lunes, 16 de junio de 2008

La eficacia de su ministerio sacerdotal



Lección 12
14 al 21 de Junio de 2008

La eficacia de su ministerio sacerdotal


Sábado 14 de junio

Los símbolos y sombras del servicio de sacrificios, junto con las profecías, dieron a los israelitas una visión velada y borrosa de la misericordia y de la gracia que habían de ser traídas al mundo mediante la revelación de Cristo. Se desplegó ante Moisés el significado de los símbolos y sombras que señalan a Cristo. Él vio el fin de lo que había de ser abolido cuando, en la muerte de Cristo, el símbolo se encontrara con lo simbolizado. Vio que únicamente mediante Cristo puede el hombre guardar la ley moral. Por la transgresión de esa ley, el hombre introdujo el pecado en el mundo, y con el pecado vino la muerte. Cristo llegó a ser la propiciación por los pecados del hombre. Ofreció la perfección de su carácter en lugar de la pecaminosidad del hombre. Tomó sobre sí mismo la maldición de la desobediencia. Los sacrificios y las ofrendas señalaban el sacrificio que iba a realizar. El cordero sacrificado simbolizaba al Cordero que había de quitar el pecado del mundo (Mensajes selectos, t. 1, p. 279).

La suficiencia infinita de Cristo queda demostrada porque llevó los pecados de todo el mundo. Ocupa la doble posición de oferente y de ofrenda, de sacerdote y de víctima. Era santo, inocente, sin mancha y apartado de los pecadores. "Viene el príncipe de este mundo -declaró él- y él nada tiene en mí". Era un Cordero sin mancha y sin contaminación (Comentario bíblico adventista, tomo 7A, p. 375).

Así como el sumo sacerdote ponía a un lado su traje pontifical y oficiaba revestido con el traje de lino blanco de un sacerdote común, así también Cristo se despojó a sí mismo, tomó la forma de un siervo y ofreció sacrificio, siendo él mismo el sacerdote y la víctima (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1125).


Domingo 15 de junio
Indicadores del antiguo Tabernáculo

El santuario celestial, en el cual Jesús ministra, es el gran modelo, del cual el santuario edificado por Moisés no era más que trasunto. Dios puso su Espíritu sobre los que construyeron el santuario terrenal. La pericia artística desplegada en su construcción fue una manifestación de la sabiduría divina. Las paredes tenían aspecto de oro macizo, y reflejaban en todas direcciones la luz de las siete lámparas del candelero de oro. La mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso relucían como oro bruñido. La magnífica cubierta que formaba el techo, recamada con figuras de ángeles, en azul, púrpura y escarlata, realzaba la belleza de la escena. Y más allá del segundo velo estaba la santa shekina, la manifestación visible de la gloria de Dios, ante la cual sólo el sumo sacerdote podía entrar y sobrevivir.

El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la gloria de aquel templo celestial donde Cristo nuestro precursor ministra por nosotros ante el trono de Dios. La morada del Rey de reyes, donde miles y miles ministran delante de él, y millones de millones están en su presencia (Daniel 7:10); ese templo, lleno de la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus flamantes guardianes, cubren sus rostros en adoración, no podía encontrar en la más grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas, más que un pálido reflejo de su inmensidad y de su gloria. Con todo, el santuario terrenal y sus servicio revelaban importantes verdades relativas al santuario celestial y a la gran obra que se llevaba allí a cabo para la redención del hombre (El conflicto de los siglos, p. 466).

El tabernáculo construido por los hebreos en el desierto fue hecho de acuerdo con las órdenes divinas. Los hombres llamados por Dios para este propósito fueron dotados de habilidades más que naturales para cumplir con este ingenioso trabajo. Sin embargo, ni Moisés ni los constructores hicieron los planos del edificio; fue Dios mismo quien le dio a Moisés la forma, la medida y los materiales que debían ser usados en esta sagrada estructura, e incluso el mobiliario que debía tener. Era un modelo en miniatura del Santuario celestial y Moisés debía hacer todas las cosas de acuerdo al modelo que le fue mostrado en el monte. Moisés escribió todas las instrucciones en un libro y las leyó a los líderes más influyentes de su pueblo (Signs of the Times, 24 de junio, 1880).

La verdad de Dios es la misma en todos los siglos, aunque presentada en forma diferente, de acuerdo con las necesidades de su pueblo en los diversos períodos. En la dispensación del Antiguo Testamento, toda obra importante estaba íntimamente relacionada con el santuario. En gran YO SOY moraba en el lugar santísimo... Allí, sobre el propiciatorio, velado por la sombra de las alas de los querubines, moraba la shekinah de su gloria, la muestra perpetua de su presencia; mientras que el pectoral del sumo sacerdote, engarzado con piedras preciosas, desde el recinto sagrado del santuario hacia conocer el solemne mensaje de Jehová al pueblo...

Los sacrificios simbólicos y las ofrendas de esa dispensación representaban a Cristo, que había de convertirse en la perfecta ofrenda para el pecador. Además de esos símbolos místicos y sombras simbólicas que señalaban al Salvador venidero, había un Salvador presente para los israelitas. Él era quien revestido de una columna de nube de día y una columna de fuego por la noche, los guió en sus viajes; y él fue el que dirigió palabras a Moisés que debían ser repetidas al pueblo... El que era igual con el Padre en la creación del hombre, fue el Comandante y el Dador de la ley, y guió a su pueblo de la antigüedad.

Muchos consideran a los días de Israel como un tiempo de oscuridad, cuando los hombres estaban sin Cristo, sin arrepentimiento y sin fe. Muchos sostienen la doctrina errónea de que la religión de los hijos de Israel consistía en formas y ceremonias en las cuales no tenía parte la fe en Cristo. Pero los de esa era se salvaban por Cristo tan ciertamente como son salvados los de hoy por él... Los sacrificios y símbolos eran una sombra de Cristo y habían de durar hasta que viniera la realidad (A fin de conocerle, p. 103).


Lunes 16 de junio
Todos los indicadores lo señalan a Él

Cristo estaba simbolizado en los sacrificios hechos por los israelitas. Esos sacrificios señalaban a una ofrenda mejor y más perfecta: el Cordero de Dios, sin mancha ni defecto. El servicio del tabernáculo era figura y sombra de Aquel que habría de venir para reunir las naciones alrededor de él (Ellen G. White 1888 Materials, pp. 568, 569).

En la muerte de Cristo, el Cordero inmolado por los pecados del mundo, el símbolo se encontró con la realidad. Nuestro gran Sumo Sacerdote fue constituido en el único sacrificio de valor para nuestra salvación. Al ofrecerse sobre la cruz, se realizó una expiación perfecta por los pecados de los seres humanos. Actualmente nos encontramos en el atrio exterior, aguardando la bendita esperanza de la aparición gloriosa de nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Afuera no se ha de ofrecer sacrificio alguno, porque el gran Sumo Sacerdote está llevando a cabo su obra en el lugar santísimo. Durante su intercesión como abogado nuestro, Cristo no necesita ninguna virtud humana ni mediación de nadie. Él es el único portador del pecado, la única ofrenda por el pecado. La oración y la confesión deben dirigirse sólo a él, quien entró una vez para siempre en el lugar santísimo. Salvará hasta lo sumo a todos los que acuden a él con fe. Él vive constantemente para interceder por nosotros (Exaltad a Jesús, p. 313).

Los pecados del pueblo eran transferidos en figura al sacerdote oficiante, quien era un mediador para el pueblo. El sacerdote no podía convertirse a sí mismo en ofrenda por el pecado y hacer expiación con su vida, porque también era pecador. Por lo tanto, en vez de sufrir la muerte él mismo, mataba un cordero sin defecto; el castigo del pecado era transferido a la bestia inocente, la que así se convertía en su sustituto inmediato y simbolizaba la ofrenda perfecta de Jesucristo. Mediante la sangre de esa víctima, el hombre por fe miraba en el provenir la sangre de Cristo que expiaría los pecados del mundo (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1125).

Cristo era el Cordero que fue muerto desde la fundación del mundo. Para muchos ha sido un misterio por qué se necesitaban tantas ofrendas ceremoniales en la dispensación antigua, por qué tantas víctimas cruentas eran llevadas al altar. Pero la gran verdad que debería haberse mantenido ante los hombres y haberse impreso en la mente y el corazón, era esta: "Sin derramamiento de sangre no se hace remisión". En cada víctima cruenta estaba simbolizado el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".

Cristo mismo fue el originador del sistema judío de culto, en el cual se anticipaban las cosas espirituales y celestiales por medio de símbolos y sombras. Muchos olvidaron el verdadero significado de esas ofrendas, y se perdió para ellos la gran verdad de que sólo mediante Cristo hay perdón de pecados. La multiplicació n de las ofrendas ceremoniales, la sangre de becerros y machos cabríos no podía quitar el pecado (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 944).


Martes 17 de junio
Nuestro Sumo Sacerdote

La intercesión sacerdotal de Cristo se lleva a cabo ahora en favor de nosotros en el santuario de los altos. Pero cuán pocos comprenden realmente que nuestro gran Sumo Sacerdote presenta ante el Padre su propia sangre, pidiendo para el pecador que lo recibe como su Salvador personal todas las mercedes que abarca el pacto de Cristo como la recompensa de su sacrificio. Ese sacrificio lo hace plenamente capaz de salvar hasta lo sumo a todos los que se allegan a Dios por él y se dan cuenta que él vive para interceder por ellos (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 944).

Recordemos que nuestro gran Sumo Sacerdote está intercediendo ante el propiciatorio en favor de su pueblo rescatado. Vive siempre para interceder por nosotros. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo".

La sangre de Jesús está rogando con poder y eficacia por los que están apostando, por los que son rebeldes, por los que pecan contra la gran luz y el amor. Satanás está a nuestra diestra para acusarnos, y nuestro Abogado está a la diestra de Dios para rogar por nosotros. Él nunca ha perdido un caso que le ha sido entregado. Podemos confiar en nuestro Abogado porque presenta sus propios méritos en favor de nosotros. Oíd su oración antes de que fuera traicionado y juzgado. Escuchad su oración por nosotros, pues os mantenía en su recuerdo.

Él no olvidará a su iglesia en el mundo de tentaciones. Contempla a su pueblo probado y doliente, y ora por él... Si, contempla a su pueblo en este mundo, que es un mundo perseguidor y todo marchito y echado a perder con la maldición, y sabe que los suyos necesitan de todos los recursos divinos de su simpatía y su amor. Nuestro Precursor ha entrado por nosotros dentro del velo y, y sin embargo, mediante la áurea cadena del amor y la verdad está unido con su pueblo en la simpatía más estrecha (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 960).

Leemos del sumo sacerdote de Israel: "Llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el santuario por memorial delante de Jehová continuamente" (Éxodo 28:29). ¡Qué bella y expresiva figura es ésta del amor inmutable de Dios por su iglesia! Nuestro gran Sumo Sacerdote, de quien Aarón era un símbolo, lleva a su pueblo sobre su corazón.

Cristo, como el gran sumo Sacerdote, al hacer una perfecta expiación por el pecado, se destaca solo en divina majestad y gloria. Otros sumos sacerdotes eran sólo símbolos, y cuando él apareció, se desvaneció la necesidad de los servicios de ellos....

Los seres humanos, sujetos a la tentación, recuerden que en las cortes celestiales tienen un Sumo Sacerdote que se conmueve con el sentimiento de sus debilidades, porque él mismo fue tentado así como lo son ellos (A fin de conocerle, p. 76).

Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de nuestra salvación intercede por nosotros no sólo como un solicitante, sino como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, sosteniendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su pueblo. El incienso asciende a Dios como un olor grato, perfumado con la fragancia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el perdón cubre todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin duda alguna el ministro del santuario, que oficia para él en el santuario, y que habla por los medios establecidos por Dios (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 942).

Cristo es el vínculo entre Dios y el hombre... Coloca toda la virtud de su justicia del lado del suplicante, ruega por el hombre, y el hombre que necesita ayuda divina suplica por sí mismo en la presencia de Dios usando la influencia de Aquel que dio su vida por la vida del mundo. Cuando reconocemos delante de Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, se añade fragancia a nuestras intercesiones. Cuando nos acercamos a Dios mediante la virtud de los méritos del Redentor, Cristo nos coloca muy cerca de su lado, rodeándonos con su brazo humano, mientras su brazo divino se aferra del trono del Infinito. Pone sus méritos, como dulce incienso en el incensario de nuestras manos a fin de animar nuestras peticiones (A fin de conocerle, p. 78).


Miércoles 18 de junio
Produce una diferencia - 1

El sacerdote que en el lugar santo dirigía sus plegarias por fe hacia el propiciatorio, que no podía ver, representa al pueblo de Dios que dirige sus plegarias a Cristo quien se encuentra frete al propiciatorio del santuario celestial. No puede ver a su Mediador con sus ojos naturales, pero mediante el ojo de la fe puede ver a Cristo frente al propiciatorio, y le dirige sus oraciones, y con seguridad suplica los beneficios de su obra mediadora (La historia de la redención, p. 158).

Jesús ve a su verdadera iglesia en la tierra, cuya mayor ambición consiste en cooperar con él en la grandiosa obra de salvar almas, oye sus oraciones presentadas con contrición y poder, y la Omnipotencia no puede resistir sus ruegos por la salvación de cualquier miembro probado y tentado del cuerpo de Cristo. "Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestras profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro". Jesús vive siempre para interceder por nosotros. Por medio de nuestro Redentor, ¿qué bendiciones no recibirá el verdadero creyente? La iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto, será el objeto más querido para Dios en la tierra. La confederación del mal será impulsada por un poder de abajo, y Satanás arrojará todo vituperio posible sobre los escogidos a quienes no puede engañar y alucinar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero exaltado "por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados", Cristo nuestro representante y nuestra cabeza, ¿cerrará su corazón, o retirará su mano, o dejará de cumplir su promesa? No; nunca, nunca (Testimonios para los ministros, p. 16).

Jesús conoce las necesidades de sus hijos y le gusta escuchar sus oraciones. Que sus hijos se aparten del mundo y de todo lo que pudiera apartar los pensamientos de Dios, y que sientan que están solos con el Señor, que su ojo contempla lo más profundo del corazón, y lee los deseos del alma, y que pueden hablar con Dios. Con fe humilde, podéis pedir el cumplimiento de sus promesas, y sentir que aunque no tenéis nada en vosotros mismos que pudiera serviros para suplicar el favor de Dios, debido a los méritos y la justicia de Cristo podéis acercaros confiadamente al trono de la gracia, para hallar socorro en el momento oportuno. Nada puede fortalecer tanto al alma para resistir las tentaciones de Satanás en el gran conflicto de la vida, como buscar a Dios en humildad, y presentar delante de él vuestra alma en toda su indigencia, a la espera de que él será vuestro Ayudador y Defensor (Hijos e hijas de Dios, p. 123).

Tenemos un Salvador viviente. No está en la tumba de José, pues se ha levantado de los muertos y ha ascendido a las alturas como sustituto y garantía para cada alma creyente... El pecador es justificado mediante los méritos de Jesús, y ese es el reconocimiento divino de la perfección del rescate pagado por el hombre. La obediencia de Cristo hasta la muerte de cruz es una garantía de que el Padre acepta al pecador arrepentido. ¿Nos permitiremos, entonces, tener una experiencia que vacila entre la duda y la confianza, la confianza y la duda? Jesús es la garantía de nuestra aceptación para con Dios. Somos aceptos delante de Dios no por algún mérito propio, sino por nuestra fe en Cristo, nuestra justicia.

Jesús está en el lugar santísimo para aparecer en la presencia de Dios por nosotros. Allí no cesa de presentar a su pueblo momento a momento, completo en sí mismo. Pero a causa de que estamos así representados ante el Padre, no hemos de imaginar que podemos presumir de su misericordia y volvernos descuidados, indiferentes e indulgentes. Cristo no ministra en favor del pecado. Estamos completo en él, aceptados en el Amado, sólo al morar en él por fe (Reflejemos a Jesús, p. 68).


Jueves 19 de junio
Produce una diferencia - 2

Cuando seamos tentados a pecar, recordemos que Jesús está intercediendo por nosotros en el santuario celestial. Cuando abandonamos nuestros pecados y venimos a él con fe, toma nuestros nombres en sus labios, y los presenta a su Padre diciendo: "Los tengo esculpidos en las palmas de mis manos; los conozco por nombre". Y se ordena a los ángeles que nos proteja. Luego en el día de terrible prueba dirá: "Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación" (Isaías 26:20). ¿Cuáles son los aposentos en los que han de esconderse? Son la protección de Cristo y de los santos ángeles. El pueblo de Dios no está en ese tiempo todo en un sólo lugar. Están en diferentes grupos y en todas las partes de la tierra; y serán probados individualmente, no en grupos. Cada uno tiene que soportar la prueba por sí mismo (En lugares celestiales, p. 264).

Hay muchos que no tienen la confianza y certidumbre vitales de que Cristo está abogando ante el Padre como nuestro Intercesor. Cristo se ha identificado con nuestras necesidades y puede suplir toda carencia particular de nuestra condición debilitada. Durante su vida en esta tierra asumió la actitud de suplicante fervoroso, buscando de la mano del Padre una provisión fresca de fortaleza, que lo vigorizara y refrigerada dándole palabras de ánimo y lecciones consoladoras para impartir a los seres humanos. Sus palabras fortalecerán cada alma para el deber y para la prueba.

Así como Cristo, en su humanidad, buscaba fuerza de su Padre para poder soportar la prueba y la tentación, también debemos hacerlo nosotros. Debemos seguir el ejemplo del inmaculado Hijo de Dios. Necesitamos diariamente ayuda, gracia y poder de la Fuente de todo poder. Debemos echar nuestras impotentes almas sobre el único que está pronto a ayudarnos en todo momento de necesidad. Demasiado a menudo nos olvidamos del señor, cedemos a nuestros impulsos y perdemos las victorias que debíamos ganar.

Si somos vencidos, no demoremos en arrepentirnos y en aceptar el perdón que nos pondrá en posición ventajosa. Si nos arrepentimos y creemos, será nuestro el poder purificador de Dios. Su gracia salvadora se ofrece gratuitamente. Su perdón se otorga a todos los que quieran recibirlo. Pero el orgullo de la incredulidad con frecuencia se instala en el corazón, y el pecador se aleja de la luz.

Dios siempre aceptará la confesión si la persona se arrepiente del mal que ha hecho. Nuestro Padre celestial declara: "Vivo yo... que no quiero la muerte del impíos, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva" (Ezequiel 33:11). Los ángeles de Dios se regocijan y cantan de gozo por cada pecador que se arrepiente. Ni un solo pecador necesita perderse. El don de la gracia salvadora es abundantísimo y no cuesta nada (En lugares celestiales, p. 50).


Viernes 20 de junio
Para estudiar y meditar
El conflicto de los siglos, pp476-485; Patriarcas y profetas, pp. 356-372.

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