lunes, 14 de julio de 2008

leccion n3- auxiliar



Lección 3
19 de Julio de 2008

Juan el Bautista:
Prepara el camino para Jesús
Prof. Sikberto Renaldo Marks


Versículo para Memorizar: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:17).

Introducción

La lección hace referencia a algo, por lo menos, curioso. Aún hoy existen seguidores de Juan el Bautista. Son los mandeos. Veneran a Juan, y conforman en la actualidad un grupo de cerca de 100.000 adeptos, principalmente en Irak, pero también en Irán. Ellos se consideran a sí mismos como legítimos nazarenos, pero –irónicamente– no aceptan a Jesús, el Nazareno, como Mesías, aunque Juan hubiera surgido para abrirle camino. “Aún hoy sobrevive la doctrina del Bautista entre los madianitas en Irán y el sur de Irak, conocidos como sabeos, mandeos, sabehitas, “cristianos de San Juan”. Practican el idioma y la escritura arameos, peculiares al dialecto nabateo. Su nombre proviene de madan, o gnosis (de allí que se denominan mandeos). Sus sacerdotes son los nazarenos. Tienen libros especiales: El Tesoro, o “Libro de Adán” (Ginza); el Libro de Juan (Yahía) o de los Reyes; Haran Gavaita, que cuenta su historia. Vivieron en Israel, desde donde fueron expulsados en el siglo I. Los mandeos no pretenden que su religión, ni su culto bautismal, provengan de Juan. Cuando mucho, fue un gran maestro de ellos, que bautizaba en cumplimiento de sus deberes sacerdotales. Según la doctrina mandea, era un nazareno”. [1]

Esta semana estudiamos sobre Juan y su obra. En la tierra, Juan fue considerado el mayor por Jesús. En el cielo, el menor será mayor de lo que Juan fue aquí. ¡Cuán grandes serán los pequeños en el cielo!

Un llamamiento especial

Juan, el Bautista, fue uno de los pocos escogidos por Dios desde su nacimiento. Además, él nació por la Providencia divina (tal como Samuel, Sansón y Jesús), para una misión específica en este mundo.

El nacimiento de Juan fue anunciado y su misión también (Isaías 40:3-5). Los padres de Juan recibieron instrucciones especiales para el niño: no debían beber nada que contuviera alcohol. Eso puede servir de orientación a nosotros, especialmente aquellos que consideran que se puede beber un poco de vino. Sirve también de norma para otras bebidas que puedan afectar el funcionamiento de la mente. Juan fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. Juan nació porque Dios hizo que naciera. Y en su vida el Espíritu Santo fue delante de él, haciendo que actuara como un Elías, aclarando la situación religiosa y explicando la necesidad de cambios, pues el Mesías estaba por llegar. En rigor de verdad, el Mesías ya estaba entre ellos. Mientras Juan predicaba, Jesús trabajaba en una carpintería, construyendo carros de madera, casas y muebles.

Juan era respetado, incluso temido. El pueblo lo consideraba un profeta, porque efectivamente lo era. Fue un hombre valiente, osado, sin medias palabras, pues en sus discursos siempre iba directo al grano. Para las autoridades y los líderes, era peligroso. Llamaba al pecado de ellos por su nombre y decía claramente a quién se estaba refiriendo. Las autoridades, a las que él señalaba lo temían tanto como el deseo de verlo muerto.

Multitudes, bien temprano, se dirigían todos los días al desierto, donde él predicaba, para escucharlo. Tal era el poder de sus palabras que las personas, muchas incluso contrariadas, iban hasta allí. Se estima que diariamente predicaba ante unas mil personas. Ese era el concepto de multitud que se tenía en aquellos tiempos. Pero podían llegar a ser hasta diez mil personas. Muchas de ellas iban, y volvían luego a escuchar a Juan. Eran atraídas por un poder casi misterioso. Y ese poder era el del Espíritu Santo. Juan era un hombre que Dios podía utilizar, por eso, aún cuando estaba en el desierto, o sea, en las afueras de las ciudades a orillas del Jordán, donde bautizaba, y no en las ciudades, había quienes lo escuchaban. Eso es una señal de que, cuando seamos consagrados, no necesitaremos hacer demasiados esfuerzos para alcanzar nuestros objetivos, incluso dejarán de tener significado para nosotros. El Espíritu Santo hará provisión para que las personas, y nosotros, nos encontremos de algún modo.

¿En qué consistía la obra de Juan? En la misma de Elías y la misma que nosotros debemos llevar a cabo. Estaba haciendo una reforma en Israel. Estaba denunciado los malos hábitos, las tradiciones antiguas incompatibles con los mandamientos de Dios, la cultura de la época que nada tenía que ver con la adoración, pero que se había infiltrado en ella, las prácticas aparentes consideradas aceptables por las personas. Este mensaje de Juan nos interesa, y mucho, tanto para saber cómo él obtuvo tanto poder, como para saber lo que tenemos que decirle al mundo.

Preparando al preparador

Juan, el Bautista, ¿fue una persona predestinada por Dios, sin opción a hacer algo distinto que no fuera predicar y preparar el camino para el Señor? ¿No le fue dada la libertad de elegir con respecto a qué hacer de su vida?

No es tan así. Juan ciertamente podría haberse rehusado a hacer lo que finalmente hizo. Eso es evidente, pues una de las premisas del gobierno de Dios es el libre albedrío. Pecamos pues tenemos el libre albedrío. ¿Por qué entonces Dios, para liberarnos del pecado, recurriría a la compulsión? ¿Qué pasó entonces con Juan, el Bautista? En primer lugar, los propios padres de Juan podrían haberse rehusado a lo que el ángel les había anunciado. Pero no lo hicieron, lo aceptaron libremente. Se sintieron privilegiados por el Cielo. Antes que un niño nazca, son los padres que preparan su vida. Un niño no puede escoger nacer, son los padres lo que lo deciden. Quien todavía no existe no puede decidir las cosas. Fueron los padres de Juan los que aceptaron que el niño naciera para cumplir con su designio, y que fuera educado conforme el Espíritu Santo orientaba. Y cuando el niño alcanzó la edad y la capacidad para decidir por sí mismo, lo hizo según las orientaciones del cielo. A lo largo de su carrera, en cualquier momento Juan podría haber renunciado a hacer la obra. Era libre para hacerlo, pero no lo hizo.

Juan fue engendrado con la ayuda del Creador, para una misión trascendental. Fue preparado, capacitado, desde el vientre materno, como niño, como joven y como adulto, para una importantísima misión. Era algo vital para la tierra, incluso para el Universo entero. Era tomarlo o dejarlo, tal como se dice por allí.

El Espíritu Santo estuvo con el niño desde que fue engendrado, y estuvo con los padres antes de ser concebido y después también. Juan crecía y se fortalecía por el poder de lo alto, del Espíritu de Dios. Fue a vivir al desierto, para aprender allí las instrucciones de lo alto sin ser influenciado por la maldad que se concentra en las ciudades. Fue un hombre discípulo del Espíritu Santo. Siguió a Dios, y Dios estaba con él, tal como ocurrió con Enoc. En caso de que él se hubiera rehusado a hacerlo, el Cielo habría previsto un sustituto. El plan no podía fallar. La humanidad entera y el Universo dependían de la obra de este hombre, del cual dependía también la obra del Salvador, Aquél que liberaría al Universo del poder destructor del enemigo.

Cuando Juan el Bautista predicó, lo hizo con poder. Multitudes iban hasta él. Era tan poderoso que ni siquiera tenía que llegar hasta las ciudades, era el pueblo el que lo buscaba para escucharlo. Y lo consultaban acerca de lo que debían hacer para ser salvos.

¿De dónde provino tal poder? De su preparación desde antes del nacimiento, y la compañía del Espíritu Santo, que siempre estaba con él. Con el pueblo de Dios, en los momentos finales de este largo y gran conflicto, sucederá del mismo modo. Este pueblo de Dios hará la obra tal como Juan: con poder, convicción y fantásticos resultados. Los que obedeceremos la Palabra de Dios, actuaremos así.

El espíritu de Elías

Hubo tres grandes momentos en los que se predicó la reforma en todos los tiempos (sin contar con el de Noé). Uno fue en tiempo de Elías, cuando el profeta llamó al pueblo de Israel a una urgente necesidad de una reforma nacional. Debían liberarse de la idolatría, introducida por Jezabel, esposa pagana del rey Acab. El enfrentó, sin nadie más (humano) a su lado, a los 450 profetas de Baal, más otros cuatrocientos profetas paganos, todos sacerdotes de Jezabel. Y los venció por el poder de Dios.

Juan, el Bautista, predicó un tiempo antes de que Jesús entrara en escena. Él también se refirió a la necesidad de una profunda reforma para así recibir la primera llegada del Salvador del mundo. Predicó acerca de la venida del Reino de Dios a los hombres, lo que sucedería por medio de Cristo. Por eso era necesario el arrepentimiento, para así obedecer luego las leyes de Dios. Juan predicó un mensaje de juicio, contra los líderes religiosos que en aquellos tiempos oprimían a los adoradores con muchas tradiciones inútiles para que alguien se salve.

El pueblo de Dios, aquellos que siguen las enseñanzas bíblicas, ya han comenzado a predicar el último mensaje a este mundo. El poder de la predicación está aumentando, eso es notorio, así como aumenta la oposición, ya sea dentro de la iglesia, como desde afuera.

El último mensaje está resumido en Apocalipsis 14:6-12, en el así llamado triple mensaje angélico. Los ángeles aquí representan al pueblo de Dios que predicará con magnífico poder (del Espíritu Santo, tan combatido en estos días). Este mensaje puede resumirse en los siguientes puntos:

· Adorar a Dios, quien hizo todas las cosas, pues ha llegado la hora del juicio final.
· Babilonia está cayendo (es decir que los adoradores están saliendo de ella).
· Advertencia contra la marca de la bestia, que es la santificación del domingo impuesta por ley.

Estos mensajes son preparatorios para la Segunda Venida de Cristo, ahora como Salvador. Solicitan la adoración a Dios, pues haciendo esto estaremos preparándonos para ser salvos por Jesús. Su venida es inminente, está muy cerca. Es tiempo de dejar las cosas de este mundo que no son convenientes.

El mensaje también anuncia el juicio de Dios, que ya está en funciones desde 1844. Cuando éste termine, hecho que coincidirá con la finalización de la predicación a este mundo y con el inicio de las plagas, Jesús saldrá del Lugar Santísimo y se preparará para retornar a esta tierra.

Es notable la forma en como la naturaleza está proclamando que los eventos finales han comenzado. Los terremotos aumentan en cantidad, las catástrofes climáticas también. La falta de alimentos y la carestía han llegado para quedarse y ya no habrá tiempos de prosperidad como los que todavía estamos gozando. Las guerras, la criminalidad y la violencia se están yendo fuera del control de las autoridades, que no saben qué hacer. En Río de Janeiro, por ejemplo, en varias zonas la situación ya ha escapado al control del Estado, y en otros lugares del mundo también. Las dificultades irán aumentando, y la fe de todos será probada. Ya no es tiempo de estar espiritualmente en estado de somnolencia. Es tiempo de revisar, todos los días por la mañana, nuestra vida y pedirle a Dios que la transforme y nos separe de este mundo, pues estamos por viajar muy lejos de aquí.

Hay necesidad de repetirlo: la Segunda Venida está siendo anunciada por manifestaciones de la Naturaleza. Prestemos atención a esto, pero lo principal es nuestra preparación para la vida eterna.

Conducta transformada

Juan desafiaba a sus oyentes a cambiar de vida. ¿Pero cambio en qué? En la manera de pensar, en los valores que conducen nuestra vida, en nuestras elecciones diarias, en nuestros gustos, en aquello en lo que nos involucramos, en la clase de trabajo, en la vida afectiva, en la vida social, en nuestras relaciones con los demás, y en mucho más.

Los oyentes de Juan, el Bautista, llegaron a él y le preguntaron directamente: “¿Qué debemos hacer?”, y él les respondió a cada uno según su situación o profesión, orientándolo con respecto a las principales necesidad del cambio que debían realizar en sus vidas.

A los más ricos, por ejemplo, les dijo que repartiesen lo que tenían con los pobres; en caso de que alguien tuviera dos túnicas, le diera una a alguien que no tenía ninguna. A los publicanos les dijo que no cobraran más de lo que era debido. A los soldados les dijo que no maltrataran a la gente, que no hicieran denuncias falsas, y que se contentasen con su salario.

Pues bien, ¿qué nos diría Juan que cambiemos si viviera hoy con nosotros? Ejemplifiquemos, aunque no es posible incluir todo, pero todos podremos, partiendo de estos ejemplos, imaginar lo que él diría.

¿Qué le diría Juan, el Bautista, a…

· …los estudiantes? Que no copien en sus exámenes y en sus trabajos.
· …los internautas? Que no participen de la piratería, ni se involucren en asuntos de inmoralidad o violencia, o que pierdan el tiempo con boberías.
· …los comerciantes? Que paguen sus impuestos correctamente, que no engañen en cuanto a la calidad de sus productos y que estipulen los precios justos.
· …los abogados? Que jamás defiendan causas por medio de mentiras, falsedades, y argucias legales, aún cuando la ley eventualmente lo tolere.
· …los administradores y patrones? Que no humillen a sus empleados y les paguen salarios justos.
· …los consumidores? Que no compren mercaderías sin factura, obteniendo ventajas de la evasión de los impuestos.
· …los docentes? Que enseñen con cariño, que no sean injustos y que no permitan el fraude entre los alumnos.

¿Será que yo tendría el valor de preguntarle al Bautista “Qué tengo que hacer”? ¿Qué respondería en mi caso? Eso merece momentos de reflexión y oración. Y esta pregunta se la tenemos que hacer a Dios, pues Juan ya está durmiendo, aguardando el llamado a la vida eterna.

Una lección vital de Juan

¿Cuál sería, en síntesis, la enseñanza de Juan, el Bautista?

“Libérense de las influencias mundanales”

Hay una forma sutil y certera de engañar, que Satanás ha utilizado desde tiempos inmemoriales, y todavía lo hace hoy. Ha logrado con ella buenos resultados. Son los “anexos” a la fe, que no provienen de Dios ni de la Biblia. No es Palabra de Dios, sino de hombres. Son sutilezas que a lo largo del tiempo acaban integrándose a la adoración, con las cuales los adoradores terminan acostumbrándose. No son entonces consideradas algo que debiera retirarse, sino que muchas veces se las llegan a considerar necesarias e imprescindibles.

¿De qué estamos hablando? En Colosenses 2:8 se nos advierte que nos enredemos en tradiciones de hombres y sus rudimentos. Las tradiciones humanas valen tanto que Dios las considera “rudimentos” (RVR60), es decir, que no tienen mucho valor.

Jesús mismo se involucró en una polémica sobre este tema. “Ustedes quebrantan el mandamiento de Dios a causa de la tradición” (Mateo 15:3, NVI). Ellos adoraban de modo extraño, porque habían introducido en el culto cosas que no debían estar, pero que se habían vuelto costumbres consideradas humanamente como necesarias. ¿Cuántas cosas inventamos que, con el tiempo, se vuelven aparentemente imprescindibles y sin las cuales consideramos que no podríamos vivir? Cuando no provienen de Dios, vienen de los seres humanos. Y los supuestos adoradores de Dios se han inclinado a recorrer el mundo buscando prácticas con el supuesto propósito de perfeccionar el culto a Dios. Pero llegará la hora en la que Jesús, el dueño de la obra, expulsará las modernas tradiciones de la iglesia.

Los antiguos judíos, por ejemplo, practicaban una grave injusticia para con sus propios padres, amparados por una tradición que había surgido de ellos mismos. Era algo ridículo, pero que creían que era muy sagrado. Era el caso del voto de la corbán, que significa ofrenda. Muchos judíos afirmaban que habían hecho corbán con sus bienes, esto es, habían entregado al templo los bienes heredados de sus padres, pero que ellos todavía necesitaban para sobrevivir en sus últimos días. Dios nunca pidió tal cosa, o sea abandonar a los padres para ofrendar a la iglesia. Pero lo peor de todo es que, en un arreglo con los sacerdotes, muchos de los ofrendantes recibían solapadamente parte de la ofrenda de vuelta. Era una “gentileza” del sacerdote. De modo que, pareciendo ser muy consagrados a Dios, lo que hacían realmente era el intento de engañar al propio Dios, dejando a los padres desamparados, y participando de la corrupción de los sacerdotes. Eso es lo que Jesús condenó en Marcos 7:11-13.

¿Tenemos hoy doctrinas idólatras oficialmente infiltradas en la iglesia? ¡No! ¿Tenemos hoy algo así como la corbán? ¡Lógicamente que no! ¿Tenemos decenas de rituales inventados por hombres que forman parte de nuestros cultos? ¡No, felizmente!

¿Qué hay entonces que se está infiltrando en la iglesia y que forma parte de nuestros cultos? La mundanalidad, y de ella debemos liberarnos. O Jesús tomará las providencias debidas, cuando llegue el caso.

Quiero dejar con ustedes un ejemplo que me impactó interiormente. Me aterró lo que escuché. En un programa normal de la iglesia, uno de nuestros pastores (no son todos, debo aclararlo, pero tampoco son pocos) hizo una referencia al “partidito” del campeonato de fútbol del domingo a la tarde.

¿Y qué es esto? Una de las muchas maneras modernas de practicar idolatría. Aliarse con algo donde se practica la corrupción, donde la violencia está organizada, donde se compite con brutalidad, donde se manda al otro al infierno, y a otros lugares a la madre del árbitro; donde se practica el fanatismo, donde se pronuncian palabras groseras contra quien simpatiza con el equipo contrario, donde no se respeta a los adversarios, donde la brutalidad de las hinchadas organizadas es notoria, donde se hiere y se mata; donde se consumen bebidas alcohólicas, donde se pierde tiempo toda la semana hablando y debatiendo sobre lo que pasó y lo que debió haber pasado; donde se generan divisiones antagónicas, donde se crean enemistados; donde se pierde el espíritu del adorador al verdadero Dios y se deja de ser adventista del séptimo día; donde se pierde tiempo y dinero; donde se hacen apuestas millonarias; donde se practica el ocio perjudicial; donde se participa de montañas de dinero mal distribuido; donde se idolatra a seres humanos; donde se participa de intrigas y polémicas inútiles… Un pastor, como la palabra lo sugiere, debe guiar a su rebaño. ¿Para qué en esa dirección?

¿Qué nos diría hoy Juan, el Bautista, en casos como éste? Sabemos lo que él diría: “No se involucren con esto, no hagan torneos competitivos…”

¿Y qué nos diría acerca de otras cosas, que debemos abandonar? Sabemos bien qué cosas son esas, y qué es lo que él diría. Tenemos todas las informaciones, no podremos alegar desconocimiento de causa.

Si el lector que me acompaña es una persona a la que le preocupa aquello que son tradiciones modernas y que se han introducido en nuestra adoración, sabe que tendrá que enfrentar la oposición. Pero, con sabiduría y firmeza, necesitamos mantener una postura irrenunciable, no con fanatismo, sino con equilibrio, pero sin comulgar con esas prácticas. Se hace necesaria una advertencia de la pluma inspirada: “Los que están en armonía con Dios y mediante la fe en él reciben poder para resistir y se levantan para defender lo recto, siempre tendrán conflictos severos y frecuentemente se encontrarán casi solos. Pero ganarán admirables victorias mientras dependen únicamente de Dios. Su gracia será su fortaleza. Su sensibilidad moral será aguda y clara, y su poder moral podrá resistir las influencias perjudiciales. Su integridad, como la de Moisés, será del carácter más puro” [Testimonies for the Church; tomo 3, pp. 302, 303].

Aplicación del estudio

Juan fue orientado por Dios a que viviera en el desierto. ¿Por qué? Seguramente para no ser influenciado por las costumbres impropias de los adoradores de su época. Pero, ¿sabes cuál fue el principal motivo? Para ser protegido de la influencia de los líderes religiosos de aquellos tiempos, ¿Cómo puede ser posible?

Un líder religioso tiene mucho poder. Si hace algo malo, sus seguidores llegan a la conclusión de que eso no está mal, y lo hacen también. Si su esposa se maquilla, gran parte de las demás mujeres piensan que eso es lícito. Si ellos van al restaurante en sábado, muchos otros también irán. Si algún líder mira telenovelas, otras personas llegarán a la conclusión de que no hay nada de malo en eso. Si alguien ganó fama cantando música mundana en la iglesia, ah… entonces todos pueden, y deben, hacerlo. Y hay más ejemplos. Los líderes son fuertes formadores de opinión. Y eso involucra una tremenda responsabilidad, tanto para los líderes, como para los liderados. Un buen consejo es escuchar lo que los líderes dicen, y hacer lo que Jesús hizo.

Hace unos treinta años, un pastor muy celoso realizó una semana de oración en nuestra iglesia. Jamás voy a olvidar sus poderosas exhortaciones. El era un gran hombre de Dios, era posible notarlo. Y el dijo, entre muchas otras cosas, lo siguiente: “Si fulano peca, ¿eso significa que yo también puedo pecar?”. Pues sí, esa parece ser la moda en nuestros días. Si alguien hace algo que sólo el mundo aprueba, hay muchos que quieren hacer lo mismo. Al fin y al cabo, todos tenemos el derecho de perdernos, ¿no es así?

Juan, el Bautista, predicó en el desierto. Pero él jamás dijo que el pueblo debiera hacer lo mismo, esto es, aislarse del mundo. El dijo que se arrepintieran y que abandonaran sus prácticas inconsistentes con su fe. Y ese es también el mensaje para nosotros hoy.
Josué tiene la fórmula correcta. O sea, hagan todo lo que quieran, pero “yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).


Prof. Sikberto R. Marks

No hay comentarios: