sábado, 17 de mayo de 2008

LA INTESIDAD DE SU CAMINAR



Lección 8
17 al 24 de Mayo de 2008

La intensidad de su caminar


Sábado 17 de mayo

Ninguna vida estuvo tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús, y sin embargo, cuán a menudo se le encontraba en oración. Cuán constante era su comunión con Dios. Repetidas veces en la historia de su vida terrenal se encuentran relatos como éste... "Se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba". "En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios" (Lucas 5:15, 16; 6:12).

En una vida completamente dedicada al beneficio ajeno, el Salvador hallaba necesario retirarse de los caminos muy transitados y de las muchedumbres que le seguían día tras día. Debía apartarse de una vida incesante actividad y contacto con las necesidades humanas, para buscar retraimiento y comunión directa con su Padre. Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración buscaba fuerza divina a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios podía descargarse de los pesares que le abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo (Reflejemos a Jesús, p. 110).


Domingo 18 de mayo
Los primeros años

Nadie que mirara el rostro infantil radiante de animación, podría decir que Cristo era exactamente como los otros niños. Era Dios en carne humana. Cuando sus compañeros lo instaban a hacer lo malo, la divinidad refulgía a través de la humanidad, y se negaba decididamente. Rápidamente distinguía entre lo correcto y lo incorrecto y colocaba al pecado a la luz de los mandamientos de Dios, levantando la ley como un espejo que reflejaba luz sobre lo malo. Ese agudo discernimiento entre lo correcto y lo erróneo era lo que frecuentemente provocaba la ira de los hermanos de Cristo. Sin embargo, la exhortaciones y súplicas de él y el dolor expresado en su semblante revelaban un amor tan tierno y ferviente por ellos, que se avergonzaban de haberlo tentado a desviarse de su estricto sentido de justicia y lealtad (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1091, 1092).

Cristo es el ideal para toda la humanidad. Ha dejado un perfecto ejemplo para la niñez, la juventud y edad viril. Vino a esta tierra y pasó por las diversas etapas de la vida humana. Hablaba y actuaba como los otros niños y jóvenes, con la excepción de que no hacía lo malo. El pecado no encontró lugar en su vida. Siempre vivía en una atmósfera de pureza celestial. Desde la niñez hasta la edad viril mantuvo inmaculada su confianza en Dios. La Palabra dice de él que "crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres".

Jesús recibía su educación en el santuario del hogar, no sólo de sus padres sino de su Padre celestial. A medida que crecía, Dios les mostraba más y más la gran obra que estaba delante de él. Pero a pesar de todo ese conocimiento, no hacía alarde de superioridad. Nunca causó pena o preocupación a sus padres faltándoles el respeto. Se deleitaba en honrarles y obedecerles. Aunque no ignoraba su gran misión, consultaba los deseos de ellos y se sometía a su autoridad (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1092).

Aunque crecía en conocimiento y la gracia de Dios estaba con él, no se enorgulleció ni sintió que estaba por encima de la realización del deber más humilde. Llevó su parte de la carga, junto con su padre, su madre y sus hermanos... A pesar de que su sabiduría había asombrado a los doctores, se sometió humildemente a la tutela de sus guardianes humanos. Soportó lo que le correspondía de las cargas familiares y trabajó con sus propias manos como lo habría hecho cualquier trabajador. De Jesús se dijo que a medida que avanzaba en años "crecía en sabiduría, en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres".

El conocimiento que adquiría diariamente acerca de su misión maravillosa no lo descalificaba para la realización de los deberes más humildes. Realizaba alegremente el trabajo que les corresponde a los jóvenes que viven en hogares humildes presionados por la pobreza. Comprendía las tentaciones de los niños, porque tuvo que soportar sus tristezas y pruebas. Su propósito de hacer el bien fue firme y constante. Aunque fue inducido hacia el mal, rehusó apartarse una sola vez de la verdad y la rectitud más estrictas. Mantuvo una obediencia filial perfecta; pero su vida inmaculada suscitó la envidia y los celos de sus hermanos. Su niñez y juventud fueron cualquier cosa menos fáciles y alegres. Sus hermanos no creían en él y se irritaban porque no actuaba como ellos en todas las cosas ni se transformaba en uno de ellos en la práctica del mal. En su vida hogareña fue alegre, pero nunca ruidoso. Siempre mantuvo la actitud de quien estaba dispuesto a aprender. Se deleitaba en el estudio de la naturaleza, y Dios fue su maestro (Exaltad a Jesús, p. 71).


Lunes 19 de mayo
Al comienzo de su ministerio

Cuando Cristo soportó la tentación del apetito, no estaba en el Edén como Adán, ni estaba rodeado de la luz y el amor de Dios que Adán podía ver dondequiera que se fijaran sus ojos. Estaba en un desolado desierto donde merodeaban las bestias salvajes, rodeado de una naturaleza que era repulsiva para cualquier se humano. En esas condiciones ayunó por cuarenta días y cuarenta noches, después de los cuales su rostro y su cuerpo estaban totalmente demacrados por falta de alimento. Así entró en el conflicto con el poderoso enemigo para vencer donde Adán había fracasado, a fin de quebrantar el poder de Satanás y redimir a la raza de su desgracia.

Cuando Adán cedió el poder del apetito, todo se perdió. El Redentor, en quien se unían la naturaleza divina y humana, soportó esta terrible prueba por casi seis semanas, para mostrar los siniestros resultados de un apetito depravado sobre la familia humana. La humanidad de Cristo alcanzó las profundidades mayores y se identificó con las necesidades y debilidades del hombre caído, mientras que su divinidad se tomaba del Eterno. El soportar toda la culpa de la transgresión de los seres humanos no les dio a éstos licencia para continuar violando la ley de Dios; sus pruebas y sufrimientos estaban destinados a impresionarlos con la monstruosidad de sus pecados y llevarlos al arrepentimiento y a la obediencia a ley divina. Al recibir su justicia se elevarían en valor moral ante Dios y sus esfuerzos por guardar la divina ley serían aceptables porque Cristo, mediante su naturaleza humana, los estaría reconciliando con Dios, y mediante su naturaleza divina estaría reconciliando a Dios con ellos (Review and Herald, 4 de agosto, 1874).

Mientras estaba en el desierto Cristo ayunó, pero era insensible a los dolores que produce el hambre porque estaba constantemente orando a su Padre para prepararse a fin de resistir al adversario. Todo su tiempo era dedicado a la oración fervorosa y sentía que estaba en la misma presencia de su Padre. Buscaba fortaleza para enfrentar al enemigo y gracia para llevar adelante la obra que se había propuesto en favor de la humanidad. Se alimentó del pan de vida como se pueden alimentar las almas que acuden a Dios por ayuda. Comió de la verdad como pueden hacerlo aquellos que desean ser librados de las tentaciones satánicas. Pensó en su futuro ministerio y se vio a sí mismo quebrantando los poderes de Satanás sobre los seres caídos, sanando a los enfermos, confortando a los desesperados, animando a los desanimados y predicando el evangelio a los pobres. Y mientras su mente se dedicaba a su futuro ministerio, la sensación de hambre no tuvo cabida hasta que terminó el ayuno de cuarenta días. Cuando esta visión cesó, la naturaleza humana de Cristo clamaba por comida. Ésta era la oportunidad de Satanás para asaltarlo, y resolvió aparecer como uno de los ángeles de luz que habían aparecido durante la visión (Manuscript Releases, tomo 21, pp. 8, 9).


Martes 20 de mayo
En su vida de oración

Leemos en Lucas acerca de Cristo: "En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios" (6:12). Los hombres del mundo a menudo pasan noches enteras trazando planes a fin de asegurarse el éxito; Jesús también pasó muchas noches en oración. Estuvo a solas con su Padre, buscándolo fervientemente, con fuertes clamores y lágrimas. Parecía estar en dolorosa agonía. ¿Por qué le ocurría esto? Había venido a su viña para demandar lo que le pertenecía, pero fue rechazado y maltratado. Entonces, ellos [sus enemigos] trazaron planes para crucificarlo. Era asediado constantemente por los instrumentos satánicos. La resistencia mostrada por los sacerdotes y gobernantes hacia su obra correspondía con las convincentes evidencias de su divinidad. Tenían celos de él porque poseía un poder que atraía a la gente. Su lengua era como la pluma de un hábil escritor. Era la fuente misma del conocimiento, y sus parábolas e ilustraciones hacían clara la verdad a los que no poseían educación. Bajo su enseñanza, los que no podían aprender la verdad por medio de los libros, podían aprenderla de la naturaleza.

Pero aquellos a quienes les habían sido confiados los oráculos de Dios para que pudieran ser fieles expositores de las Escrituras, rechazaron y negaron al Maestro enviado del cielo. Cristo vio que su espíritu y principios eran totalmente contrarios a las Escrituras. Vio que la Palabra de Dios había sido mal interpretada y mal aplicada. Vio cuán difícil sería instruir a la gente para que leyera correctamente las Escrituras, debido a que sus maestros se las leían a la luz de su juicio pervertido. ¿Qué podía hacer para ablandar y subyugar sus corazones? Ésta era la carga que presentaba en oración (Alza tus ojos, p. 78).

La Majestad de cielo, mientras realizaba su ministerio terrenal, a menudo estaba en ferviente oración. Frecuentemente pasaba así toda la noche. Su espíritu se entristecía al experimentar el poder de las tinieblas de este mundo, y entonces se alejaba de la activa ciudad y la bulliciosa muchedumbre para buscar un lugar retirado para orar a su Padre. El Monte de las Olivas era el retiro favorito del Hijo de Dios. Con frecuencia, después de que las multitudes se apartaban de él para disfrutar del descanso de la noche, él no reposaba aunque estaba cansado con las tareas diarias... Cuando la ciudad estaba envuelta por el silencio y sus discípulos se habían retirado a buscar refrigerio en el sueño, sus ruegos divinos ascendían a su Padre desde el Monte de las Olivas, para que los discípulos recibieran protección contra las influencias malignas que encontrarían diariamente en el mundo, y que su propia alma se fortaleciera y vigorizara para realizar los deberes y soportar las pruebas del día siguiente. Toda la noche, mientras sus seguidores dormían, el Maestro divino oraba, mientras el rocío y la escarcha de la noche caían sobre su cabeza inclinada...

El ejemplo de Cristo ha quedado registrado para sus seguidores. Jesús mismo fue una fuente de bendición y fortaleza: podía sanar a los enfermos y resucitar a los muertos; aun mandaba a la tempestad, y ésta le obedecía; la corrupción no lo contaminaba, y permanecía ajeno al pecado. Sin embargo, tuvo que soportar una agonía que requería la ayuda y el sostén de su Padre, y a menudo oraba con fuertes exclamaciones y lágrimas. Oraba por sus discípulos y por él mismo, identificándose así con las necesidades, las flaquezas y las tentaciones que son comunes a la humanidad...

Cristo... vino al mundo para proporcionar un camino mediante el que pudiéramos hallar gracia y fortaleza para el tiempo de necesidad, al seguir su ejemplo orando fervorosa y frecuentemente (A fin de conocerle, p. 260).


Miércoles 21 de mayo
Intensidad para la misión

La vida terrenal del Salvador no fue una vida de comodidad y devoción a sí mismo, sino que trabajó con un esfuerzo persistente, ardiente, infatigable por la salvación de la perdida humanidad. Desde el pesebre hasta el Calvario, siguió la senda de la abnegación y no procuró estar libre de tareas arduas, duros viajes y penosísimo cuidado y trabajo. Dijo: "El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (S. Mateo 20:28). Tal fue el gran objeto de su vida. Todo lo demás fue secundario y accesorio. Fue su comida y bebida hacer la voluntad de Dios y acabar su obra. No había amor propio ni egoísmo en su trabajo (El camino a Cristo, p. 77).
Si amamos a Dios con todo nuestro corazón recordaremos sus requerimientos de ser como él e imitar la vida sacrificada de Cristo, quien dijo: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (S. Juan 4:34). Su gozo se cumplía al elevar y bendecir a la humanidad caída; todo lo demás era secundario y subordinado a ello. Desde el pesebre hasta el Calvario su vida fue una escena de amante esfuerzo y sacrificios en beneficio de los seres humanos. Si Cristo mora en nuestros corazones, tendremos el mismo espíritu y haremos la misma obra. Nuestros pensamientos, intereses y simpatías, así como nuestras palabras, esfuerzos y dinero estarán dedicados a construir el reino de nuestro Redentor. Y no lo consideraremos simplemente un deber sino que será nuestra vida y nuestro gozo. Así como las aguas de vida brotan de la corriente en la montaña, así también brotarán actos y palabras de amor de nuestra vida (Review and Herald, 9 de diciembre; 1890).

"El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (S. Mateo 20:28). Una vida de servicio desinteresado hacia los demás era el ejemplo que su Maestro les estaba dejando. Era el Señor del cielo y los ángeles le obedecían; sin embargo estuvo dispuesto a tomar sobre sí mismo las debilidades y enfermedades de la naturaleza humana, para dar un ejemplo de servicio con su vida y con su muerte. No buscó honores, riqueza o relaciones agradables. Por el contrario dedicó su vida a la gente humilde, ministrando a los necesitados y afligidos. No evitaba encontrarse con los más degradados y pecadores sino que les predicaba las buenas nuevas del perdón y la paz a todos los que aceptaran el plan del cielo. Los discípulos ahora debían seguir su ejemplo en su ministerio (Signs of the Times, 15 de enero, 1885).


Jueves 22 de mayo
Nuestro propio caminar con Dios

"El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Juan 2:6).

Nosotros llevamos el nombre de cristianos. Seamos fieles a este nombre. Ser cristiano significa ser semejante a Cristo. Significa seguir a Cristo en la abnegación, llevando en alto su bandera de amor, honrándolo con palabras y actos altruistas. En la vida del verdadero cristiano no hay nada del yo: el yo está muerto. No había egoísmo en la vida que Cristo vivió en esta tierra. Llevando nuestra naturaleza, vivió una vida plenamente entregada al bien de los demás. Los seguidores de Cristo deben ser puros y verdaderos en palabras y acciones. En este mundo, un mundo de iniquidad y de corrupción, los cristianos deben revelar los atributos de Cristo. Todo lo que hagan y digan deberá estar desprovisto de egoísmo (En lugares celestiales, p. 57).

Se ha hecho amplia provisión para todos los que sincera, ferviente y meditativamente se dedican a la tarea de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fuerza, gracia y gloria han sido provistas por medio de Cristo, para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de la salvación. Nadie es tan miserable, corrompido y vil, que no pueda encontrar en Jesús, que murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si quiere abandonar sus pecados, dejar la senda de la iniquidad y volverse con plena decisión del corazón al Dios viviente. Espera para quitarles sus vestiduras, manchadas y contaminadas por el pecado, para revestirlos de las blancas y resplandecientes túnicas de justicia; y los intima a vivir, no a morir. En él pueden florecer. Sus ramas no se secarán ni serán infructíferas. Si moran en él, podrán extraer savia y nutrición de él, e imbuidos de su espíritu, caminar como él anduvo, vencer como él venció, y ser exaltados a su diestra (¡Maranata: El Señor viene!, p. 51).

Se requiere de nosotros una completa consagración a Dios. Cuando el Redentor de los pecadores mortales trabajaba y sufría por nosotros, se negó a sí mismo, y su vida entera era una escena constante de trabajo y privaciones. Si así lo hubiera decidido, podría haber pasado sus días sobre la tierra en medio del ocio y la abundancia, gozando de todos los placeres y satisfacciones de esta vida. Pero no lo hizo; no tomó en cuenta su propia conveniencia. Vivió no para gratificarse a sí mismo, sino para hacer el bien y para salvar a otros del sufrimiento, para ayudar a los que más lo necesitaban. Perseveró en esta actitud hasta el mismo fin. El castigo de nuestra paz recayó sobre él, y llevó las iniquidades de todos nosotros. Nosotros debimos beber esa amarga copa. Nuestros pecados fueron los ingredientes de esa mezcla. Pero nuestro querido Salvador la sacó de nuestros labios y la bebió él mismo, y en su lugar nos ofrece una copa de misericordia, bendición y salvación. ¡Oh, qué inmenso sacrificio se hizo en favor de la raza caída! ¡Qué amor, qué amor maravilloso e incomparable! Después de todas estas manifestaciones de amor, hechas precisamente con el fin de revelarnos su amor, ¿trataremos de evitar las pequeñas pruebas que tenemos que soportar? ¿Podemos amar a Cristo y al mismo tiempo no estar dispuestos a llevar la cruz? ¿Podemos querer participar de su gloria, pero no a seguirlo siquiera desde el tribunal hasta el Calvario? Si Cristo está en nosotros, la esperanza de gloria, caminaremos como él lo hizo; imitaremos su vida de sacrificio para bendecir a los demás; beberemos de su copa y seremos bautizados de su bautismo; daremos la bienvenida a una vida de devoción, pruebas, y abnegación por causa de Cristo. Por más sacrificios que hagamos para obtenerlo, el cielo será demasiado barato (Testimonios para la iglesia, tomo 2, pp. 67, 68).


Viernes 23 de mayo
Para estudiar y meditar

Sería bueno que cada día dedicá­semos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente de las finales. Y, mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor y quedaremos más im­buidos de su Espíritu” (El Deseado de todas las gentes, p. 63).

Satanás procuró evitar, en todas las formas posibles, que Jesús se desarrollara dentro de una niñez perfecta, una edad viril intachable, un santo ministerio y un sacrificio inmaculado; pero fue derrotado. No pu­do inducir a Cristo a que pecara. No pudo desanimarlo ni apartarlo de la obra que había venido a hacer en esta tierra. La tormenta de la ira de Satanás lo azotó desde el desierto hasta el Calvario; pero, cuanto más implacable era tanto más firmemente se aferró el Hijo de Dios de la mano de su Padre, y avanzó por el ensangrentado sendero (Comentarios bíblico adventista, tomo 5, p. 1.104).

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