jueves, 24 de julio de 2008

notas Elena White (Dios entre nosotros) Escuela sabatica


Lección 4
19 AL 26 de Julio de 2008

El Hijo de Dios entre nosotros


Sábado 19 de julio

Cristo dejó su lugar en las cortes celestiales y vino a esta tierra a vivir la vida de los seres humanos. Hizo este sacrificio para mostrar que es falsa la acusación de Satanás contra Dios: esto es, que es posible que el hombre obedezca las leyes del reino de Dios. Cristo, siendo igual con el Padre, honrado y adorado por los ángeles, se humilló por nosotros y vino a esta tierra a vivir una vida de humildad y pobreza; vino a ser un varón de dolores, experimentado en quebranto. Sin embargo, el sello de la divinidad estaba sobre su humanidad. Vino como un Maestro divino para elevar a los seres humanos, para aumentar su eficiencia física, mental y espiritual.

No hay nadie que pueda explicar el misterio de la encarnación de Cristo. Con todo, sabemos que vino a esta tierra y vivió como un hombre entre los hombres. El hombre Cristo Jesús no era el Señor Dios Todopoderoso, sin embargo Cristo y el Padre son uno. La Deidad no desapareció bajo la angustiosa tortura del Calvario, sin embargo no es menos cierto que "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1104).


Domingo 20 de julio
¿Quién fue Jesús? – Parte 1

Cristo dejó los atrios reales del cielo y vino a nuestro mundo para representar el carácter de su Padre, y de esa manera ayudar a la humanidad para que volviera a ser leal. La imagen de Satanás estaba sobre los hombres, y Cristo vino para poder proporcionarles poder moral y suficiencia. Vino como un nene desvalido que llevaba la humanidad que nosotros llevamos: "por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo". No podía venir en la forma de un ángel, pues a menos que se encontrara con el hombre como hombre y testificara mediante su relación con Dios que no le había sido dado poder divino en una forma diferente a como nos es dado a nosotros, no podía ser un ejemplo perfecto para nosotros. Vino en humildad para que el más humilde ser sobre la tierra no pudiera tener ninguna excusa por causa de su pobreza o su ignorancia, y dijera: "Estas cosas me impiden obedecer la ley de Jehová". Cristo revistió su divinidad con humanidad para que la humanidad pudiera aproximarse a la humanidad, para que él pudiera vivir con la humanidad y llevar todas las pruebas y aflicciones del hombre. Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. En su humanidad comprendió todas las tentaciones que sobrevendrían al hombre (Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 936, 937).

"Así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19).

Uno, honrado por todo el cielo, vino a este mundo para estar en la naturaleza humana a la cabeza de la humanidad, para testificar ante los ángeles caídos y ante los habitantes de los mundos no caídos que, mediante la ayuda divina que ha sido provista, todos pueden caminar por la senda de la obediencia a los mandamientos de Dios...

Nadie menos santo que el Unigénito del Padre podría haber ofrecido un sacrificio que fuera eficaz para limpiar a todos los que acepten al Salvador como a su expiación -aún a los más pecadores y degradados que se hagan obedientes a la ley del cielo. Nada menos que eso podía haber restaurado al hombre al favor de Dios.

Cristo dio su vida para hacer posible que el hombre fuese restaurado a la imagen de Dios. Es el poder de su gracia el que une a los hombres en obediencia a la verdad (La maravillosa gracia de Dios, p. 103).

[Cristo], como portador del pecado, sacerdote y representante del hombre ante Dios, formó parte de la vida de la humanidad llevando nuestra carne y sangre. La vida está en la corriente viviente y vital de sangre, la cual fue dada para la vida del mundo. Cristo consumó una expiación plena entregando su vida en rescate por nosotros. Nació sin una mancha de pecado; pero vino al mundo a la semejanza de la familia humana. No tuvo un cuerpo que fuera sólo una apariencia, sino que tomó la naturaleza humana participando de la vida de la humanidad.

La herencia que se perdió por la transgresión fue rescatada, de acuerdo con la ley que Cristo mismo dio, por el pariente más cercano. Jesucristo puso a un lado su manto regio, su corona real, y revistió su divinidad con humanidad para convertirse en el sustituto y fiador de la humanidad, para que muriendo en la humanidad pudiera con su muerte destruir a aquel que tenía el imperio de la muerte. No podría haber hecho esto como Dios, pero Cristo podía morir viniendo como hombre. Por medio de la muerte venció a la muerte. La muerte de Cristo llevó a la muerte al que tenía el imperio de la muerte, y abrió las puertas de la tumba para todos los que lo reciben como a su Salvador personal (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 937).


Lunes 21 de julio
¿Quién fue Jesús? – Parte 2

[Cristo] fue "Hecho semejante a los hombre; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte". Voluntariamente tomó la naturaleza humana. Fue un acto suyo y por su propio consentimiento. Revistió su divinidad con humanidad. Él había sido siempre como Dios, pero no apareció como Dios. Veló las manifestaciones de la Deidad que habían producido el homenaje y originado la admiración del universo de Dios. Fue Dios mientras estuvo en la tierra, pero se despojó de la forma de Dios y en su lugar tomó la forma y la figura de un hombre. Anduvo en la tierra como un hombre. Por causa de nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza pudiéramos ser enriquecidos. Puso a un lado su gloria y su majestad. Era Dios, pero por un tiempo se despojó de las glorias de la forma de Dios. Aunque anduvo como pobre entre los hombres, repartiendo sus bendiciones por dondequiera que iba, a su orden legiones de ángeles habrían rodeado a su Redentor y le hubieran rendido homenaje. Pero anduvo por la tierra sin ser reconocido, sin ser confesado por sus criaturas, salvo pocas excepciones. La atmósfera estaba contaminada con pecados y maldiciones en lugar de himnos de alabanza. La parte de Cristo fue pobreza y humillación. Mientras iba de un lado a otro cumpliendo su misión de misericordia para aliviar a los enfermos, para reanimar a los deprimidos, apenas si una voz solitaria lo llamó bendito, y los más encumbrados de la nación lo pasaron por alto con desprecio.

Esto contrata con las riquezas de gloria, con el caudal de alabanza que fluye de lenguas inmortales, con los millones de preciosas voces del universo de Dios en himnos de adoración. Pero Cristo se humilló a sí mismo, y tomó sobre sí la mortalidad. Como miembro de la familia humana, era mortal; pero como Dios era la fuente de vida para el mundo. En su persona divina podría haber resistido siempre los ataques de la muerte y haberse negado a ponerse bajo el dominio de ella. Sin embargo, voluntariamente entregó su vida para poder dar vida y sacar a la luz la inmortalidad. Llevó los pecados del mundo y sufrió el castigo que se acumuló como una montaña sobre su alma divina. Entregó su vida como sacrificio para que el hombre no muriera eternamente. No murió porque estuviese obligado a morir, sino por su propio libre albedrío. Esto era humildad. Todo el tesoro del cielo fue derramado en una dádiva para salvar al hombre caído. Cristo reunió en su naturaleza humana todas las energías vitalizantes que los seres humanos necesitan y deben recibir. ¡Admirable combinación de hombre y Dios! Cristo podría haber ayudado su naturaleza humana para que resistiera a las incursiones de la enfermedad derramando en su naturaleza humana vitalidad y perdurable vigor de su naturaleza divina. Pero se rebajó hasta [el nivel de] la naturaleza humana. Lo hizo para que se pudieran cumplir las Escrituras; y el Hijo de Dios se amoldó a ese plan aunque conocía todos los pasos que había en su humillación, los cuales debía descender para expiar los pecados de un mundo que, condenado, gemía. ¡Qué humildad fue esta! Maravilló a los ángeles. ¡La lengua humana nunca podrá describirla; la imaginación no puede comprenderla! ¡El Verbo eterno consintió en hacerse carne! ¡Dios se hizo hombre! ¡Fue una humildad maravillosa! (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1101).


Martes 22 de julio
Jesús entre pecadores y publicanos

La dignidad de Cristo como Maestro divino era de un orden superior a la de los sacerdotes y gobernantes. Era diferente de toda la pompa mundana, pues era divina. Hacía caso omiso a toda ostentación mundanal, y mostraba que consideraba los niveles sociales, fijados por la opulencia y el rango, como enteramente sin valor. Él había descendido.. . de su alto puesto de comando para traer a los seres humanos el poder de llegar a ser hijos de Dios; y el rango terrenal no tenía el más mínimo valor para él. Podría haber traído consigo a diez mil ángeles si le hubieran podido ayudar en la obra de redimir a la raza caída.

Cristo dejó de lado los hogares de los ricos, las cortes de la realeza, los renombrados centros de educación, y se estableció en un hogar humilde y despreciado de Nazaret. Su vida, desde el principio hasta el fin fue de humildad y modestia. La pobreza llegó a ser sagrada por su vida de pobreza. No quiso asumir una actitud de formalidad que hubiera impedido a los hombres y mujeres de condición más modesta de venir a su presencia y escuchar sus enseñanzas...

Ningún maestro honró de esa manera al hombre como lo hizo Jesucristo. Era conocido como amigo de publicanos y pecadores. Se mezclaba con todas las clases y sembraba la verdad en el mundo. En el mercado y la sinagoga proclamó su mensaje. Aliviaba toda suerte de sufrimiento, tanto físico como espiritual. Sembraba junto a todas las aguas la simiente de la verdad. Su único deseo era que todos pudieran tener salud espiritual y física. Era el amigo de todo ser humano. ¿No se había comprometido a traer vida y luz a todos los que le recibieran? ¿No se había comprometido a darles poder para llegar a ser hijos de Dios? Se entregó total y completamente a la obra de salvar almas (Reflejemos a Jesús, p. 220).

El Hijo de Dios había dejado su hogar celestial, con sus riquezas, honor y gloria, y había revestido su divinidad con humanidad, no para vivir en los palacios de los reyes, sin preocupaciones ni trabajo, ni para disponer de todas las comodidades que naturalmente ansía la naturaleza humana. El mundo nunca vio a nuestro Señor rodeado de riquezas. En los concilios del cielo había elegido permanecer en las filas de los pobres y oprimidos, echar su suerte con los obreros humildes, y aprender el oficio de su padre terrenal, que era el de carpintero, un constructor. Vino al mundo para reconstruir el carácter, e introducían en toda su obra de construcción la perfección que deseaba lograr en los caracteres que estaba transformando por su poder divino.

Tampoco se negó a participar de la vida social de sus vecinos. A fin de que todos tuvieran la oportunidad de conocer a Dios manifestado en la carne, se mezcló con todas las clases sociales y fue llamado amigo de los pecadores. Tenía derecho a poseer todos los bienes terrenales pero prefirió vivir una vida de pobreza para que los seres humanos llegaran a ser ricos en los tesoros eternos. Aunque era el Comandante de las cortes celestiales, eligió el lugar más humilde de la tierra; y aunque era rico se hizo pobre para salvarnos. Aunque era Dios, "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2:6-8) (Review and Herald, 15 de mayo, 1900).

Jesús se despojó de su gloria por causa de nosotros; revistió su divinidad con humanidad para poder alcanzar la humanidad, para que su presencia personal pudiera estar entre nosotros, para que pudiéramos saber que él conoce todas nuestra pruebas y simpatiza con nuestros dolores; para que cada hijo e hija de Adán pudiera comprender que Jesús es el amigo de los pecadores (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 938).



Miércoles 23 de julio
Desenmascarando a los hipócritas

Los judíos esperaban un Mesías que los llevara a la victoria sobre sus enemigos restableciendo así su orgullo nacional y su arrogancia. Y aunque Cristo poseía todas las cualidades de carácter, fue justamente su perfección y su justicia la razón para no lo aceptaran. Sus hábitos, su carácter y su vida estaban en oposición a los hábitos y prácticas de los judíos y la pureza inmaculada de su vida avergonzaba a los hacedores de maldad. Su actuación estaba en tan marcado contraste con la de los escribas, los fariseos y los demás maestros religiosos de su tiempo, que los mostraba a éstos como sepulcros blanqueados, religiosos hipócritas que se exaltaban a sí mismos haciendo profesión de santidad mientras por dentro estaban llenos de suciedad. Estos dirigentes no podían tolerar la verdadera santidad y el verdadero celo por Dios, que eran las características distintivas de la vida de Cristo, porque reflejaban una luz que desenmascaraba sus verdaderos sentimientos y sus prácticas. Les resultaba incomprensible que existiera tan perfecto y amoroso carácter, que el único odio que sintiera fuera el odio por el pecado. Estos dirigentes lo hubieran recibido como el Mesías si sólo hubiera manifestado su poder de hacer milagros; pero como denunciaba el pecado y condenaba sus pasiones corruptas, y pronunciaba la maldición divina por su idolatría, no estaban dispuestos a aceptarlo. Aunque sanaba a los enfermos, daba vista a los ciegos y resucitaba a los muertos, lo único que tenían para ofrecerle al divino Maestro era su envidia, su odio, sus celos y sus abusos. Lo perseguían de lugar en lugar tratando de destruir al Hijo de Dios (Review and Herald, 6 de agosto, 1895).

[Se cita Mateo 23:27, 28] Estas tremendas denuncias fueron hechas a los dirigentes judíos porque enseñaban la ley de Dios al pueblo pero ellos mismos no la cumplían. Si hubieran guardado la ley divina hubiesen reconocido a Cristo y su misión. Lo mismo ocurre en nuestros días: muchos caminan en tinieblas a pesar de que la luz brilla en cada página de la Palabra. Estudian las Escrituras pero las interpretan de acuerdo a sus ideas pervertidas. No son honestos; dudan de todo aunque tengan sobradas razones para creer. Se hacen expertos en dudar y en encontrar faltas. La Palabra de Dios es malinterpretada, citada erróneamente y aplicada de tal forma que no tiene poder sobre la vida y el carácter (Review and Herald, 29 de agosto, 1899).

El mismo Salvador fue víctima de la intolerancia religiosa. "A lo suyo, y los suyos no le recibieron". Si hubiera alabado y exaltado a los dirigentes; si hubiese llamado a la corrupción, pureza; si les hubiera dado licencia para enseñar doctrinas y mandamientos de hombres, lo hubieran recibido con alegría. Pero su celo por Dios y su justo fervor en denunciar todas las abominaciones que se hacían en la tierra, y sobre todo la pureza inmaculada de su propio carácter, despertaba el amargo odio de esos "sepulcros blanqueados" que engañaban a la gente con su apariencia de gran santidad. Satanás y sus ángeles estaban detrás de esos malhechores que intentaban destruir al paladín de la verdad. Se produjo una herida en el calcañar de la simiente de la mujer cuando Cristo fue burlado, perseguido y muerto como un criminal. Pero si Satanás hubiese podido inducirlo a pecar, entonces lo habría herido en la cabeza y todo el mundo hubiese sido abandonado al poder del príncipe de las tinieblas (Signs of the Times, 23 de diciembre, 1886).


Jueves 24 de julio
Amor hacia los hipócritas

Tan pronto como hubo pecado, hubo un Salvador. Cristo sabía lo que tendría que sufrir, sin embargo se convirtió en el sustituto del hombre. Tan pronto como pecó Adán, el Hijo de Dios se presentó como fiador por la raza humana.

Pensad cuánto le costó a Cristo dejar los atrios celestiales y ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad. ¿Por qué hizo esto? Porque era el único que podía redimir la raza caída. No había un ser humano en el mundo que estuviera sin pecado. El Hijo de Dios descendió de su trono celestial, depuso su manto real y corona regia y revistió su divinidad con humanidad. Vino a morir por nosotros, a yacer en la tumba como deben hacerlo los seres humanos y a ser resucitado para nuestra justificación.

Vino a familiarizarse con todas las tentaciones con las que es acosado el hombre. Se levantó del sepulcro y proclamó sobre la tumba abierta de José: "Yo soy la resurrección y la vida". Uno igual a Dios pasó por la muerte en nuestro favor. Probó la muerte por cada hombre para que por medio de él cada ser humano pudiera participar de la vida eterna.

Cristo ascendió al cielo con una humanidad santificada y santa. Llevó esa humanidad consigo a los atrios celestiales y la tendrá a través de los siglos eternos, como Aquel que ha redimido a cada ser humano en la ciudad de Dios, Aquel que ha rogado ante el Padre: "los tengo esculpidos en las palmas de mis manos". Las palmas de sus manos llevan las marcas de las heridas que recibió. Si somos heridos y magullados, si hacemos frente a inconvenientes difíciles de sobrellevar, recordemos cuánto sufrió Cristo por nosotros (En lugares celestiales, p. 13).

Cristo sentía un tierno cuidado aun por los dirigentes judíos. ¡Si tan sólo ellos no hubiesen obstruido su senda! Él era el único que podía salvarlos de recibir los terribles castigos que le sobrevendrían como resultado de seguir la impiedad. Con tierna compasión e ilimitada misericordia trataba de evitarles la terrible retribución que ellos mismos se estaban atrayendo sobre sí. Si hubiesen aceptado el Don divino hubieran evitado tal calamidad (General Conference Bulletin, 24 de abril, 1901).

En el lamento de Cristo, se exhala el anhelo del corazón de Dios. Es la tristeza de la separación; la misteriosa despedida del amor longánime de la Divinidad. Es la expresión de un amor abusado y rechazado. La figura que usa Cristo es impactante; deseaba reunir a su pueblo elegido como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas. Deseaba darles protección y defensa. Cuando la gallina ve a su prole en peligro la cubre debajo de sus alas protectoras. Resistirá cualquier enemigo que se aproxime y estará dispuesta a morir antes que permitir que los suyos sufran. Y eso es lo que Cristo está dispuesto a hacer a todos los que se acercan a él buscando refugio. Los cubre debajo de sus alas mediadoras y allí están seguros.

Pero la nación elegida debía ahora recibir su retribución por haber rechazado al Hijo de Dios. "He aquí vuestra casa os es dejada desierta" -dijo Cristo. Si Cristo, el Señor del templo, lo abandonaba, su gloria desaparecería. Esa gloria, que se reflejaba en el lugar santísimo cuando el sumo sacerdote entraba una vez al año en el día de la expiación para esparcir la sangre que simbolizaba la del Hijo de Dios, nunca más volvería a aparecer (Review and Herald, 22 de febrero, 1898).


Viernes 25 de julio
Para estudiar y meditar

El Deseado de todas las gentes, pp. 562-573.

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