habrá alguien, en algún lugar, que tenga la capaci­dad para decir que esta mujer ha desobedecido a Cristo si en­cuentra difícil perdonar al demonio en que se convirtió su ex marido? Y, para remachar el punto: ¿estaba Jesús hablando de incidentes como estos?
2. El 7 de junio de 2003, Brian y Daphne Gipson se dirigían a su casa en Pennsylvania. Estaban de regreso de su luna de miel que habían pasado en la Florida. Mientras su vehículo pasaba bajo un puente, alguien tiró una piedra que rompió el parabrisas y le dio a Daphne en la cara. Semanas más tarde, Brian todavía esta­ba esperando el día en que su esposa hablara de nuevo. "Él es­pera, ora, y se obsesiona con esta pregunta: ¿cómo pudo alguien arrojar aquella piedra, cambiar tantas vidas y todavía dormir tranquilo por la noche?" Después de pasar muchos meses en el hospital, Daphne sale como una persona destruida, para hacerle frente a la ruptura de su matrimonio.[4]
Pero supongamos que Daphne conoce a la persona que realizó aquella perversa acción y la perdona. ¿Puede usted imaginar que su capacidad de perdonar a esa persona sea la misma la segunda, la tercera, la cuarta, la vigésima vez? ¿No malinterpretamos a Je­sús cuando utilizamos sus palabras para acumular sentimiento de culpabilidad sobre las personas que al hacer frente a actos brutales e inenarrables, encuentran difícil perdonar y buscar jus­ticia al mismo tiempo?
3. La mujer paquistaní de 32 años había sido acusada por su mari­do de tener relaciones sexuales con su hermano, y un día, el es­poso se vengó. Un informe de Gujar Khan, Pakistán, difundió los horribles resultados: "La cabeza de Zahida Perveen está en­vuelta en una tela blanca de algodón, que ella aprieta constante­mente. Pero cuando ella se inclina para levantar a su bebé, el ve­lo cae para revelar "las horribles heridas que había sufrido". "Los ojos de Perveen son dos cuencas vacías de carne viva, sus orejas habían sido cortadas, y su nariz no era más que un pedazo de hueso enorme y enrojecido. Seis meses antes, su esposo, en un arranque de rabia por la supuesta infidelidad, le había atado las manos y los pies, y la había acuchillado con una navaja de afeitar y un cuchillo. Ella tenía tres meses de embarazo en ese momen­to". [5]
La pregunta no es si esa mujer debiera perdonar a su esposo, si­no: ¿Puede alguien pensar seriamente que Jesús o Pedro tenían esas atrocidades en mente hace dos mil años?
Estas son algunas de las consideraciones que hacen difíciles de entender las declaraciones de Jesús acerca del perdón. ¿Cómo aplica­mos sus palabras, por ejemplo, en casos de repetido abuso sexual y físico de los niños dentro del hogar? Fue al principio de Mateo 18, cuando, al poner énfasis sobre ese tema, Jesús expresó estas terribles palabras: "Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos peque­ños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar" (versículo 6). Aunque su primera referencia aquí es el juicio divi­no, sería ingenuo tomar livianamente lo que Dios trata con tanta se­riedad: ofrecer el perdón "fácil" y repetidamente.
Mi intención en esta sección era ir un poco más profundo en es­tas cuestiones que, por lo general, consideramos superficialmente. Por ejemplo, la respuesta de Jesús a Pedro. Mi intención no es, en lo absoluto, alentar las actitudes de venganza y falta de perdón, porque tales actitudes (como dijimos antes) producen destrucción emocio­nal. Pero creo que es importante reconocer que los enfoques sim­plistas que echan las ofensas comunes de la vida diaria en el mismo saco que las atrocidades que cambian, desfiguran y acaban con la vi­da en todos los sentidos; se burlan de las palabras de Jesús y crean sentido de culpabilidad en aquellos que hacen frente a terribles y criminales ofensas contra sus personas o sus propiedades. Al pare­cer, Jesús mismo hace una diferencia con ciertas ofensas particula­res, como la ominosa advertencia que le hizo a Judas la noche de su entrega: "A la verdad el Hijo del hombre va, como está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entrega­do! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido" (Marcos 14:21).
El asunto del perdón es extraordinariamente sensible y comple­jo. Es lo que hace que la declaración de Jesús acerca de él sea tan de­safiante.
En conclusión
Admitámoslo, Jesús dijo algunas cosas difíciles, que nos confun­den; cosas difíciles de entender. Esparcidas por todos los Evangelios se encuentran algunas de las más desafiantes declaraciones éticas que podamos encontrar jamás en parte alguna. Exigen un estudio y un esfuerzo constantes para comprenderlas. En este capítulo apenas hemos tocado la superficie.
[1] Ver Elena G. de White, Consejos sobre salud, p. 328.
[2] Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 176.
[3] John H Yoder, The Politics of Jesus (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1972), p.76.
[4] Lonnae O'Neal Parker, "Fight to Regain Life After 1-95 Attack", Washington Post, 8 de abril de 2003, pp. AI, A3.
[5] "In Pakistan, Women Pay the Price of 'Honor'", Washington Post, 8 de mayo de 2000, pp. AI.

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