lunes, 14 de julio de 2008

libro complementario escuela sabatica leccion 3



Capítulo 3

Juan el Bautista:
Un poco de subversión


H
ace unos pocos años, el sitio web oficial de las motocicletas Harley-Davidson tenía una figura de un joven barbudo con jeans y una campera de cuero, manejando alegremente una Harley. La leyenda debajo de la figura decía:
"Imagínate que el tiempo te toma una foto: una foto que re­presenta toda tu vida aquí sobre la tierra. Tienes que preguntarte cómo quisieras que se te recordara. ¿Como un descolorido exper­to en computación, adherido a un sillón de oficina? ¿O como un aventurero vestido de cuero, que vivió la vida plenamente sobre una Harley-Davidson? Tú puedes decidir cuál quieres, pero piensa rápi­damente. El tiempo está encuadrando esa foto, y tiene el dedo listo para disparar la cámara"
¿Ha pensado alguna vez que los cristianos son aventureros? ¿Cómo nos recordará el impaciente dedo en el disparador? ¿Como un cristiano incoloro atado a un ritual y a una actitud de "siempre lo hemos hecho así"? ¿O como aventureros cristianos que vivieron la vida en plenitud, no sobre una motocicleta sino siguiendo adonde le lleva un Dios aventurero? El tiempo está encuadrando esa foto ahora mismo.
Juan, el aventurero
En un sentido, Juan el Bautista era más parecido a un motoci­clista exuberante sobre una Harley que alguien aferrado a un si­llón de escritorio. Soportó el ridículo, la persecución, la depresión y el martirio. Pero Juan estaba en una aventura sin descanso para Dios, y Jesús lo alabó como el mayor hombre que haya vivido (Mateo 11:11).
Desde el principio, Juan estaba destinado a ser diferente. Su vida resultó de un embarazo milagroso, y sus padres lo dedicaron a Dios para una tarea específica. Anciana y sin hijos, su madre gritó de ale­gría cuando supo que estaba embarazada. Adecuadamente, el nom­bre Juan –Joannes en griego– significa "Jehová es un dador lleno de gracia", o "Yahweh tiene misericordia" .
Había una ferviente expectativa de que el hijo de Elizabet y Zacarías realizaría cosas maravillosas. El ángel que le apareció a Zacarías le informó que su hijo le daría "gozo y alegría" y que "mu­chos se regocijarán de su nacimiento" (Lucas 1:14).
Cuando el ángel le dijo a un Zacarías asombrado que tendría un hijo, Zacarías no podía creerlo. Como respuesta, el ángel lo dejó mudo. Eso siempre me pareció un poco severo. Dadas las circuns­tancias, ¿quién no encontraría el anuncio difícil de creer? Pero no se nos dice por qué quedó en silencio. ¿Será que tal vez Dios pensó que era un momento tan importante que cualquier palabra de des­acuerdo, cualquier sentimiento negativo, arruinaría la sagrada oca­sión? No lo sabemos.
Después que volvió a hablar, Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó. No es extraño que Lucas registre que "se llenaron de temor todos sus vecinos", y "en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas" (Lúe. 1:65). No es extraño que todos se preguntaran: "¿Quién, pues, será este niño?" (versículo 66).
Pocas personas en la Biblia comenzaron con un llamamiento tan espectacular o con tan altas expectativas. Tal vez el paralelo más cer­cano fue Jesús, primo de Juan, cuyo nacimiento también fue acom­pañado por ángeles y visiones.
Preparar el camino
Siglos antes, Isaías había profetizado acerca de una "voz que cla­ma en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios" (Isaías 40:3).
Mateo, Lucas y Juan, todos aplican estas palabras a Juan el Bautista. "Preparad el camino" sugiere la eliminación de las obs­trucciones de un camino. La imagen se hace eco de la costumbre de enviar anticipadamente obreros para preparar el camino para un rey que venía de visita. Isaías describe que había que levantar valles, bajar cerros, y nivelar el terreno áspero: o sea, construir una "carrete­ra" por la cual el rey pudiera viajar con seguridad y comodidad (Isaías 40:4).
Hoy, cuando viajan los dignatarios, vemos un proceso similar. El presidente de un gran país, por ejemplo, envía por anticipado personal para controlar la seguridad y asegurarse que todos los pro­tocolos y los arreglos estén en su lugar antes de su visita. Y cuando él llega, automóviles con luces intermitentes, patrulleros y guardias de seguridad abren el paso para el presidente.
El llamamiento de Juan fue el llamado más elevado para pre­parar a un pueblo para la venida del Rey de reyes. Pero como los profetas antes que él, no fue llamado para tener una vida fácil. Una vez, cuando Jesús estaba enseñando a las multitudes, les preguntó «cerca de Juan el Bautista: "¿Qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están" (Lucas 7:25). Cuando Juan salió a predicar y a bautizar en el río Jordán, no le ofrecieron reserva de habitación en el Hotel Ritz Carlton Río Jordán. Vestía ropa áspera de pelo de camello y subsistía de langos­tas y miel silvestre.
Los maestros de la Ley en el tiempo de Jesús enseñaban que Elías volvería y restauraría "todas las cosas" antes que apareciera el Mesías (Marcos 9:11-13). Del mismo modo, el profeta Malaquías predijo que Elías regresaría antes del "día de Jehová" (Malaquías 4:5,6).
Juan el Bautista fue el Elías de sus días. Como Elías, Juan pre­dicó un mensaje de juicio y arrepentimiento. Como Elías y otros profetas del Antiguo Testamento, Juan no predicó un mensaje sua­ve para consolar a sus oyentes. No felicitó a la gente por su bondad; más bien, los reprendió por su maldad.
Juan le dijo a la gente cómo debían cambiar sus vidas (Lucas 3:10-14), y su preocupación era como un eco de los profetas que lo antecedieron. Debían compartir alimento y vestido con los que tenían necesidad (versículo 11); los recolectores de impuestos no debían estafar a sus clientes (versículo 13); los soldados no debían extorsionar por dinero o acusar falsamente a la gente (versículo 14).
Como Jesús, Juan reservó sus palabras más severas a los líderes religiosos. Llamó a los fariseos y saduceos "¡Generación de víboras!" (Mateo 3:7). Ciertamente, no era un lenguaje para ganar amigos u obtener beneficios. Les dijo a los dirigentes que su orgullosa jactan­cia de ser hijos de Abrahán no significaba nada. En vez de aferrarse a la tradición, necesitaban producir "frutos dignos de arrepenti­miento" (Mateo 3:8), porque cualquier árbol que no producía buenos frutos sería cortado y quemado (versículo 10).
La gente se reunía para escucharlo; su mensaje los deleitaba. Pero su voz profética lo condujo a su muerte. Sin temor de levantar­se aun contra los gobernantes políticos, le dijo al dirigente que jun­tarse con su cuñada Herodías (Mateo 14:4) era un pecado. Heredes estaba tan enojado que quería linchar a Juan allí mismo, pero temía al pueblo, porque ellos amaban a Juan.
Herodías odiaba a Juan. Le puso trampas y deseaba hacerlo matar (ver Marcos 6:19). Finalmente consiguió lo que quería cuando persuadió a su hija bailarina que le pidiera a un Heredes ebrio y libertino la cabeza de Juan (Mateo 14:6-11).
¡Qué contraste! ¡La vida basada en principios y muy disciplina­da del profeta, frente a la suprema falta de dominio propio del rey! Uno vivía en la pobreza, el otro, en la riqueza; uno era un millonario espiritual; el otro, estaba en bancarrota espiritual.
La misión subversiva
Hace unos pocos años, el Washington Post publicó un artículo que señalaba que durante un tiempo se decía que la Iglesia Adventista del Séptimo Día era "considerada un poco subversiva".[1] Me detuve y volví a leer esa línea. ¿Nosotros? ¿Subversivos? Busqué en el dic­cionario para estar seguro de que no había entendido mal esa frase. Este definía subversivo como "que socava la forma establecida de hacer las cosas". No es una palabra mala para describir un movi­miento con un mensaje profético como el de Elías y el de Juan el Bautista.
El artículo seguía diciendo que la presencia de las oficinas cen­trales de los Adventistas en Takoma Park, Maryland, "contribuía a la reputación de la ciudad como progresiva". Esto también me per­mitió sentirme un poco mejor. El artículo se refería al hecho de que la Iglesia Adventista se destacaba por promover el vegetarianismo, y que nos oponíamos al fumar y al beber alcohol. Allí era donde nos consideraban "un poco subversivos" .
¿Somos realmente subversivos? Hoy, por lo menos en el occiden­te, a menudo somos tan subversivos como soldados en un desfile. Somos ciudadanos sólidos. Tendemos a estar en la clase media, po­líticamente conservadores, educados en escuelas privadas, vivimos en los suburbios, somos buenos vecinos. Somos respetuosos de la ley, sinceros, apreciamos nuestras familias, nos interesamos en otros, somos rectos, y mantenemos bien arreglados nuestros jardines.
Pero históricamente, es cierto, hemos sido subversivos. A me­nudo socavamos la forma establecida y aceptada de hacer las co­sas. Nuestros pioneros no sólo eran reformadores de la salud; eran contrarios a la guerra. Las publicaciones adventistas fueron prohi­bidas en los estados donde había esclavos durante la Guerra Civil Norteamericana por causa de su actitud en contra de la esclavitud. En un artículo del Diccionario biográfico de Nueva Zelanda acerca de Florence Keller, una misionera adventista enviada a Nueva Zelanda en las primeras décadas de 1900, dice: "Los adventistas eran pro­gresivos en sus actitudes hacia las mujeres". [2] Saque los libros de historia adventista, y verá la variedad de temas en los cuales subver­timos el statu quo. Hasta subvertimos la ropa de las damas. Elena G. de White era una diseñadora del vestido reformado, contrario a la moda, una alternativa mucho más práctica y saludable, ya que la moda de esa época apretaba demasiado el cuerpo de las mujeres.
Pero ¿estamos comenzando a perder nuestra distinción, nuestra peculiaridad? Ya no somos tan diferentes. Es políticamente correc­to no fumar, la comida vegetariana está de moda en muchos lugares, estudiantes no adventistas asisten en cantidad a nuestros respetados colegios y universidades adventistas alrededor del mundo, y rehusar beber bebidas alcohólicas en fiestas no inmuta a nadie.
Como adventistas, también hemos enseñado una teología ra­dical: incluyendo el sábado del séptimo día y un infierno sin fuego permanente. Estas eran doctrinas subversivas. Yo recuerdo como niño escuchar a un evangelista adventista entusiasta contar "his­torias de guerra" de cuando debatía con dirigentes religiosos en las ciudades de Australia y Nueva Zelanda. Yo estaba asombrado mientras él recorría la plataforma como un campeón mientras des­cribía los debates como si hubieran sido rounds de boxeo.
Pero hoy hasta algunas de nuestras creencias están entrando de afuera. No hace mucho tiempo, Christianity Today, la principal pu­blicación evangélica, publicó un artículo que indicaba que un nú­mero creciente de teólogos evangélicos ya no cree en el infierno eterno. Y ahora una cantidad de libros promueven la observancia del sábado. Son publicaciones seculares que han inundado las libre­rías con libros tales como Sabbath: Restoring the Sacred Rhythm of Rest {El sábado: restauración del ritmo sagrado de descanso] y A Day of Rest Creating a Spiritual Space in Your Week [Un día de descanso crea un espacio espiritual en su semana}. ¿Qué está sucediendo?
También puedo recordar estar sentado como atornillado a mi silla, como niño, mientras escuchaba a misioneros "reales, vivos" de "las islas" que contaban relatos de milagros e historias de avanzada. Al elegir ser misioneros, abandonaron los valores de su sociedad materialista. Dejaron atrás las comodidades, la seguridad y lo pre-decible que era su "patria" porque estaban ardiendo con la misión de transformar vidas para Jesús.
Ahora, las historias de las misiones no son muy populares. Es una vergüenza, porque nuestro desafío misionero es grande. Considere la enorme población en la Ventana 10/40 –que se extiende des­de el noroeste de África pasando por el Medio Oriente y hasta el Asia– que nunca han oído siquiera el nombre de Jesús. Considere el número creciente de incrédulos en el Occidente secular y posmo­derno. Tal vez sentimos la presión de una sociedad que mira con el ceño fruncido la conversión de las personas; una sociedad que pre­dica un evangelio posmoderno de aceptación de todas las creencias. Tal vez hemos perdido de vista el poder vital y transformador de Jesús. Hemos olvidado cómo la historia del evangelio, en su raíz, es totalmente subversiva: trastornando prejuicios, haciendo fuertes a los débiles, cambiando vidas.
En vez de ser muy subversivos en el Occidente, generalmente vivimos cómodamente. Hemos limado las aristas, muchas de nues­tras peculiaridades han llegado a ser aceptadas por la mayoría. Una vez éramos líderes en las campañas anti tabaco, pero parece que hemos perdido la guerra contra el alcohol. Hace años los ejecutivos de las bebidas alcohólicas vieron lo que estaba ocurriendo con la in­dustria del tabaco y consiguieron la ayuda de los publicistas y de los estudiosos del mercado. Comenzaron a promover el uso "respon­sable" y moderado de las bebidas alcohólicas (equivalente a "fumar saludablemente" y a "lanzamientos terapéuticos desde un avión, sin paracaídas"). Apareciendo como los hombres buenos, secuestraron el debate y acallaron nuestra voz.
Y la mayoría de los libros nuevos sobre el sábado, que no fue­ron escritos por adventistas, promueve los beneficios espirituales de guardar un día de reposo, pero no el sábado del séptimo día. [3] ¿Qué otras oportunidades hemos dejado pasar?
Como adventistas, no hemos perdido completamente nuestro impulso subversivo, pero ¿nos hemos convertido en demasiado prudentes? ¿Apreciamos tanto nuestra respetabilidad? ¿Hemos perdido nuestra energía, nuestro entusiasmo, nuestra visión? ¿Hemos dejado de subvertir la conformación de este mundo (Romanos 12:2)? Dado lo que hemos conocido durante más de ciento cincuenta años, ¿por qué no hemos escrito más libros "construc­tores de puentes" acerca del sábado y otros temas? ¿Por qué no hemos confrontado a los fabricantes de cerveza con sus mitos? ¿Por qué no somos conocidos como amigos de los pobres? ¿De qué manera no nos ven como cristianos progresivos, subversivos y que están al frente?
El mensaje cristiano es, en última instancia, subversivo: "Este mundo no es mi hogar". Y el mensaje adventista es el mensaje de Elías. Es el mensaje de Juan el Bautista. Pero mientras estemos aquí, extranjeros en una tierra extraña, Jesús nos instruyó a ser "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mateo 10:16). Una verdadera subversión cristiana es prudente y amante. Una voz profética auténtica es tanto crítica como compasiva.
Aunque Juan el Bautista no contrató ninguna firma de relacio­nes públicas para dar a su mensaje un giro positivo, no hay virtud alguna en levantar enemistad. Algunas veces, la agresión adventista nos ha hecho perder amigos. A veces, también, la presunción doc­trinal ha alienado a nuestros vecinos. El amor debe motivar todo lo que hagamos. La iglesia cristiana primitiva era muy subversiva, sin embargo gozaba del "favor con todo el pueblo" (Hechos 2:44-47). Por lo menos, durante un tiempo.
No es demasiado tarde para llegar a ser otra vez "un poco sub­versivos". Y podemos seguir teniendo jardines bien cuidados.
Afrontar la vida honradamente
Los profetas son humanos. Elías y Juan el Bautista, ambos po­derosos hombres de Dios, a veces tuvieron dudas y cuestionaron su misión. Elías gozó de una experiencia literal en la cumbre del mon­te cuando enfrentó a los profetas de Baal en el Monte Carmelo. Se gozó durante cada minuto de ello, burlándose sin misericordia de los profetas paganos cuando sus dioses mostraban que eran impo­tentes (1 Reyes 18:16-45).
Pero después que descendió del monte, descendió al valle: estaba cansado, hambriento, solitario, desanimado. Se acostó bajo un ene­bro y le pidió a Dios que lo dejara morir (1 Reyes 19:4).
Y también Juan, pasó por un momento de dudas. Solo en la prisión, Juan permitió que las preocupaciones y las dudas atacaran su mente. Juan, que no había conocido otra cosa sino la libertad del espacio abierto, de vivir en el desierto, ahora estaba confinado y en­cadenado. Este tratamiento ha enloquecido a personas más débiles V pequeñas. Así que Juan envió a sus discípulos a Jesús, procurando obtener la seguridad de que Jesús era realmente el Mesías.
Sospecho que era como viajar en auto al trabajo con la preocu­pación de que tal vez no apagó el fuego de la cocina. Usted está se­guro de haberlo hecho, pero no está dispuesto a jugarse la vida por ello. Y por lo tanto, se da vuelta y vuelve a casa para asegurarse. Juan estaba seguro de que Jesús era el Mesías, pero envió a sus discípulos, para asegurarse.
Juan no estaba en una condición frágil. Lo último que él necesi­taba era una conferencia acerca de su falta de fe. Jesús le respondió en forma amante y suave:
"Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio". (Mateo 11:4, 5).
Estas palabras fueron un bálsamo sanador para Juan. Estaba su­cediendo. Esa era la razón por la que había vivido, predicado y ora­do. En su húmeda celda la convicción lo atrapó. Todo había valido la pena.
James Appel, un joven médico misionero y administrador del Hópital de Béré en Chad, conoce el desánimo. Chad es uno de los países más pobres del mundo, y el Dr. Appel y su esposa Sarah, afrontan batallas diarias para encontrar los recursos necesarios para mantener este hospital adventista abierto. Escribe:
"Decir que siempre las cosas son color de rosa, excitantes y sa­tisfactorias aquí sería mentir [...] Vivimos en un mundo que está lleno de dudas, de temores, de rechazo, chascos y desilusiones. Esa es la vida en este mundo [...] no importa dónde estemos. Pero eso no significa que Dios no nos llena cada día con visiones y recorda­tivos de cómo se supone que deben ser las cosas. No significa que no estoy satisfecho totalmente. No significa que no tengo paz. Por lo contrario, puedo decir que no pasa ningún día en el que no agradezco humildemente a Dios por traerme aquí". [4]
Luego añade: "Cuando estás en lo más profundo de la frustra­ción y la desesperanza, sin saber por dónde comenzar, o cuando es­tás en las alturas salvando vidas dramáticamente, tocando a alguno, sintiendo la presencia de Dios de una manera vibrante, en cualquie­ra y en todos estos puntos tú estás viviendo, realmente viviendo".
Aun la Madre Teresa, admirada por su labor abnegada entre los pobres de Calcuta, tuvo una noche oscura del alma, que la revista Time, en un artículo de primera página, sugiere que puede haber durado cincuenta años. En una ocasión ella escribió una oración: "Llamo, me aferró, quiero, pero Nadie me responde, de Nadie me puedo aferrar, no, Ninguno. Sola... ¿Dónde está mi fe? Aun en lo más profundo no hay nada, sólo vacío y oscuridad. Mi Dios, cuan doloroso es este dolor desconocido. No tengo fe, no me atrevo a pronunciar las palabras y pensamientos que atestan mi corazón, y me hacen sufrir agonía indecible". [5]
Juan el Bautista puede haber sido el mayor hombre que nació de una mujer. Puede haber sido un poderoso profeta y amigo. Puede haber sido un tremendo evangelista. Pero él era todavía humano y sujeto a las fluctuaciones de su genio y de la química de su cerebro como cualquier otra persona.
Demasiado a menudo nuestras historias de las misiones mues­tran sólo finales felices. Alabamos a Dios por las historias que ter­minan bien, pero no ignoremos las realidades: los pioneros de la Misión Global a veces son apaleados; los misioneros son asesina­dos; los presupuestos de las misiones son estirados más allá de sus límites; a veces un celo mal dirigido estorba la labor del evangelio.
Como Juan el Bautista, necesitamos afrontar la vida honrada­mente. Es apropiado que los amigos de Dios hagan preguntas difí­ciles, aun acerca de Jesús.

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