lunes, 18 de agosto de 2008

leccion n8- auxiliar escuela sabatica



Lección 8
23 de Agosto de 2008

De la insensatez a la fe: El apóstol Pedro
Prof. Sikberto Renaldo Marks


Versículo para Memorizar: “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).


Introducción

¿Cuál era el perfil de Pedro al inicio de su transformació n? Un hombre de fuertes impulsos, pero de poca reflexión. Actuaba antes de pensar, y generalmente se engañaba y se equivocaba por un amplio margen. Estaba siempre listo para todo, pero no siempre –o casi nunca– pensaba en las consecuencias. Se creía mejor que los demás, superior, pero parecía ser el menor y el menos capaz. Era temperamental, fuertemente dominado por las emociones, pretendía ser muy valiente pero, en verdad, era cobarde, temeroso y fácilmente cambiaba de idea. No tenía firmeza de propósito; en un momento decía una cosa y, en otro momento, hacía todo lo contrario.

¿Serviría un hombre así para ser el cimiento de la iglesia de Cristo? ¿Podría haber sido alguien con ese perfil, a quien Jesús llamó “fragmento de piedra” ante la Roca que era Él? ¿Sería alguien con esas cualidades que Jesús le confiaría la dirección del a iglesia, el primer obispo, el primado sobre todos los demás? Podría, si fuera una iglesia falsa, pero no la iglesia de Cristo, del cual Él mismo, la Roca, es el fundamento, Guía y Salvador, su Rey, el Cordero que dirige, el León que la defiende.

Con respecto a la cuestión si Pedro fue o no el primer papa, es curioso que ni la Biblia ni la Historia hagan siquiera una mención de que Pedro hubiera estado alguna vez en Roma. Y con respecto a los huesos de Pedro, que supuestamente estarían depositados en la Basílica de San Pedro, no se tiene certeza que sean efectivamente los de él. Después de la Segunda Guerra Mundial, el papa Pío XII ordenó hacer unas excavaciones en la Basílica. Encontraron un recipiente con restos de huesos. Era un relicario. En 1965, el papa Paulo VI declaró que eran los huesos de Pedro. Fue una declaración, nada más que eso. Sin ninguna prueba fehaciente. No hay manera de saber con seguridad de quién son esos huesos. Podían ser hasta de algún criminal, que eran enterrados en fosas comunes, dentro de recipientes como los que allí fueron encontrados. Nadie sabe dónde fue enterrado Pedro.

Un buen libro para leer con respecto a esto es el escrito por Hans Küng, La iglesia católica. Kung es un doctor en Teología, católico, que participó en el Concilio Vaticano II, y cuenta la historia de la Iglesia católica apostólica romana como si fuera un moderno Lutero. Quien adquiera y lea este libro no se arrepentirá.

Pedro fue un pescador de peces que se transformó en un pescador de hombres. Fue alguien capaz de cometer muchos errores. Pero aún así, Jesús lo transformó en uno de los doce apóstoles. El es un ejemplo para todos nosotros acerca de cómo el poder de Dios puede transformar el carácter.


El pescador

A algunas personas Jesús les pidió que dejaran todo. El quería a estas personas para una obra que les requeriría todo su tiempo, hasta el final de su vida. Y la mayoría de los que Él llamó para esa tarea murieron de manera violenta.

Pedro dejó todo: redes, barco, negocio, y se dedicó a lo que el Maestro le había ordenado hacer. Aquí surge una pregunta: ¿Debemos nosotros también dejar todo? Así como en aquellos tiempos todos dejaron alguna cosa, según lo que les era solicitado, y otros dejaron todo, en nuestros días ocurre lo mismo. No todos fueron llamados para ser misioneros en los días de Jesús. Pero todos, de alguna manera, participaron de la obra misionera.

Hoy estamos otra vez llegando a los días en que tendremos que dejar algunas cosas. De mi parte, dejé la mitad de mi tiempo de trabajo en la Universidad, para poder dedicarme a la predicación. Dejé de realizar cursos de perfeccionamiento, para no comprometerme más con la institución. Otros hacen cosas similares. Lo que Dios más nos pide es nuestro tiempo. El quiere que le entreguemos cada vez más tiempo.

En segundo lugar, Él nos pide que mantengamos la obra con nuestros recursos. Pero a la mayoría no le pide que dejen todo, que vendan todo para dedicarse exclusivamente a la obra.

Así, debemos ser inteligentes para saber lo que Dios nos está pidiendo, o qué podemos dedicarle a Él. Lo importante es que sintamos, tal como Pedro, que Él nos ama, y que nos sintamos atraídos hacia Él.


La insensatez de Pedro

En la experiencia de Pedro se dio una clase de aprendizaje que es bien común. Yo lo acostumbro llamar aprendizaje ciego. Es decir, hay apropiación de nuevos conocimientos, pero no se da el cambio forzado por dicho conocimiento. Además, el conocimiento anterior inadecuado no es sustituido, permanece dominante. Por eso, el cambio no puede darse.

¿Qué quiere decir esto? ¿Qué ocurre? Es un fenómeno peligroso. Lleva a la persona a acostumbrarse a la verdad, sin permitir que dicha verdad la transforme. La persona domina nuevo conocimiento, incluso puede enseñarlo a los demás, pero no permite que ese nuevo conocimiento penetre en su carácter. Eso aconteció con todos aquellos enemigos de Dios, en su tiempo mientras estuvo entre los hombres. Estudiaban las profecías, sabían de la llegada del Mesías, y como esperaban un Mesías idealizado por ellos, cuando lo anunciado vino, no lo reconocieron. Además, en vez de aceptarlo, por el contrario, hasta lo combatieron, y se empeñaron hasta matarlo.

Eso es el aprendizaje ciego; la persona absorbe el conocimiento nuevo pero no lo reconoce como significativo para su vida. Continúa apegada al conocimiento previo, no deja que aquél pase a regir su vida. Con el tiempo, se acostumbra a tener contacto con la verdad, pero –al mismo tiempo– no permite que la verdad sustituya todo su conocimiento anterior. En nuestros días esto es mucho más común de lo que te imaginas. Y es, en verdad, una tremenda arma controlada por Satanás. Siempre conduce a un mal testimonio.

A Pedro, al contrario de Pablo que cambió de rumbo una vez que fue derribado del caballo, le llevó años sentir la necesidad de un cambio en su vida. Aún así, su atención tuvo que ser llamado a la atención porque era prejuicioso con los gentiles (Hechos 10:9-16) y experimentó recaídas, como fue el caso de su conducta entre los judíos y los gentiles, lo que motivó la reprensión de Pablo.

Pedro, al contrario de Juan, fue uno de aquellos hombres que difícilmente son transformados. Aún así, con demoras, Pedro cambió. Se equivocó repetidas veces, tanto que da para decir que fue un hombre que erraba sistemáticamente. Prometía una cosa, y luego hacía todo lo contrario. No cumplía con lo que prometía. Lleno de valentía pisó en el agua del mar y fue caminando en dirección a Jesús. En medio de esa experiencia de fe, vaciló y se hundió. Junto a Jesús, en el momento en el que Él más lo necesitaba, Pedro se durmió. Influido por sus ideas, que lo enceguecían, en vez de mantenerse tranquilo como Jesús, atacó con una espada y cortó la oreja de un ser humano. Atacó a otra persona desarmada, no a uno de los soldados entrenados con la espada. Pedro estaba allí luchando por el Reino de Dios, según él se lo imaginaba, pero no conforme Jesús se lo había enseñado. Había escuchado de Jesús decir que su Reino era espiritual, pero continuaba pensando que debía ser un reino terrenal en lugar del Imperio Romano. Eso era lo que él quería, y esa era la manera de pensar entre los judíos. Ellos ansiaban un Mesías que liderara una rebelión victoriosa contra los romanos, y Pedro permitió que esa idea lo dominara, lo que hizo ciego a las enseñanzas de Jesús.

Esto hoy todavía ocurre. La mundanalidad, por ejemplo, nos puede dejar ciegos a las verdades que debemos permitir que cambien nuestra vida. Pedro, en vez de mantenerse fiel a Cristo, conforme a lo que él mismo había prometido, en el momento de crisis actuó peor que Judas, pues hasta llegó a negar que efectivamente conociera a Jesús.

Estos hechos, y otros más, Pedro los hizo porque seguía su propia manera de pensar, no la de Jesús. Aunque había aprendido acerca del Reino de los cielos; acerca de la necesidad de la muerte de Jesús (que hizo que Pedro se atreviera a cuestionar a Jesús); aunque hubiera tenido ese conocimiento, continuó ciego como antes, y continuó comportándose como siempre. Vio los milagros de Jesús, escuchó sus enseñanzas, hizo preguntas y obtuvo respuestas. No obstante, continuó pensando, decidiendo y actuando como de costumbre. Y eso que él fue uno de los tres más allegados a Jesús, entre aquellos a los que Jesús siempre invitaba para que estuvieran cerca de Él en momentos trascendentales, tal como los del Monte de la Transfiguració n, o en la vigilia antes de ser apresado.

Pedro pudo haber sido un caso difícil, pero no fue como Judas. Llegó a estar bastante cerca; en vez de traicionarlo, sólo lo negó. Le faltó poco para ser otro Judas. Pero, al contrario de Judas, en vez de ahorcarse, arrepentido, lloró amargamente y después, avergonzado, dijo en tres oportunidades a Jesús que lo amaba. Demoró y fue penoso el proceso de cambio, pero Pedro fue –finalmente– transformado por el amor que provenía del Salvador, y se mantuvo fiel entre los que lucharon para que otros fueran también salvados para vida eterna.


Aprendiendo de Jesús

Pedro también hizo un excelente trabajo. Podemos decir que Pedro es un caso particular: de un extremo a otro. De un hombre desequilibrado a un hombre controlado por el Espíritu de Dios, un gran pastor, guía del pueblo, consejero, ejemplo de cristiano. Un hombre en el que ahora se podía confiar, un hombre lleno del poder del Espíritu, por medio del cual Dios operó maravillas sobrenaturales.

Fue Pedro quien pronunció las palabras “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Estas palabras las dijo en tiempos en los que todavía no se había convertido plenamente, sino que las dijo por el poder de Dios. Aquél Pedro que quería evitar la muerte de Jesús, que censuró a Jesús por hablar que sería muerto, que quería defender a Jesús con la espada, fue también el mismo hombre que en Hechos 2 y 3, en muchas oportunidades, habló con valentía acerca de la muerte de Jesús, acerca de la obra del Maestro como Salvador de todos. Aquél mismo Pedro, que fue temeroso y cobarde cuando lo identificaron como el seguidor del Galileo, en Hechos 4 defendió a Cristo incluso frente al Sanedrín, que recientemente había auspiciado la muerte del Mesías.

Ya no era el Pedro que escuchaba las palabras de Jesús, y las aceptaba según su propia opinión, en un aprendizaje ciego; ahora era un nuevo Pedro, un hombre transformado, que enseñaba todas las cosas que Jesús le había dicho, conforme a sus enseñanzas.

¿Por qué razón Pedro, y también los demás, no entendieron inicialmente el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios? Porque la manera de pensar de la gente de aquella época era que Jesús vendría en gloria y pompa, entre los grandes de la sociedad para ayudarlos a tener más poder. Los líderes religiosos de aquellos días creían que el Mesías vendría, lo estaban esperando, pero uno que les otorgara más poder. El pueblo creía en un Mesías que los liberase del poder romano y estableciese un imperio terrenal en lugar del romano. Los líderes querían una cosa, poder; el pueblo, otra, la liberación. Eran deseos conflictivos. Y Jesús no encajó ni en uno ni en el otro. El Reino de Él no era para esta tierra.

Quien vino fue un Mesías hijo de pobres y sin nivel social, que no tenían siquiera una casa propia, nacido en un pesebre, oriundo de una ciudad de mala fama, la pequeña Nazaret. ¿Quién iba a aceptar un Mesías así? Pero Él demostró un poder increíble, ya sea a través de sus palabras o en sus milagros. El pueblo apreció eso, pero los líderes lo detestaron, pues se sintieron humillados por la pérdida de poder sobre el pueblo a manos de un hombre, según ellos, despreciable. Así era la forma de pensar en aquella época. Cuidado con la cultura… hoy no es muy diferente, pues la cultura nos hace pensar según los intereses de Satanás.

¿Podemos descartar el hecho de que aquella cultura no haya afectado la manera de pensar de Pedro y los demás discípulos? Obviamente que no. Ellos pensaron según era lo usual. Hasta que Pedro se dio cuenta de que esa manera de pensar estaba totalmente equivocada, pasó bastante tiempo, tuvo que enfrentar decepciones y malos tragos. Judas no logró entender cómo pensaba Jesús, pero Pedro, felizmente, lo logró. Entonces, ese hombre afectado por el pensamiento del mundo, finalmente fue transformado. Y se convirtió en un poderoso testigo de Cristo, el Salvador; en un vencedor como el Maestro.


El Pedro del libro de Hechos

El Pedro del libro de los Hechos, ¿es el mismo Pedro de los Evangelios? Es increíble, pero era el mismo. ¿No lo parece, verdad? Aquél Pedro que actuaba siguiendo su propia forma de pensar, ahora es un Pedro lleno de iniciativa, pero según la voluntad de su Maestro. Antes, censuraba a Jesús, y quería enseñarle a su Maestro lo que Él debía enseñar; ahora vemos a un Pedro obediente al mandato de su Maestro. No parece el mismo Pedro, pero es. En la persona de Pedro, vemos la posibilidad para todos nosotros, de ser transformados por el poder de Dios. Si una persona como Pedro fue transformada, cualquier persona que siente el deseo de lograrlo, también puede.

No se si ya te has dado cuenta, pero me llamó la atención la siguiente situación: los apóstoles tenían ciertas características antes de ser transformados. Después de su transformació n, las peores características fueron eliminadas y, en lugar de ellas, surgieron otras, exactamente en el plano opuesto.

Notemos el caso de Juan, que ya hemos analizado. El era vengativo, el hijo del trueno. Después de la transformació n se convirtió en el apóstol del amor. De vengativo se convirtió en amante. Y Pedro, el precipitado y cobarde, después de la transformació n se convirtió en una persona equilibrada y valiente.

Si estudiamos la vida de los demás apóstoles, veremos que ocurre exactamente lo mismo con ellos. Esto es interesante, pues nos dice que la transformació n actúa más intensamente sobre nuestros mayores defectos. Esto nos da pistas para que sepamos autoevaluarnos con respecto a si estamos, o no, siendo transformados.

Pedro pasó por una prueba crucial, de la cual salió transformado. Esta prueba le debe haber tomado sólo unos pocos minutos. Estaba constituida por una serie de tres preguntas repetidas: “Pedro, ¿me amas?”. En la tercera pregunta, Pedro entendió que el estilo de vida de Jesús no se basaba en la fuerza, sino en el amor. Desde aquél momento en adelante, ese hombre estuvo listo para ser pastor de seres humanos, no como antes, un revolucionario que planteaba la fuerza de las armas. Jesús le encomendó: “Apacienta mis ovejas”.

Las preguntas tienen poder, ¿no es así? Especialmente cuando son formuladas en el tono correcto y en el momento oportuno. Después de que Pedro había negado al Maestro, se había sentido como un Judas, el traidor, el que luego se ahorcó. Ciertamente en el grupo de los discípulos se hablaba de ello. Y entre ellos estaba Pedro, el que lo había negado (y eso significaba algo muy parecido a la traición), vivo, un hombre compungido y avergonzado, sin la confianza necesaria como para continuar en el grupo escogido por Jesús. El que creía el más valiente en verdad se portó como el más cobarde y ahora, tanto él como los demás, lo sabían. Así se debe haber sentido. ¿Con qué autoridad iría ahora a conquistar a otros seres humanos para el Reino de Dios? Si ni siquiera él podía mantenerse en la senda de Jesús. Ahí fue cuando Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas” y Pedro pudo sentirse nuevamente uno de los apóstoles escogidos por Jesús. Y ahora se sintió otro Pedro, el hombre que sumaba, no que dividía.


El Pedro de las epístolas

En los escritos de Pedro podemos ver el cambio operado en este hombre. Notemos algunos pasajes en sus dos epístolas, o cartas. Prestemos atención a este pasaje glorioso, hasta épico, que se encuentra en 1 Pedro 2:9: “Pero vosotros sois linaje elegido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquél que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. ¡Qué composición literaria más bella! ¿No crees? Sólo por el poder de Dios alguien podía escribir algo tan profundo.

Otra orientación proveniente de un Pedro transformado es la de 1 Pedro 2:17: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Reverenciad a Dios. Honrad al rey”. Es otra forma de exponer la Ley de Dios. Y en 1 Pedro 4:8-10 encontramos: “Sobretodo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubre multitud de pecados. Hospedaos unos a otros sin queja. Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, dispensando fielmente las diferentes gracias de Dios”. No parece aquél Pedro que dijo: “Señor, tú no me lavarás jamás los pies”…

Estos pasajes, ¿se parecen en algo a aquél Pedro precipitado, inestable, belicoso? No, ¿verdad? Entonces analicemos uno más, el de 1 Pedro 4:13: “Gozaos de ser participantes de las aflicciones de Cristo, para que también os gocéis en la revelación de su gloria”. Y considera también el último versículo que escribió, registrado en la Biblia: “Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A Él sea la gloria, ahora y por la eternidad! ¡Amén!” (2 Pedro 3:18).

Sinceramente, este no es el Pedro de los Evangelios. Es evidentemente otro Pedro, el de las epístolas. Fue transformado a un punto tal que se convirtió en otra persona. ¿Podríamos comparar lo que decían de nosotros años atrás con lo que dicen hoy? ¿Podríamos comparar lo que escribíamos años atrás con lo que escribimos hoy? ¿Podríamos comparar las amistades que teníamos años atrás con las que tenemos hoy? ¿Podríamos compara nuestro carácter de años atrás con el de hoy?

En estas comparaciones pueden intervenir tres posibilidades, y no más. O hemos permanecido igual, que es muy raro e improbable, y no es algo de lo que podamos jactarnos; o nos hemos convertido en algo muy parecido con el mundo, lo que es la probabilidad más natural. O, como tercera opción, nos hemos convertido en más parecidos con Jesús, y esa es una pequeña probabilidad, y encima no natural.

¿Cómo estamos?


Aplicación del estudio

Volvamos al Pedro de los Evangelios. Ya lo conocemos, un valiente cuando no había nada que enfrentar; un cobarde cuando la oposición se volvía algo bien real. Queriendo ser superior a los demás, dijo que tal vez él fuera el único que defendería a su Maestro; que aunque los demás lo abandonaran él jamás lo haría. Pero no quedó en el último lugar sólo porque Judas fue un poco más lejos. Judas avanzó tanto en su propia justicia que ya no volvió más a su Maestro. Pedro fue bastante lejos en sus propias ideas. Estuvo en peligro de perder al Maestro de vista. Pero aquella mirada de perdón del Maestro lo salvó.

Pedro, perplejo, acompañaba al Maestro en su aflicción. Imaginaba que Él, en algún momento, se liberaría, tal como lo había hecho en anteriores oportunidades cuando se vio amenazado. Pero nada estaba sucediendo al respecto. El Maestro estaba extrañamente sumiso a sus enemigos. ¡Qué situación desconcertante! ¡Algo horrible debía estar sucediendo! Era decepcionante… ¿Qué era lo que estaba pasando con el Maestro? Siempre tan poderoso, ahora… humillado, sin reacción de ningún tipo. Pedro no sabía qué pensar.

En medio de su decepción, para empeorar aún más su confusión mental, en tres ocasiones lo identificaron como uno de los más cercanos a Jesús. Pedro, asaltado por pensamientos extraños, dominado por el miedo y la decepción, confuso, respondió conforme su vieja naturaleza: “¡No lo conozco!”.

Entonces escuchó el canto del gallo. Era de madrugada. Allí Pedro vio lo que realmente había hecho: negar a su Maestro. ¡El, que había prometido que eso jamás ocurriría! ¡El, que había dicho que otros podían abandonar a su Maestro pero que Él, como que se llamaba Pedro, no lo iba a hacer nunca! A los sentimientos que ya se manifestaban en su fuero íntimo, se le añadió la vergüenza del fracaso anunciado. Sintió una repulsión contra sí mismo. Antes había visto a un Maestro sumiso, derrotado.

Ahora, mirando al Maestro, en una mirada pasajera, ve aquellos ojos mansos, aquella fisonomía noble y delicada, comunicándose con él sin palabras, con el perdón que aún no había sido pedido. Eso hizo que Pedro temblara por dentro. Desvía su mirada, tanta era su vergüenza. Pero mira otra vez. El Maestro todavía lo está mirando. Sin embargo, Satanás, por medio de una bofetada propinada por uno de los soldados, desvía el rostro de Jesús. Dos miradas de perdón, y eso fue suficiente como para que Pedro cambiara todos sus sentimientos.

Nuestro semblante puede hablar muy alto sin que se pronuncie palabra alguna. La mirada de Jesús transformó el corazón de Pedro, hasta entonces, lleno de sí mismo. Desde ese momento en adelante, vacío de toda la confianza propia anterior, en medio de la oscuridad de la noche y la que estaba en su corazón, sale corriendo, ni él sabe hacia dónde. Corre avergonzado, llorando amargamente por su fracaso. Y sabe que, en ese momento, otro de los discípulos también corría lejos de Jesús. Ese era Judas.

Judas también corrió al ver su fracaso. Corrió en dirección a un árbol, y en él se ahorcó. Para Judas, todo había acabado.

Pero, ¿hacia dónde corrió Pedro? El no lo sabía, pero de repente se encontró en el Getsemaní. Cayó de rodillas para orar. Allí derramó su alma delante de Dios. Ahora estaba orando donde la noche anterior estaba durmiendo, en vez de orar. En ese momento se encontró en el mismo lugar donde su Maestro estuvo luchando con Dios para obtener la victoria contra Satanás. Donde Jesús había comenzado a derramar su sangre por Pedro, y por todos. Hacia allí llevó el Espíritu Santo a Pedro.
Pedro fue salvado en el instante culminante de su obstinación. Judas fue un poco más lejos, y se perdió. ¿Cuál de ellos dos nos sirve de ejemplo?


Prof. Sikberto R. Marks

No hay comentarios: