domingo, 29 de junio de 2008

libro complementario- leccion nº1 -escuela sabatica



Libro Complementario
Grandes misioneros de Dios

Gary Krause


Capítulo 1

Pablo: El sábado y la Gestapo


H
ace varios años, en un fin de semana de énfasis en las mi­siones, los participantes analizaron las mejores maneras de presentar el mensaje cristiano en circunstancias transculturales. Juntos exploramos modos de construir puentes -en vez de crear barreras- hacia las personas de otras culturas.
El último día, un hombre se acercó al micrófono y dijo: "He dirigido campañas evangelizadoras por todo el mundo, y nunca he tenido que cambiar nada, ni siquiera mi hábito de vestir un traje. Pueden leer los Evangelios y nunca verán que Jesús cambió su estilo de ropa o de música cuando trabajaba con personas no judías".
Tenía razón, por lo menos en parte. Los Evangelios no analizan, en ningún contexto, la vestimenta de Jesús ni su elección de música. Pero, tal vez el hombre pasó por alto el hecho de que las personas no judías por las que Jesús trabajó –en Samaría y del otro lado del lago de Galilea, con los gadarenos– habrían usado los mismos tipos de ropa y probablemente gozaron de tipos similares de música de que gozaban los compatriotas judíos de Jesús.
Pero el punto más importante, por supuesto, es que Jesús cambió completamente la forma en que se presentó cuando dejó el cielo y vino a la tierra, y llegó a ser humano. ¡Ése es el ejemplo más grande de adaptación para el ministerio transcultural que el mundo vio alguna vez!
Hoy damos por sentado que el cristianismo se ha expandido por todo el mundo y ha llegado a ser la religión más grande del mun­do. Nos olvidamos de cuan dramático y revolucionario fue para la iglesia primitiva dejar de concentrarse en convertir sólo a los judíos. Fue impactante, así como lo fue el descubrimiento de la ley de la gravedad, o que la tierra se movía alrededor del sol, en lugar de lo contrario. La salvación de Dios apareció para todo el mundo y no sólo para los judíos.
"Mi propósito ha sido predicar el evangelio donde Cristo no sea conocido" (Romanos 15:20, NVI). [1]
Pablo, el "apóstol a los gentiles", afrontó el desafío de proclamar a Jesús como Señor entre los adoradores de ídolos, los filósofos, y toda clase de supersticiones por todo el Imperio Romano, y su en­foque nos proporciona lecciones destacadas para compartir a Jesús con el mundo incrédulo de hoy.
El trasfondo de Pablo y su personalidad, ayudó a equiparlo como un misionero de avanzada. Ciudadano romano, familiarizado tanto con el mundo pagano como con el judío, él también hablaba fluidamente el griego. El sirvió como misionero cuando el Imperio Romano se extendía por todo el mundo conocido entonces. Su mi­nisterio demostró que Dios no se limitaba a expresarse mediante la cultura de los judíos. El evangelio llegó a ser un mensaje vital para los que estaban inmersos en las dos culturas: griega y romana.
En toda su obra como misionero, Pablo afrontó grandes barreras de oposición: de dentro de la iglesia y de fuera de ella. Es difícil imaginarse cómo una persona tranquila y tímida hubiera podido lo­grar lo que alcanzó Pablo. Las disputas no le eran extrañas. Tuvo un agudo desacuerdo con Bernabé sobre si debían llevar consigo a Juan Marcos en un viaje misionero (Hechos 15:39). Juan Marcos había abandonado a Pablo antes y aunque éste estuvo dispuesto a perdo­narlo no estaba dispuesto a olvidarlo (Hechos 15:37-39).
Y sin embargo, Pablo mostró compasión cristiana. Vivía humil­demente (1 Corintios 4:11) sin muchas de las comodidades de la vida (2 Corintios 11:27), y dedicaba su tiempo y sus energías a establecer y nutrir a grupos nuevos de creyentes. Pablo tenía una preocupación apa­sionada por esas iglesias y era celoso en protegerlas. Trataba a sus congregaciones nuevas como si fueran sus propias hijas. Las amaba, anhelaba su afecto, y trabajaba de día y de noche para fortalecer a sus hermanos en la nueva fe. Con regularidad les escribía cartas, y siempre que podía, los visitaba para animarlas.
A Pablo le gustaba escuchar de ellos buenos informes de su fide­lidad y su dedicación a compartir el amor de Dios. Aunque a veces tenía que reprenderlos, siempre lo hacía con amor y preocupación paternales.
A veces los cristianos son llamados a actuar con energía por lo que es correcto. Aun Jesús mismo, con un azote en la mano, obligó a los cambistas a salir del templo. Pablo tampoco permitía que nada entorpeciera la proclamación de las buenas nuevas.
Dónde estaban
Por más de cien años, miles de misioneros adventistas del sépti­mo día siguieron el ejemplo de Pablo. Viajaron por los mares para compartir el amor de Jesús con personas de muchas tribus y len­guas. Desde el Asia al Pacífico Sur, desde África a las Américas, afrontaron el desafío de comunicar las buenas nuevas a personas de culturas diferentes. Y los misioneros adventistas de avanzada rápidamente aprendieron que necesitaban presentarse a sí mismos y su mensaje de maneras culturalmente relevantes.
En 1902 Harry Miller y su esposa, Maude, se graduaron en lo que hoy es la Universidad de Loma Linda. No tenían dudas acerca de lo que harían. Ambos sentían un ardiente llamado de ir a China como médicos misioneros. [2]
En los Estados Unidos, tenían la posibilidad de obtener dinero y una prestigiosa carrera médica. Harry era tan brillante que el Dr. John Harvey Kellog viajó por tren a Chicago a fin de persuadirlo para que se quedaran. Pero le dieron las espaldas a esa propuesta para aceptar vivir y trabajar entre los pobres de China.
Los Miller viajaron con otra pareja de médicos jóvenes y dos enfermeras. Al llegar, tanto Harry Miller como el otro médico de inmediato se afeitaron la cabeza dejando unas colas en la parte de atrás de la cabeza, y se vistieron como la gente local. Eso no lo habían aprendido en la escuela de medicina. Pero intuiti­vamente sabían que cuanto más se parecieran a la gente local, tanto más efectivos serían ellos. Cuantas más barreras culturales pudieran derribar, tanto más fácil sería que la gente los aceptara. Y durante los cincuenta años del ministerio del Dr. Miller en China, el pueblo chino llegó a amarlo entrañablemente.
Es difícil estimar en menos el impacto de Miller. Clarence Hall, editor en jefe de Readers Digest comparó a Miller con David Livingstone, "cuyas habilidades dedicadas marcaron indeleblemen­te los mapas con la cualidad humanitaria cristiana en los lugares más lejanos del mundo".
Es cierto que el Dr. Miller se asoció con la élite de la sociedad china. Por ejemplo, el hermano y médico del dirigente político de la República de China, el general Chiang Kai-Shek y su esposa, Mao. En palabras de su biógrafo, Raymond Moore, Miller "trató a casi cada gobernante importante en China desde la fundación de la República, sin mencionar a innumerables embajadores, senadores y a los príncipes de la industria y los inventores de todo el mundo".
Pero Moore añade: "Consideraba estos logros sencillamente como portales hacia un servicio mayor: la elevación de los menos privilegiados, la alimentación de los hambrientos, y la tierna cura­ción de los desafortunados enfermos". El sabía cómo era vivir entre la gente en una "cueva de mendigos": una choza de tres paredes, abierta a la lluvia, los mosquitos y los piojos. Y a menudo realizaba cirugía en los campos abiertos a fin de prevenir que bichos y hojas cayeran sobre sus procedimientos quirúrgicos.
Siguiendo el ejemplo de su Maestro, el Dr. Miller salió al en­cuentro de la gente donde ella vivía y trabajó a su mismo nivel; llegó a ser uno con ellos.
Rebelde
Cuando las personas toman en serio la tarea de la contextualización, sus actos a veces parecen extraños o irritantes. Podemos llegar a estar tan cómodos con la forma en que siempre hemos hecho algo, que cualquier cosa diferente nos amenaza.
Hace algunos años escribí un editorial para el South Pacific Record [Revista del Pacífico Sur] acerca de la necesidad de traducir nuestro mensaje en términos que la gente pudiera entender. Recibí una "carta al editor" de parte de una mujer que estaba en desacuer­do. Ella era maestra y dijo que había habido una moda en círculos educativos de tratar de concentrarse en los alumnos como indivi­duos en lugar de enseñar el "currículo" [programa]. Ella dijo que el experimento había sido un desastre porque los alumnos no estaban aprendiendo. La marea, dijo, se había vuelto atrás hacia la enseñan­za del programa.
Ella tenía un poco de razón. Al adaptar nuestro mensaje a nues­tra audiencia, debemos evitar la trampa del sincretismo, en el que nuestro mensaje llega a estar tan cubierto por las creencias y prác­ticas de la audiencia que pierde su significado. No debemos traicio­nar nuestro mensaje y llegar a ser exactamente iguales a la gente que tratamos de alcanzar.
Es una locura diluir nuestras doctrinas y creencias a fin de aco­modarnos a cualquier moda o capricho cultural. Si tenemos la ma­nía de ser "relevantes" , estaremos siempre tratando de alcanzarlos y siempre seremos irrelevantes. En lugar de presentar alternativas, estaremos siguiendo la agenda del mundo. Y no seremos fieles a Dios o a su Palabra.
El cristianismo no es un partido político. No podemos lograr nuestra misión sólo con hacer encuestas, alimentando a la gente con lo que quiere escuchar y cuando desea hacerlo. Si nuestro mensaje vale la pena creerlo, debería hablar a la cultura y no ser dictado por ella. Por otro lado, si sólo recitamos las veintiocho creencias funda­mentales a un bosquimano del Kalahari o a un corredor de bolsa de Nueva York, podremos haber enseñado el programa, pero no hemos comunicado el mensaje.
Cuando hablamos de adaptar nuestro mensaje para alcanzar a la gente en diferentes contextos, no estamos hablando acerca de cam­biar o comprometer la verdad. No estamos diciendo que Jesús no es Dios o que el miércoles es el sábado del Señor, o que hay un infier­no perpetuo. Estamos hablando de encontrar formas más efectivas para decir que Jesús es Dios, que el séptimo día de la semana es el sábado, y que cuando morimos Dios no se convierte instantánea­mente en un tirano amante del fuego.
El sábado y la Gestapo
Hace varios años yo estaba estudiando en una universidad en Sydney, Australia. Se acercaban los exámenes, y algunos compañeros hablaban acerca del estrés de estudiar todo el fin de semana sin ninguna interrupción. Les dije que siempre me tomaba una interrupción de veinticuatro horas los fines de semana. Lo hacía por razones es­pirituales, pero también tenía sentido físicamente. Quedaron pasma­dos. "Pienso que voy a probar eso", me dijo uno de ellos.
Mi enfoque no era el tradicional "aquí está lo que dice la Biblia". No convertí a mis compañeros de clase. Pero intenté poner el sába­do a un nivel con el que se pudieran relacionar. ¿Tal vez planté una semilla? ¿Tal vez fue un punto de partida?
¿Tenía el sábado más de lo que les conté? Ciertamente. Pero ninguno de mis compañeros de curso creían que la Biblia era la Palabra de Dios, de modo que no podía sentarme y darles un estu­dio bíblico profundo sobre el tema. No comprometí la verdad; traté de encontrar un "nivel de entrada" donde pudiera comenzar a tener sentido para ellos.
C. S. Lewis hizo algo parecido acerca de enseñar el perdón cris­tiano a algunas personas en su tierra natal, Inglaterra. "Si realmente queremos aprender cómo perdonar, tal vez lo mejor sería comenzar con algo más fácil que con la Gestapo". [3] Lo que quería decir era que necesitamos graduar nuestra entrega del mensaje. Lewis es­taba escribiendo poco después de la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo de las atrocidades nazis todavía pesaba en la mente del público británico. ¿Se extenderían el amor y el perdón de Dios a un miembro arrepentido de la Gestapo? Por supuesto. ¿Sería éste el mejor lugar para comenzar a enseñar a un inglés de ese tiempo acerca del perdón de Dios? Por supuesto que no.
El pastor Frank Maberly sirvió como misionero adventista de avanzada entre el pueblo enga de Papúa Nueva Guinea. "Durante tres siglos estas personas no tuvieron intercambio cultural con otras personas", dijo su hijo, el pastor Cliff Maberly. "[Mi papá] descu­brió que estas personas creían en una trinidad, y que tenían un altar para restaurar la relación entre Dios y el hombre. Hasta tenían un lugar santísimo interior con dos piedras, rociadas con la sangre de cerdos sacrificados una vez por año". También reverenciaban diez piedras sagradas.
El pastor Maberly ansiosamente relacionó el mensaje bíblico con las prácticas culturales familiares, usándolas como una cuña de entrada para las verdades bíblicas.
Pablo y los demás apóstoles en la iglesia cristiana primitiva afrontaban otro "problema": cómo incorporar a las personas an­siosas de aprender, de un ambiente totalmente diferente, pero que querían unirse a su compañerismo. Los primeros cristianos eran, por supuesto, judíos que creían en Jesús, el Mesías. Pero después de unos pocos años, mayormente por causa de la obra de Pablo, los gentiles comenzaron a interesarse en el cristianismo.
Los apóstoles se reunieron en Jerusalén para analizar cuál era la mejor manera de acercarse a este concepto. Aunque no tenemos acceso a una transcripción completa de su reunión, Hechos 15 nos da una idea de lo que sucedió allí.
Todos los actores principales estuvieron presentes, incluyendo Pablo. El apóstol Santiago, quien fue probablemente el hermano de Jesús, dio uno de los discursos más importantes. "Yo considero que debemos dejar de ponerles trabas a los gentiles que se convierten a Dios" (Hechos 15:19, NVI).
Si Santiago estuviera hablando hoy, algunos podrían acusarlo de tratar de "diluir" el mensaje. Pero Santiago no estaba sugiriendo que se comprometiera la verdad. Estaba sugiriendo -en realidad, suplicando- que el mensaje fuera significativo para la cultura que estaban tratando de alcanzar. "Por favor, no pongan barreras inne­cesarias".
¿Qué hay con la Iglesia de los Adventistas del Séptimo Día de hoy?
"Cristo comisionó a sus discípulos para que proclamasen una fe y un culto que no encerrasen idea de casta ni de país, una fe que se adaptase a todos los pueblos, todas las naciones, todas las clases de hombres", escribió Elena G. de White. [4]
Imagínese que un sábado llega a lo que piensa que es una igle­sia. Pero no es como ninguna iglesia que alguna vez haya visto. No tiene paredes, ni asientos, ni himnarios. Nadie tiene puesto un traje. Nadie usa corbatas. De hecho, todos usan mantos.
Tampoco hay sillas, de modo que usted se sienta en el suelo junto con todos los demás, esperando que alguien se levante y les dé una bienvenida, haga una oración, y anuncie el primer himno. Pero de repente todos comienzan un canto más bien monótono. Es sonoro, intenso, y expresado con profundo fervor.
Después de unos cinco minutos usted se pregunta por cuánto tiempo esto va a seguir. Diez minutos, veinte minutos. Finalmente, usted se vuelve a su traductor y le pregunta qué está pasando. El le explica que están recitando textos acerca de la grandeza de Dios. Treinta minutos, cuarenta y cinco minutos, y el culto de adoración concluyó.
Usted acaba de asistir a una "iglesia" con un grupo nuevo de Misión Global en un país del sudeste asiático. No hubo sermón. No hubo himnos. Y sin embargo, el culto hizo que el mensaje de las Escrituras fuera significativo y relevante para la gente dentro de su cultura.
Hace algunos años yo estaba en el país de Burkina Faso, en el África Occidental, con Mike Ryan, que era en ese entonces el di­rector de Misión Global para la iglesia mundial. Mike tenía una gran pasión por plantar iglesias y asegurarse que se hiciera bien. Estábamos visitando a un pionero de Misión Global y su congre­gación de nuevos creyentes, y yo saqué una cámara de video para captar el culto de adoración. Ellos comenzaron a cantar, pero esta­ban cantando un himno occidental, en forma incómoda y torpe, y para ser franco, como que lo arrastraban.
Mike se acercó al pionero y le susurró algo al oído. El pionero sonrió ampliamente, detuvo a los feligreses, y les habló en el idioma local. Comenzaron de nuevo: esta vez alabando significativamente a Dios con un tambor y batiendo palmas con una música alegre, bien entonada y rítmica.
En ambos escenarios, estaban honrando a Dios. La Palabra de Dios tiene aplicaciones sin limitación de tiempo a través de fron­teras culturales. Su mensaje no necesita un pasaporte cultural o una visa. Habla a la gente en donde se encuentra, dentro de los paráme­tros de su propia experiencia.
Naturalmente, cada uno de nosotros se siente más cómodo con ciertas expresiones culturales. Pero no podemos permitir que nues­tros gustos o preferencias personales determinen la forma en que compartiremos nuestro mensaje. Debemos alcanzar a la gente don­de está, con palabras y acciones que pueda comprender y apreciar.
Nunca olvidaré mi conversación con el primer anciano de una iglesia a la que asistí. El hombre, próximo a su jubilación, me dijo que él no se interesaba con los cantos nuevos que se cantaban du­rante el culto de adoración. Su preferencia eran los himnos tradi­cionales. "Pero, Gary, yo puedo ver cómo están ministrando de esta manera a los jóvenes", me dijo. "Y si mis dos hijos hubieran asistido a una iglesia como ésta, tal vez nunca hubieran dejado la Iglesia Adventista del Séptimo Día".De algún modo pienso que este primer anciano y el apóstol Pablo hubieran sido buenos amigos.
[1] Las citas de las Sagradas Escrituras proceden de la Versión Reina Valera, revisión de 1960 (en adelante, RV60), a menos que se indique otra cosa, © Sociedades Bíblicas Unidas. Las referencias a la Nueva Versión Internacional serán indicadas con la sigla NVI.
[2] La información en esta sección sobre Harry Miller procede de Richard A. Schaefer, Legacy: Daring to Care [Legado: atreverse a estar interesado], http://www.llu. edu/info/ legacy/Legacy25. html
[3] C. S. Lewis, Mere Christianiíy (HarperCollins, 2001), p. 116.
[4] El Deseado de todas las gentes, p. 759.

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