lunes, 18 de agosto de 2008

leccion 8- notas ELENA.G. WHITE.

Lección 8
16 al 23 de Agosto de 2008

De la insensatez a la fe: El apóstol Pedro


Sábado 16 de agosto

Tiempo hubo en la experiencia de Pedro cuando no estaba dispuesto a ver la cruz en la obra de Cristo. Cuando el Salvador hizo saber a sus discípulos sus inminentes sufrimientos y muerte, Pedro exclamó: "Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca" (S. Mateo 16:22). La compasión hacia sí mismo, que no le permitía seguir a Cristo en el sufrimiento, sugirió su protesta. Fue para este discípulo una lección amarga, que aprendió lentamente, el saber que el camino de Cristo en la tierra pasaba por la agonía y la humillación. Pero en el calor del horno de las pruebas tuvo que aprender una lección. Ahora, cuando su cuerpo una vez activo estaba agobiado por el peso de los años y el trabajo, podía escribir: "Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por fuego, lo cual se hace para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os aconteciese; antes bien gozaos de que sois participantes de las aflicciones de Cristo; para que también la revelación de su gloria os gocéis en triunfo" (Los hechos de los apóstoles, pp. 418, 419).

Mientras más nos acerquemos a Jesús, y más claramente apreciemos la pureza de su carácter, más claramente discerniremos la excesiva pecaminosidad del pecado, y menos nos sentiremos inclinados a ensalzarnos a nosotros mismos. Aquellos a quienes el cielo reconoce como santos son los últimos en alardear de su bondad. El apóstol Pedro llegó a ser fiel ministro de Cristo, y fue grandemente honrado con la luz y el poder divinos; tuvo una parte activa en la formación de la iglesia de Cristo; pero Pedro nunca olvidó la terrible vicisitud de su humillación; su pecado fue perdonado; y sin embargo, él bien sabía que para la debilidad de carácter que había ocasionado su caída sólo podía valer la gracia de Cristo. No encontraba en sí mismo nada de que gloriarse (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 124).


Domingo 17 de agosto
El pescador

A Mateo en su riqueza, y a Andrés y Pedro en su pobreza, llegó la misma prueba, y cada uno hizo la misma consagración. En el momento del éxito, cuando las redes estaban llenas de peces y eran más fuertes los impulsos de la vida antigua, Jesús pidió a los discípulos, a orillas del mar, que lo dejasen todo para dedicarse a la obra del evangelio. Así también es probada cada alma para ver si el deseo de los bienes temporales prima sobre la comunión con Cristo.
Los buenos principios son siempre exigentes. Nadie puede tener éxito en el servicio de Dios a menos que todo su corazón esté en la obra del evangelio. Así también es probada cada alma para ver si el deseo de los bienes temporales prima sobre la comunión con Cristo.

Los buenos principios son siempre exigentes. Nadie puede tener éxito en el servicio de Dios a menos que todo su corazón esté en la obra, y tenga todas las cosas por pérdida frente a la excelencia del conocimiento de Cristo, y mucho menos puede ser su colaborador. Cuando los hombres aprecien la gran salvación, se verá en su vida el sacrificio propio que se vio en la de Cristo. Se regocijarán en seguirle a dondequiera que los guíe (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 228).

Otro tanto había sucedido con los discípulos llamados anteriormente. Cuando Jesús invitó a Pedro y a sus compañeros a que le siguieran, en el acto dejaron todos ellos sus barcos y sus redes. Algunos de estos discípulos tenían deudos a quienes mantener; pero cuando oyeron la invitación del Salvador, sin vacilación ni reparo acerca de la vida material propia y de sus familias, obedecieron al llamamiento. Cuando, en una ocasión ulterior, Jesús les preguntó: "Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?" contestaron: "Nada" (Lucas 22:35).

El Salvador nos llama hoy a su obra, como llamó a Mateo, a Juan y a Pedro. Si su amor mueve nuestro corazón, el asunto de la compensación no será el que predomine en nuestro ánimo. Nos gozaremos en ser colaboradores con Cristo, y sin temor nos confiaremos a su cuidado. Si hacemos de Dios nuestra fuerza, tendremos claras percepciones de nuestro deber y aspiraciones altruistas; el móvil de nuestra vida será un propósito noble que nos elevará por encima de toda preocupación sórdida.

Muchos de los que profesan seguir a Cristo se sienten angustiados, porque temen confiarse a Dios. No se han entregado por completo a él, y retroceden ante las consecuencias que semejante entrega podría implicar. Pero a menos que se entreguen así a Dios no podrán hallar paz...

Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillos de hacer del servicio de Dios el asunto supremo, verán desvanecerse sus perplejidades y extenderse ante sus pies un camino despejado (El ministerio de curación, pp. 381, 382).

Antes de pedir a los discípulos que abandonasen sus redes y barcos, Jesús les había dado la seguridad de que Dios supliría sus necesidades. El empleo del esquife de Pedro para la obra del evangelio había sido ricamente recompensado. El que es rico "para con todos los que le invocan" dijo: "Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando". Según esta medida había recompensado el servicio de sus discípulos. Y todo sacrificio hecho en su ministerio será recompensado conforme a "las abundantes riquezas de su gracia" (El Deseado de todas las gentes, p. 214).





Lunes 18 de agosto
La insensatez de Pedro

Aunque Cristo había elegido a Pedro y a Juan para se contados entre los doce, sus caracteres eran todavía imperfectos. Pedro tenía un temperamento impulsivo y celoso y manifestaba gran fervor en la causa de Cristo. En una ocasión, cuando los discípulos estaban en el mar y su barco era movido fuertemente por las olas porque el viento les era contrario, el registro bíblico declara que "a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? (Mateo 14:25-31).

Este incidente ilustra muy bien el carácter impulsivo de Pedro; la fe y la incredulidad se mezclaban en sus palabras y acciones. Jesús les había dicho a los discípulos: "¡Yo soy, no temáis!", y a Pedro le había dicho: "Ven"; pero cuando vio las olas y los vientos que lo rodeaban se olvidó del poder de su Señor y comenzó a hundirse. Jesús, entonces, extendió su mano y lo levantó por encima de las olas encrespadas.

En otra oportunidad, cuando el Señor trató de preparar la mente de los discípulos para enfrentar su juicio, traición y crucifixión, Pedro sintió que no podría soportar el cumplimiento de tales injusticias sobre Cristo y sus seguidores, e indignado exclamó: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca". La impresión que Cristo deseaba hacer en la mente de sus seguidores era exactamente opuesta a la que Pedro estaba haciendo con sus palabras. Por eso reprochó a su discípulo con las palabras más duras que alguna vez habían brotado de sus labios. Le dijo: "¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres" (Mateo 16:22, 23).

Aunque Pedro ya había estado un largo tiempo con el Maestro, todavía tenía una comprensión imperfecta del plan de salvación; no deseaba ver la cruz en el camino de Cristo. Sin embargo, era justamente la cruz lo que traería vida y esperanza a la moribunda humanidad (Review and Herald, 6 de febrero, 1913).

Pedro era presto y celoso para obrar, audaz e intransigente; y Cristo vio en él material que sería de gran valor para la iglesia. Por lo tanto, relacionó a Pedro consigo a fin de que todo lo que era bueno y valioso pudiera conservarse, y para que, mediante sus lecciones y ejemplos, pudiese suavizar lo que era duro en su temperamento y conducta. Si su corazón se transformaba verdaderamente por la gracia divina, el cambio se vería en la auténtica bondad, simpatía y cortesía que manifestaría (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 568).




Martes 19 de agosto
Aprendiendo de Jesús

La obra de Satanás era desanimar a Jesús mientras se esforzaba por salvar a la raza depravada, y las palabras de Pedro eran precisamente lo que Satanás deseaba oír. Se oponían al plan divino, y cualquier cosa que llevara ese sello distintivo era una ofensa para Dios. Fueron pronunciadas por instigación de Satanás, pues se oponían a la única medida que Dios podía tomar para mantener su ley y regir a sus súbditos, y al mismo tiempo salvar al hombre caído. Satanás esperaba que esas palabras desanimaran y descorazonaran a Cristo, pero Cristo se dirigió al autor de ese pensamiento diciéndole: "¡Quítate de delante de mí, Satanás!" (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1070, 1071).

La historia de ninguno de los discípulos ilustra mejor que la de Pedro el método educativo de Cristo. Temerario, agresivo, confiado en sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y vengarse era, sin embargo, generoso para perdonar. Pedro se equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron menos reconocidas y elogiadas su lealtad afectuosa y su devoción a Cristo. El Salvador trató a su impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir su engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza. Pero la lección fue aprendida sólo en parte. El engreimiento no fue desarraigado.

A menudo, cuando sentía su corazón abrumado por un pesar, Jesús trataba de revelar a sus discípulos las escenas de su prueba y su sufrimiento. Pero sus ojos estaban cerrados. La revelación no era bien recibida y no veían. La autocompasión, que lo impulsaba a evitar la comunión con Cristo en el sufrimiento, motivó la protesta de Pedro: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca". Sus palabras expresaban el pensamiento de los doce.

Así siguieron, jactanciosos y pendencieros, adjudicándose anticipadamente los honores reales, sin soñar en la cruz, mientras la crisis se iba acercando.

La experiencia de Pedro fue una lección para todos. Para la confianza propia, la prueba implica derrota. Cristo no podía impedir las consecuencias seguras del mal que no había sido abandonado. Pero así como extendió la mano para salvar a Pedro cuando las olas estaban por hundirlo, su amor lo rescató cuando las aguas profundas anegaban su alma. Repetidas veces, al borde mismo de la ruina, las palabras jactanciosas de Pedro lo acercaron cada vez más al abismo. Repetidas veces Jesús le advirtió que negaría que lo conocía. Del corazón apenado y amante del discípulo brotó la declaración: "Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte", y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje, poco apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse pronto sobre él sería una rayo de esperanza: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos" (La educación, pp. 88, 89).




Miércoles 20 de agosto
El Pedro del libro de Hechos

Antes de su caída, Pedro había tenido la costumbre de hablar inadvertidamente, bajo el impulso del momento. Siempre estaba listo para corregir a los demás, para expresar su opinión, antes de tener una comprensión clara de sí mismo o de lo que tenía que decir. Pero el Pedro convertido era muy diferente. Conservaba su fervor anterior, pero la gracia de Cristo regía su celo. Ya no era impetuoso, confiado en sí mismo, ni vanidoso, sino sereno, dueño de sí y dócil. Podía entonces alimentar tanto a los corderos como a las ovejas del rebaño de Cristo.

La manera en que el Salvador trató a Pedro encerraba una lección para él y sus hermanos. Les enseñó a tratar al transgresor con paciencia, simpatía y amor perdonador. Aunque Pedro había negado a su Señor, el amor de Jesús hacia él no vaciló nunca. Un amor tal debía sentir el subpastor por las ovejas y los corderos confiados a su cuidado. Recordando su propia debilidad y fracaso, Pedro debía tratar con su rebaño tan tiernamente como Cristo le había tratado a él (El Deseado de todas las gentes, p. 753).

Pedro había sido restaurado a su apostolado, pero la honra y la autoridad que recibió de Cristo no le dieron supremacía sobre sus hermanos. Cristo dejó bien sentado esto cuando en contestación a la pregunta de Pedro: "¿Y éste, qué?", había dicho: "¿Qué a ti? Sígueme tú". Pedro no había de ser honrado como cabeza de la iglesia. El favor que Cristo le había manifestado al perdonarle su apostasía y al confiarle la obra de apacentar el rebaño, y la propia fidelidad de Pedro al seguir a Cristo, le granjearon la confianza de sus hermanos. Tuvo mucha influencia en la iglesia. Pero la lección que Cristo le había enseñado a orillas del mar de Galilea, la conservó Pedro toda su vida (El Deseado de todas las gentes, p. 755).

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se hace poca mención de la última parte del ministerio del apóstol Pedro. Durante los años de intensa actividad que siguieron al derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, Pedro estaba entre los que se esforzaban incansablemente para alcanzar a los judíos que acudían a Jerusalén a adorar en el tiempo de las fiestas anuales.

A medida que el número de los creyentes se multiplicaba en Jerusalén y en otros lugares visitados por los mensajeros de la cruz, los talentos que poseía Pedro demostraron ser de incalculable valor para la iglesia primitiva. La influencia de su testimonio concerniente a Jesús de Nazaret se difundía ampliamente. Sobre él descansaba una doble responsabilidad. Testificaba positivamente acerca del Mesías ante los incrédulos, trabajando fervientemente a favor de su conversión; y al mismo tiempo realizaba un trabajo especial en favor de los creyentes, fortaleciéndoles en la fe de Cristo.

Después que Pedro fue inducido a negarse a sí mismo y a depender en absoluto del poder divino, recibió su llamamiento a trabajar como subpastor. Cristo había dicho a Pedro, antes que le negara: "Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos" (S. Lucas 22:32). Estas palabras indicaban la obra extensa y eficaz que este apóstol debía hacer en lo futuro en favor de aquellos que aceptaban la fe. Su experiencia personal con el pecado, el sufrimiento y el arrepentimiento, lo habían preparado para esa obra. Mientras no reconoció sus debilidades, no pudo conocer la necesidad que tenían los creyentes de depender de Cristo. En medio de la tormenta de la tentación había llegado a comprender que el hombre solamente puede caminar seguro cuando pierde toda confianza en sí mismo y la deposita en el Salvador (Los hechos de los apóstoles, pp. 410, 411).


Jueves 21 de agosto
El Pedro de las epístolas

Durante su ministerio, Pedro veló fielmente sobre el rebaño encomendado a su cuidado, y así demostró que era digno de la carga y responsabilidad que el Salvador había puesto sobre él. Siempre exaltaba a Jesús de Nazaret como la esperanza de Israel, y el Salvador de la humanidad. Imponía a su propia vida la disciplina del Obrero maestro. Por todos los medio a su alcance procuraba educar a los creyentes para el servicio activo. Su piadoso ejemplo y su incansable actividad inspiraban a muchos jóvenes promisorios a entregarse totalmente a la obra del ministerio. A medida que el tiempo transcurría, la influencia del apóstol como educador y dirigente aumentaba; y aun cuando nunca abandonó sus cargas relacionadas con su trabajo especial por judíos, dio su testimonio también en muchos países y fortaleció la fe de multitudes en el evangelio.

En los últimos años de su ministerio, Pedro fue inspirado a escribir a los creyentes "esparcidos en Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia". Sus cartas fueron el medio de despertar el ánimo y fortalecer la fe de los que soportaban pruebas y aflicciones, y de estimular a las buenas obras a los que, atravesando por diversas tentaciones, estaban en peligro de perder su confianza en Dios. Estas cartas demuestran haber sido escritas por uno en quien abundaban tanto los sufrimientos de Cristo como su consolación; por uno cuyo ser entero había sido transformado por la gracia de Dios y cuya esperanza en la vida eterna era segura e inconmovible. ..

Las palabras del apóstol fueron escritas para instrucción de los creyentes de todas las épocas y tienen un significado especial para los que viven en el tiempo cuando "el fin de todas las cosas se acerca". Toda alma que desea mantenerse en la fe, "firme hasta el fin" (Hebreos 3:14), necesita sus exhortaciones y reprensiones y sus palabras de fe y ánimo (Los hechos de los apóstoles, pp. 412, 413).

El apóstol Pedro había tenido una larga experiencia en las cosas divinas. Su fe en el poder salvador de Dios se había fortalecido con los años, hasta probar, más allá de toda duda, que no hay posibilidad de fracasar para aquel que, avanzando por fe, asciende escalón tras escalón, siempre hacia arriba y hacia adelante hasta el último peldaño de la escalera que llega a los mismos portales del cielo.

Por muchos años Pedro había recalcado a los creyentes la necesidad de un crecimiento constante en gracia y en conocimiento de la verdad; y ahora, sabiendo que pronto iba a ser llamado a sufrir el martirio por su fe, llamó una vez más su atención al precioso privilegio que está al alcance de cada creyente. En la completa seguridad de su fe, el anciano discípulo exhortó a sus hermanos a tener firmeza de propósito en la vida cristiana. "Procurad -rogaba Pedro- tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estás cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". ¡Preciosa seguridad! ¡Gloriosa es la esperanza del creyente mientras avanza por fe hacia las alturas de la perfección cristiana!

"Yo no dejaré de amonestaros siempre de estas cosas -les decía- aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Porque tengo por justo, en tanto que estoy en este tabernáculo, de incitaron con amonestación; sabiendo que brevemente tengo de dejar mi tabernáculo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia, que después de mi fallecimiento, vosotros podáis siempre tener memoria de estas cosas".

Pedro estaba bien preparado para hablar de los propósitos de Dios para con la raza humana; porque durante el ministerio terrenal de Cristo, había visto y oído mucho concerniente al reino celestial. "Porque no os hemos dado a conocer la potencia y la venida de nuestro Señor Jesucristo, siguiendo fábulas por arte compuestas -recordó a los creyentes-; sino como habiendo con nuestros propios ojos visto su majestad. Porque él había recibido de Dios Padre honra y gloria, cuando una tal voz fue a él enviada de la magnífica gloria: Éste es el amado Hijo mío, en el cual yo me he agradado. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos juntamente con él en el monte santo" (Los hechos de los apóstoles, pp. 425, 426).


Viernes 22 de agosto
Para estudiar y meditar

El Deseado de todas las gentes, pp. 340-346.

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